Chiche, la mujer que defiende el techo de cristal

Chiche Duhalde puso en duda la capacidad de las mujeres para participar en política. Quien supo ser senadora, diputada, además de ocupar varios cargos ejecutivos, tuvo una declaración poco feliz. Quiso borrar con sus palabras los avances históricos que encarnan otras mujeres.

Chiche, la mujer que defiende el techo de cristal

Foto: NA

Identidad y Género

Unidiversidad

Edición UNCuyo

Publicado el 21 DE AGOSTO DE 2013

La lucha de las mujeres por participar en la vida política argentina ha sido –y es aún– ardua, y está llena de avances y retrocesos. Es, en principio, una pelea colectiva que se sostiene en la idea de la participación como un derecho que se reivindica, no como un permiso o un obsequio.

Hace poco más de 60 años que las mujeres de este país podemos votar. El reconocimiento de este derecho lleva el sello histórico de María Eva Duarte de Perón (una mujer con peso propio en la memoria argentina), pero lo precede la lucha de muchas otras, antecesoras o contemporáneas, afines o no, siempre lejanas al ejercicio del poder. El accidentado avance de la democracia en Argentina hizo gradualmente visible la presencia de las mujeres en los espacios de debate, de construcción, de resistencia y de combate, una presencia que la dictadura militar se encargó de castigar con particular ensañamiento a través de la tortura, la violación, la desaparición y el asesinato en los centros clandestinos de detención, en la búsqueda de disciplinar de una vez y para siempre a esas desobedientes que se inmiscuían en lo público.

Medidas democráticas como la Ley de Cupo obligaron a los partidos a reconocer esa participación y esa capacidad a través del acceso concreto a ciertos espacios de decisión. Aunque muchas veces el armado electoral se resolviera cumpliendo con la cuota femenina a través de la candidatura de la esposa de una figura fuerte, posibilitó la llegada al Poder Legislativo de diputadas y senadoras que promovieron algunas de las leyes más progresistas con las que contamos hoy. Se naturalizó la presencia femenina en la vida política de tal manera que las elecciones presidenciales de 2007 se jugaron entre dos candidatas: la por entonces creíble y legitimada Elisa Carrió y la continuadora del proyecto kirchnerista, Cristina Fernández de Kirchner.

La mirada de género reconoce en los espacios de poder, sean políticos o empresariales, un límite invisible pero real para las carreras públicas y/o profesionales de las mujeres: el techo de cristal. Se trata de una barrera que no se nombra en un contrato ni figura en el cuerpo de la ley, sino que es parte de la cultura de aquellas organizaciones en las que varones y mujeres, con preparación similar y partiendo desde los mismos lugares, tienen acceso diferenciado a los puestos más jerarquizados. El techo de cristal debería motivar el rechazo de todas las mujeres, pero algunas defienden su existencia. La falta de solidaridad de género motiva que estas mujeres prefieran que sean pocas las que logren llegar alto, porque de ese modo la competencia es menor. Quienes lo defienden se cuentan, por lo general, entre las pocas que han logrado superarlo.

Hilda “Chiche” González de Duhalde es una de esas mujeres. Nacida a la vida política a partir de la carrera de su marido, construyó su base territorial a través de las manzaneras, mujeres bonaerenses organizadas bajo su ala para sobrellevar los problemas que la crisis del gobierno de la Alianza había provocado en los barrios más pobres de la provincia de Buenos Aires. Nunca promovió un salto cualitativo en la actividad comunitaria de las manzaneras, ni su empoderamiento. “Con sus características de mujer”, decía Chiche para referirse a la forma en la que esperaba que ellas ejercieran la actividad que se les proponía; es decir, respetando los roles de género. Hace unos días, durante una entrevista radial, manifestó que dudaba de que las mujeres estuvieran en condiciones de participar en la política nacional. Lo hizo entre contradicciones: sostuvo que la mujer en el poder se masculiniza, pero a la vez explicó que el problema es que se maneja con el “lóbulo emocional”. Propuso una participación femenina limitada al apoyo a la carrera y el proyecto de un hombre, no con un proyecto propio.

El telón de fondo de semejantes declaraciones no es otro que el gran movimiento desestabilizador en el que se han embarcado diversos sectores de la oposición de cara a las elecciones de octubre. Se trata de erosionar la figura y la credibilidad de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner, una mujer que no se limitó a apoyar a su marido sino que tuvo una carrera pública propia, una personalidad política bien diferenciada de la de su compañero y que, como uno de esos símbolos en los que convergen las significaciones históricas, sostuvo su propio paraguas en la hora adversa del funeral de su marido, mientras el país lloraba con ella y reconfirmaba el mandato que le había otorgado.

Victoria Donda fue una de las que le salió al cruce. Sostuvo que “decir que la política es 'cosa de hombres' es un discurso discriminador y expresa a la política más retrógrada”.

Las palabras de Chiche expresan, además de la voluntad de contribuir al clima de descontento, un enorme resentimiento personal llevado a lo político. No importa ya lo que se ponga en juego: aunque se trate de la lucha de décadas de los movimientos de mujeres por la igualdad entre los géneros, el fin justifica todo daño que pueda hacerse en el camino.

González de Duhalde sostiene que este tema, el de recortar los derechos que tanta militancia y tantas vidas han costado, es algo que viene meditando desde hace un tiempo en soledad. Es muy lógico que así ocurra, ya que el resentimiento suele tramitarse en términos egoístas. La lucha por el reconocimiento de derechos y la solidaridad de género, en cambio, son y siempre serán construcciones colectivas.