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26 DE DICIEMBRE DE 2024
Por Roberto Follari, epistemólogo, docente y doctor en Psicología.
Foto ilustrativa publicada en El Comercio de Peru
Quizá la gramática electoral de la derecha chilena erró la decisión: virar hacia una posición tan extrema como la que sostiene Kast, fue sin dudas una ayuda para la resonante victoria popular que se personifica en Boric, ahora como presidente electo. El entonces candidato del progresismo había sido resistido por parte de importantes sectores del movimiento popular de masas que se lanzó a la calle a finales del 2019: así, había perdido la primera vuelta ante Kast. Pero las posturas de este último, que quería acabar con las políticas de género y ambientales además de prometer mano dura y diferenciación social, ayudaron a que parte del centro ideológico prefirieran a Boric, a la vez que muchos que no habían ido a votar ahora sí lo hicieran.
La derecha chilena no urde falsas denuncias de fraude como hace la actual oposición argentina, pero apeló a algunas prácticas tramposas, como impedir que los sectores populares pudieran ir a votar, al no poner algunas líneas de buses a funcionar. En Argentina sería un recurso bastante vano, porque hay mucho transporte organizado desde los partidos. Pero en Chile, eso ayudó a que la diferencia no fuera aún mayor que los casi 12 puntos de ventaja conseguidos.
Adiós al Chile ejemplo de todas las derechas, a ese país con jubilados exangües, con universidades que hay que pagar, con gestión privatizada de todo cuanto se nos ocurra. A ese paraíso de los mercados e infierno de los bolsillos. País para los negocios y no para las mayorías. País/shopping, donde el individualismo fue sostenido desde el espacio público, de modo que todo era privado. Ahora hay un límite a esa lógica donde los únicos derechos eran los del dinero. Los poderes están allí al acecho, veremos cuánta fuerza y habilidad puedan desplegar el pueblo y la dirigencia de Chile para recortar esos expandidos intereses.
Ejemplo del neoliberalismo flagrante, aplicado en lo económico desde Pinochet, Chile tiene una nueva oportunidad, y aquellas raíces populares que alguna vez derivaron en la presidencia constitucional de Salvador Allende, vuelven de nueva forma a desplegarse.
En Argentina estamos a 20 años de la revuelta masiva del 2001. Que gritó “que se vayan todos”, porque entonces “todos” eran los neoliberales: los que habían caminado el poder político desde 1990, los Menem, los De la Rúa, los Cavallo. Nada que ver con el presente, cuando en Argentina gobiernan quienes sacaron al país de aquel infierno, en una recuperación vacilante primero con Duhalde, y luego clara y prístina con Néstor Kirchner: los juicios a los genocidas, la gran renegociación de la deuda externa, el juicio político a la Corte vergonzosa de Menem y su reemplazo por otra irreprochablemente imparcial, recuperaron la política en la credibilidad social.
Aunque la derecha argentina no lo reconozca fueron sus gobiernos los que deslegitimaron las instituciones, que fueron repuestas por el peronismo en sentido amplio primero, y por el kirchnerismo después. La población había echado con furia a esa derecha: y está claro que allí estaba López Murphy, eyectado del gobierno en 10 días, casi un récord planetario. Estaba Sturzenegger, uno de los paladines de aquellos tiempos de blindaje y megacanje que acabaron en fuerte aumento de la deuda externa. Estaba la inefable Patricia Bullrich, que justificaba por tv la baja de salarios y jubilaciones. Todos ellos tienen hoy lugares prominentes en la oposición argentina, todos ellos fueron parte de los expulsados y repudiados por la población. No se abominaba de cualquiera: se echó a los privatistas neoliberales, que con Menem primero y luego con De la Rúa, habían arruinado al país.
El 2001 fue una enorme revuelta ciudadana que dio lugar a asambleas populares de autogobierno territorial, fábricas recuperadas, mil formas de la imaginación política autonomista. Algunas se aunaron luego al kirchnerismo, otras fueron independientes pero convivieron con aquel gobierno en cierta armonía, otros lo enfrentaron entendiéndolo una forma más del Estado capitalista. También varias experiencias se extinguieron tras el momento intenso del estallido, que en Mendoza se había relacionado con solidarios y espontáneos clubes del canje. Hubo un poco de todo, también saqueos y cacerolazos y rechazo a los bancos, actores y mediadores del odioso “corralito” de Cavallo.
Lo curioso es que todavía dan lecciones. Que López Murphy, ejemplo de ineptitud probada e infinita, salga por tv enseñarnos qué hacer. Que otra de las “idas” por la tsunami popular como es Patricia Bullrich, pulule balbuceando el pedido de mano dura, que tan tristemente ejerció con Macri. Que Cavallo haya sido remozado desde los medios –ya muy viejo pero sin haber cambiado un renglón a sus recetas-, y que Milei haga seguidores mientras declara que ese es su economista preferido. Que Sturzenegger haya reincidido en el gobierno macrista, y que después de fracasar también allí, hoy sea parte del coro de los que no saben qué hacer pero se oponen a todo.
Los ricos también lloran. Ganan muchas veces, pueden sostener su dominio desde las empresas, la banca, los medios hegemónicos, las iglesias, los estrados judiciales, el apoyo desde el Norte. Pero siempre encuentran un límite. Los pueblos siempre vuelven, tarde o temprano. Y han vuelto por las alamedas chilenas que soñó Allende, como irrumpieron los sectores medios y populares argentinos en aquel 2001, cansados de la depredación y el privatismo. Hartos de neoliberalismo.
Se abre un nuevo horizonte histórico en el país vecino, que fuera posibilitado por las enormes luchas de 2019 y comienzos de 2020. Ojalá pueda consolidarse una redistribución de recursos perdurable, como por buen período se consiguiera en la Argentina a partir de las puebladas del 2001.
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