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El autor explica la importancia de conocer costumbres ancestrales a partir de la figura de Clarissa Pinkola Estés, analista, poeta y contadora de cuentos que tienen su raigambre en la tradición popular latinoamericana.
Clarissa Pinkola Estés
Jesús María Dapena Botero (Desde Vigo, España. Especial para ARGENPRESS CULTURAL)
Publicado el 04 DE FEBRERO DE 2013
No soy junguiano, a pesar de que mis primeras lecturas sobre el inconsciente las hice en los libros de Carl Gustav Jung, quien durante un buen tiempo fuera en la mente de Sigmund Freud, el príncipe heredero del movimiento psicoanalítico, hasta que se diese la ruptura entre ellos, hasta el punto de que en algún lugar de su vasta obra, Freud tachara a Jung de que aquel era casi un místico delirante, que se las daba de profeta.
Sin embargo, a raíz de un taller de lectura que montaron en mi querida Otraparte, centro cultural que funciona en la antigua casa del filósofo envigadeño Fernando González Ochoa, a quien admiro profundamente, en torno al texto de Clarissa Pinkola Estés Mujeres que corren con los lobos, me picó la curiosidad para saber de qué se trataba, ya que yo estaba lejos de Villagrande, el barrio donde viví durante años en el Valle de Aburrá, desde donde hacía mi pequeño viaje a pie para ver el cine que allí daban y escuchar las conferencias de lo más granado de la intelectualidad antioqueña.
Entonces me topé con que Clarissa Pinkola Estés es una analista junguiana, quien además es una poetisa y contadora de cuentos que tienen su raigambre en la tradición popular latinoamericana, con formación no sólo en psicología clínica y estudios interculturales, ex directora ejecutiva del C. G. Jung Center for Education and Research, cuya obra principal es su libro Mujeres que corren con los lobos, iniciada en 1971 y terminada en la década de 1990 y que fuera galardonada con el Premio Gradiva de la National Association for the Advancement of Psychoanalysis.
Si yo había abandonado a Jung era porque no sabía qué hacer con su teoría en la clínica, puesto que como psicoanalista, a pesar de las disidencias y escisiones que se han dado en el movimiento psicoanalítico mundial, prefiero mantener cierto ideal de mesura, como bien lo recomendara André Green, sin convertir en anatema a quien piensa distinto de mí, sin refugiarme en el narcisismo de las pequeñas o grandes diferencias. Yo parto del principio de que, para formarse un buen criterio, hay que escuchar todos los puntos de vista, sin memoria y sin deseos, como recomendara W.R. Bion, sin juicios a priori, pues considero que habla más mal de alguien, el que sea un prejuicioso, que la misma víctima del prejuicio.
Algunos críticos dicen que es probable que uno de los ensayos más profundos y revolucionarios que se haya escrito sobre la mujer en los últimos cincuenta años sea el libro Mujeres que corren tras los lobos, quizás con una mirada bastante conservadora y crítica de la mujer contemporánea, sofisticada, competitiva con el hombre en todos los campos de la sociedad postmoderna, por lo cual invita a las mujeres a conocerse mejor desde sus raíces más profundas, desde su intuición y su creatividad, para lo cual se sumerge en los cuentos tradicionales que la acompañaron y nutrieron en su infancia, que ha enriquecido con su contacto vivencial con aborígenes, tanto de la América del Norte, como de América Latina, gracias a su formación intercultural.
Su propósito es recoger la sabiduría de la mujer de antaño, de la mujer primitiva, sin despreciar para nada el pensamiento salvaje, esa actitud tan valiosa que nos enseñara Claude Levi-Strauss.
Para Clarissa Pinkola, la base de la sabiduría femenina es el respeto a los ciclos de la vida, a la manera que lo hace la naturaleza, como si fuera una loba, ser pulsional que habría que resucitar sin sacrificarse al culto de la belleza física, del éxito profesional que, por atenderse, descuida la esencia del amor y, tal vez, del goce femenino del que nos habla Jacques Lacan.
Así, Clarissa Pinkola rechaza el modelo ideal femenino que se impuso desde Twiggy, para señalar que la mujer debe seguir las formas físicas de sus antecesoras y no los dictados de una moda que atenta contra su naturaleza.
Y creo que es pertinente, ante la avalancha de anorexias nerviosas inducidas por la moda, recordar lo expresado por Severo Sarduy cuando escribía: "El cuerpo, ese ignorado de nuestra cultura, vuelve con toda su violencia al escenario de su exclusión", que serviría de exergo al texto de David Liberman, que lleva por título: Del cuerpo al símbolo: Sobreadaptación y enfermedad psicosomática.
Clarisa Pinkola, al analizar mitos y cuentos sobre el arquetipo de la mujer salvaje, invita a que la mujer se reencuentre con su espiritualidad, con su subjetividad y a seguir los dictados de su intuición profunda para desarrollarla, y asimismo su creatividad a través del arte, de la escritura, la danza, la pintura, que permitan salir a su mismo self, proveniente del concepto junguiano de selbst, en alemán, para que surja como una nueva semilla, que arraiga con fuerza aun en lugares vacíos y yermos, en tierras en barbecho, con la esperanza de renacer para dar lugar a un cambio en el corazón, procedente desde el interior, si somos leales y fieles con nosotros mismos.
Hay que negarse entonces a caer, a permanecer en el suelo; por el contrario, lo que hay que hacer es elevar el corazón para que este sea llenado, así otras fuerzas nos tiren hacia abajo y nos impidan levantarnos, a sabiendas de que, en medio de la desdicha, muchas cosas pueden aclararse si se siguen los dictados del corazón.
Lo importante para la autora que nos concierne, es compartir el caudal enorme de la sabiduría ancestral, esa que quizás no encontramos en las librerías ni en las bibliotecas, sino esa que se va transmitiendo transgeneracionalmente; por eso, es preciso acudir a los mitos familiares que traen enseñanzas inapreciables. De ahí, que también pudiera sernos útil leer su libro El jardinero fiel.
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