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02 DE NOVIEMBRE DE 2023
Una observación personal a un año de la aparición del nieto 114.
Foto: Leo Vaca
Hay sucesos de la historia argentina que recordamos con una memoria espacio-temporal y emocional muy precisa. Son los que nos hacen evocar lo que estábamos haciendo en el momento de recibir la noticia.
Hay sucesos, además, que llevan una carga contextual tan importante y compartida que pueden mencionarse con muy pocas palabras. Suficiente para que cualquiera comprenda el significado y el profundo impacto de esa línea breve.
La tarde del martes 5 de agosto de 2014 era tranquila y silenciosa en la redacción de Edición UNCUYO, excepto por el tecleo veloz de Verónica Gordillo, dedicada a terminar una nota. Mi jornada había finalizado y, antes de cerrar las sesiones de correo y demás, di una rápida mirada a Twitter. Cinco palabras inundaron la pantalla: “Encontraron al nieto de Estela”. Nada más hizo falta para que toda persona con un mínimo registro de la historia argentina reciente supiera que había resultado positivo el cotejo de ADN de un hombre con dudas acerca de su origen y el de Estela Carlotto, la presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo.
El anuncio de una conferencia de prensa a las 17.00 y la filtración de nombre del nieto generaron en nuestra redacción lo que sin dudas se vivió en cualquier medio a la misma hora: cruce de llamados, correos y mensajes (en nuestro caso, con el jefe de Redacción, Jorge Fernández Rojas), envíos de móviles y redefinición de tareas y portadas. El nieto 114 era mucho más que un número alentador: representaba el resultado más visible de la esperanza paciente unida a una búsqueda implacable de verdad y justicia. La noticia generó felicidad en millones de hogares y alentó a cientos de personas a comunicarse con Abuelas para despejar también sus propias dudas.
El nieto 114, recuperado como Ignacio Guido Montoya Carlotto, músico, hombre sencillo, heredero del cabello enrulado y sentido del humor de su padre y del compromiso social de Walmir Montoya y de Laura Carlotto, evocó la fecha con estas palabras en su perfil de Facebook:
Hace un año de hoy recibía una llamada de un número desconocido y de un momento a otro el frente de mi casa se me llenó de gente. Intuí que algo o todo de lo que había hasta ahí no sería igual de ahí en más. Hasta ese entonces era dueño de una franca y apacible vida que se veía materializada en unos afectos buenos que supieron acompañarme con la valentía de gladiadores y el amor de los mejores amores. Comenzó ese 5 de agosto de 2014, un viaje con olor a aventura y sueños de final feliz, abrazos muchos llantos, preguntas, respuestas y más respuestas que preguntas. Me encontré en el abrazo de las Abuelas, el apretujón de los tíos, y la cara de sorpresa de los muchos primos, con la alegría reflejada en lágrimas de una larga vida de búsqueda, al fin con el premio del abrazo final. A la vuelta de este gran y muy largo año, me vuelvo a encontrar con algo que escribí hace mucho –seguramente leído de algún otro lado- que sabia pero ahora lo sé con el definitivo valor de la experiencia: “Las mejores cosas de la vida no son cosas”
Ignacio-.
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