Claudia Domínguez Castro: “Llegué tarde, pero llegué a mi verdad”
Es la nieta recuperada 117. Su existencia, y la de otras 129 personas, es la evidencia de que durante la última dictadura se ejecutó un plan genocida que superó todos los límites.
Captura de pantalla del video "Así soy yo", producidos entre Paka-Paka y Abuelas de Plaza de Mayo
En 2015, se supo que Abuelas de Plaza de Mayo había restituido la identidad a la nieta 117: Claudia Domínguez Castro. Pasaron cinco años y medio de aquel momento y hoy, con el antes y el después en su vida, participa del área de Identidad del Movimiento Ecuménico por los Derechos Humanos. A 45 años del golpe de Estado, Claudia dialogó con Unidiversidad.
“Mi nombre es Claudia Domínguez Castro y conocí mi verdadera identidad a mis 38 años, cuando un examen de ADN me dio la posibilidad de saberme hija de Walter Domínguez y Gladys Castro, que fueron dos militantes del Partido Comunista Marxista Leninista”, se presenta.
Walter Hernán Domínguez había egresado de la Escuela de Comercio Martín Zapata y cursado dos años la carrera de Arquitectura. Trabajaba como chofer de la línea 30 de colectivos. Gladys Cristina Castro tenía cinco hermanos más, estudiaba Diseño Gráfico y trabajaba en una panadería. Militaban en el PCML y, al momento de su secuestro, ella cursaba un embarazo de seis meses de gestación.
El secuestro y desaparición de Walter y Gladys fue el 9 de diciembre de 1977 en el marco del “Operativo Escoba”, como lo denominaron las fuerzas represivas. Las madres de Walter y Gladys, abuelas de Claudia, son dos reconocidas militantes de Madres de Plaza de Mayo de Mendoza: María Assof de Domínguez y Angelina Caterino de Castro. Junto a Estela de Carlotto, ellas le dieron la bienvenida a la nieta que buscaron durante 37 años.
Foto: www.elotro.com.ar
“Darme esta posibilidad de dudar”
Para llegar a ese momento, Claudia recorrió “un largo camino” lleno de dudas. En ese recorrido, asegura haber tenido algunas herramientas necesarias como para cuestionar su origen, como también contacto con algunas personas que quizás podrían haberla acercado más rápidamente a su verdad. “Pero no podía voluntariamente acercarme a corroborar esa duda”, reflexiona la nieta restituida número 117.
Si bien ella desde sus cinco años sabía que no era hija biológica del matrimonio que la crio, creció con el relato de haber sido adoptada. Esa historia que le contaron se relaciona “con el abandono de una mujer que no podía cuidarme, cuyo marido había fallecido en un accidente”. Esto la hizo transitar su vida, relata Claudia, con “cierto agradecimiento, cariño y amor hacia una historia que iba a ser totalmente adversa”.
“Inicialmente, las preguntas que me hacía estaban relacionadas con los parecidos y con la razón por la cual me habrían abandonado —recuerda Claudia—. O sea, cuál había sido el motivo tan grande por el que dos personas, a pesar de alguna situación adversa de la vida, pudieran abandonar a una criatura y, aun así, no intentar buscarla el día de mañana. Eso era algo que, no sé si me dolía, pero me hacía refugiarme en el matrimonio que me crio”.
"Me emocionó verme parecida a mi mama cuando mi Abuela me mostró las fotos" #Nieta117
— Abuelas Plaza Mayo (@abuelasdifusion)
La mujer, que tiene hoy 43 años, no conoció el contexto social, económico y político del terrorismo de Estado. Es decir, la realidad que se vivía cuando ella arribó a su casa de crianza. A medida que fue creciendo, fue empezando a tener contacto con personas que le iban mostrando "que la realidad era otra”.
Claudia entendió: “La posibilidad de yo poder ser parte de esas vulneraciones cometidas en esos años tenía sentido. Por mi fecha de nacimiento, por las condiciones en las que había llegado, porque realmente dentro de la familia había un militar que justamente era mi padrino de bautismo y todo eso era muy sistemático en ese tiempo… Era muy común”.
El velo empezó a correrse y comenzaron los momentos de cuestionamientos sobre aquella historia de la mujer que no podía hacerse cargo de ella. “Era incoherente” con otras versiones que conocía por tíos, tías, primos y primas de la familia con la que Claudia creció.
Al salir del secundario, entró en contacto con una amiga y otros compañeros “con historias similares a la mía, aunque yo en ese momento no lo sabía”. Eran hijos e hijas de personas que estaban desaparecidas, habían sido presas políticas o exiliadas. Ahí Claudia se distanció del relato familiar y emprendió “un proceso más individual”, que no se concretó en sí, pero que fue “parte esencial de la investigación judicial que finalmente es la que me resuelve el tema de mi identidad”, asegura la nieta restituida.
Afiche de Hermanos Mendoza con información sobre la búsqueda
En ese grupo amistoso, al hablar de la identidad de Claudia, mencionaban “un posible crimen que yo no asumía materialmente y ni siquiera tenía las herramientas para interpretarlo”. Cuando le hablaban de “madres, abuelas, e hijos”, no sabía bien qué querían decir. “Recién ahora puedo dimensionar lo que significaba”, explica.
De hecho, la primera solicitud a Abuelas de Plaza de Mayo la ingresó por parte de Florencia Aramburo, expresa política y madre de su amiga, pero se retractó. Esa información igual llegó al organismo y, junto con otros datos, derivó en que la Comisión Nacional por el Derecho a la Identidad (Conadi) la contactara.
“Todo eso hace que, por más de que hayan sido muchísimos años después, el proceso judicial tuviera bases claras para poder, en el año 2015, realizar un acercamiento telefónico y darme esta posibilidad de dudar, de permitir acercarme a Conadi y, a partir de ahí, realizarme el examen de ADN”, repasa Claudia.
María Assof de Domínguez y Angelina Caterino de Castro con las fotografías de su hijo e hija, respectivamente
La maternidad también le ayudó a ver que esa historia, de la que ella poco sabía, no era solo suya, sino también de su hija e hijos: “Esto es mío y de ellos”, caviló, y eso la impulsó con ahínco. Pensó que al menos tenía que “descartar la posibilidad” de ser hija de personas desaparecidas y de tener, a la vez, una familia que la buscaba.
En este marco, Conadi se acercó “a dejarme las cartas sobre la mesa”. Le explicaron que todo era muy lineal, pero necesitaban que ella lo corroborara, como prueba de un delito. Dudar, “pero no en el fondo, sino emocionalmente” le había impedido avanzar. El hecho de haber sido criada con cariño y armonía la hacía sentir culpable.
Claudia recordó el primer día del resto de su vida: “A pesar de todos esos miedos, pude dar el siguiente paso y hacerme el examen de ADN. En julio de ese año, de 2015, pudimos concretar la toma de la muestra, y a los días me llamaron de Conadi y me dijeron que el resultado era positivo”.
Conferencia de Abuelas de Plaza de Mayo: Restitución de la nieta 117
Restituir la propia identidad
“Construir un recuerdo implica simultáneamente construir identidad, en tanto se construye un sujeto consciente que se relaciona con dichos elementos dispersos del pasado y construye, de ese modo, una escena, un 'presente recordado' en el cual surge una narración de sí mismo”. Daniel Feierstein
Semejante noticia no puede pasar sin repercusiones en la vida de nadie. “Los tres primeros años hubiera necesitado recluirme en un lugar sola —confiesa Claudia— y construir o ubicar toda esta información nueva”. Pero su vida seguía.
Al principio, tuvo una necesidad voraz de conocer profundamente a su papá y a su mamá. Físicamente y también como profesionales, militantes, parejas, personas: “Fue una necesidad exorbitante de búsqueda, de representarlos”. Su mayor dolor era enfrentarse a asumir que no podía tener recuerdos.
Walter Domínguez y Gladys Castro. Fuente: Facebook Hermanos Mendoza
“Muchos hijos de desaparecidos tal vez eran un poco más grandes y tienen recuerdos, fotos, algo que los representa a ellos. Tal vez desde un gesto o una mirada (...) Yo no tenía absolutamente nada. No tenía ni voz ni foto. Entonces el primer tiempo sentí un dolor, como un desgarro, de decir: 'No solo me privaron de mi identidad sino que no puedo hacer un esfuerzo, cerrar los ojos y recordarlos’”.
Entonces atravesó otra etapa, la de la necesidad de construirlos con las representaciones y relatos de otras personas: madres, tíos, compañeros, compañeras. Pero todas esas –cortas– historias –“eran muy jóvenes, se los llevaron con 22 y 24 años”– “terminaban en un momento de la vida en el que en realidad era el común denominador de todos”.
La hija de Gladys y Walter asegura: “Fue una etapa de mucha admiración hacia ellos como personas, como seres humanos completos, con sus convicciones”.
Claudia detuvo esa búsqueda cuando le empezó a hacer daño. Cuando su padre y su madre –el y la que ella había construido con todos los relatos– no recibían la aceptación del resto, sobre lo que eran o lo que hubieran hecho y pensado. En su cabeza, había intentado crear a “la persona masculina o femenina que los hubiera salvado, que hubiera hecho que hoy estuviéramos los tres acá”.
Dudar de la verdad para conocer la propia realidad
En su contexto de crianza, Claudia recuerda que siempre fue cuestionada por haber sido, “sin magnificar, revolucionaria”, por ir siempre en contra de lo que le imponían. Respecto de esa familia, ella “vivía la vida diferente… Me refiero al pensamiento en todo sentido: ideológico, político, social”, pero también a las elecciones cotidianas.
Eso la llevó, cuando descubrió su verdad, a sentirse “totalmente vinculada con mis padres biológicos”. “No sé si ponerle el nombre de que una lo lleva en la sangre, pero yo creo que en el fondo estaba preparada para asumir un montón de elecciones que tenían sentido”. Hoy se siente plena de poder asumirse íntegramente.
“Llegué tarde a mi verdad, llegué tarde a elegir, llegué tarde a sentirme plena, pudiendo expresar con amplitud todo lo que soy. Pero llegué, hoy soy protagonista de lo que llevaba adentro”.
Las elecciones de vida y de militancia de Gladys y Walter la hicieron sentirse identificada. “No sé si puedo suponer hoy que una un poco hereda esas cosas ‘intrauterinamente’ y después hay un sistema que tal vez te quiere hacer olvidar de eso, pero creo que, en el fondo, eso estalla, explota, se visibiliza en otro momento de tu vida”.
Con la restitución de su identidad, entendió que no había estado equivocada. Que tenía sus razones para dudar: “El sentido era que no me enterara, que no me metiera, que no me involucrara. En teoría, para cuidarme. Pero no, era simplemente para terminar de esconder una historia que no era de la conveniencia de mis apropiadores, de quienes sabían esta verdad”.
El 27 de agosto de 2015 marcó un antes y un después en la vida de la nieta restituida. Pero ese antes y ese después confluyen en una sola persona, Claudia, y eso es algo que las personas de esos dos tiempos, de esos dos mundos, no siempre pudieron entender: “El antes y el después mío fue intentar acercar lo que pienso a lo que hago”.
“Le costó más al resto adaptarse a que yo soy esto, una persona con una historia que nadie va a poder arrancar”, reflexiona. Y continúa sobre sí: “Seguís siendo la misma, pero ese evento te hizo entender y comprender el mundo de manera distinta y, con todo eso, tener los fundamentos para decidir lo que querés hacer”.
Tener toda la información la hizo más libre “como para decir: ‘Yo, a partir de ahora, quiero esto o no quiero esto’, y es genuino. Todo el mundo en la vida hace lo que puede con lo que le pasa. En mi caso, trato de hacer lo mejor”, cuenta Claudia Domínguez Castro.
Su vida está abocada a la docencia –es profesora de Educación Física y preceptora– y tiene una hija de 15 años –Guadalupe Belén–, un hijo de 11 –Matías Luciano– y otro de casi 7 –Julián Bruno–.
A veces siente que la palabra “militancia” le queda grande, pero su situación personal la hizo verse comprometida con temas de identidad: “Me veo involucrada porque nunca me permitieron involucrarme”. El devenir de los hechos de su propia vida la hizo sentirse “atraída a colaborar con el MEDH” porque allí siente que puede ser muy útil.
Claudia Domínguez Castro colabora hoy con la búsqueda de nietos y nietas apropiadas durante la última dictadura: “Hay personas que están en la búsqueda de lo que yo hubiera necesitado. Esa necesidad de que alguna información hubiera llegado de alguna manera un poco más rápida a mí hace que intente colaborar en ese lugar, en conexión con Abuelas”. A la vez, participar de ese espacio “me abre un poco la cabeza”, dice convencida, y le hace ver que esto les implica a ella y a sus hijos e hija en otras cuestiones de derechos. Hoy es Guadalupe quien la invita a ir a manifestaciones contra la violencia de género o le pide ir a la marcha del 24 de Marzo.
“Un montón de cosas cambiaron. Empezamos a hablar de otras cosas y, a la vez, a saber que no es solo mirarlas, escucharlas o leerlas, sino también acompañarlas", concluye Claudia Domínguez Castro.
claudia domínguez castro, 24 de marzo, 24m, memoria, verdad, justicia, identidad,
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