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04 DE NOVIEMBRE DE 2024
La adolescente desaparecida y sus hermanos vivieron en una situación de extrema vulnerabilidad. Las intervenciones estatales para sostener a la familia no tuvieron éxito.
Johana, junto con sus compañeros y su maestra, Marcela Ten. Foto: gentileza Silvia Minoli.
Johana Chacón y sus cuatro hermanos vivieron en una situación de extrema vulnerabilidad social y económica, una situación que no se modificó pese a las intervenciones estatales que buscaron sostener a la familia y que se transformaron en el escenario ideal para que alguien los dañara.
Esa vulnerabilidad extrema en la que vivió Johana y en la que siguen viviendo su hermana Beatriz y sus hermanos Martín, Sebastián y Diego quedó en evidencia en el juicio contra Mariano Luque, imputado por asesinar a la adolescente de 13 años. Los vecinos, las docentes, las amigas, los profesionales de distintas especialidades que testificaron aseguraron que no tenía ni siquiera alimentos básicos para sobrevivir, que los ayudaban como podían.
Esa situación de vulnerabilidad extrema también la advirtió desde el momento en que Johana no aparecía, la ex directora de la escuela Virgen del Rosario, Silvia Minoli, quien se transformó en la cabeza de la lucha que llevó adelante la comunidad educativa para encontrar a la adolescente y reclamar justicia.
Seis años sin Johana Chacón
En Lavalle pintaron un nuevo signo de interrogación, mientras Silvia Minoli recordó a la adolescente con un video. El juicio contra Luque comienza el 19 de septiembre.
Durante su intervención en el programa Distintos Parecidos, de Señal U, especialmente dedicado al caso Chacón, Minoli explicó que asistían como podían a los hermanos, que advertían a las autoridades de la situación, pero recalcó que hacían lo que podían, ya que no tenían ni los elementos ni los conocimientos para enfrentar esa situación.
Las intervenciones de los organismos de niñez y familia que intentaron restituirles sus derechos a los hermanos tampoco funcionaron. Luego de la separación de sus padres, Bernardo Chacón y Mirtha Ruiz, los cinco niños permanecieron un tiempo con su mamá en Tunuyán, pero luego de unos meses volvieron con su padre a Tres de Mayo, con la anuencia de esos mismo organismos.
Fueron varios los testigos que declararon que durante esa etapa, los hermanos siguieron en la misma situación, y que Beatriz, con 15 años, debió salir a trabajar para dar de comer a los más chicos, y que incluso eran víctimas de la violencia de su padre. Poco después, y con la anuencia de él, se fueron quedando de a poco en la finca que administraba Luis Curallanca, en la que vivía con su esposa, María Ruarte y con el hijo de la mujer Mariano Luque.
Mea culpa
Los fallos en la red estatal.
En una entrevista que concedió a Unidiversidad en septiembre de 2017, la entonces titular de la Dirección de Educación, Familia, Género, Diversidad y Derechos Humanos de la comuna de Lavalle, Ana Menconi, reconoció que los mecanismos que pusieron en marcha para asistir a la familia fallaron. Al mismo tiempo destacó que informaron a organismos provinciales respecto de signos de alarma que advirtieron luego de analizar la situación en la que vivían en la finca.
Pese a esto, Curallanca tenía -e incluso mostró a las docentes- un papel donde constaba una tenencia provisoria de Beatriz, pero que nunca quedó efectiva. El hombre aseguró durante el juicio que en reiteradas oportunidades se acercó a la comuna para regularizar la situación, pero que nadie lo escuchó.
Johana, durante un acto en la escuela Virgen del Rosario. Foto: gentileza Silvia Minoli.
La vida en la finca
Beatriz y Johana se quedaron a vivir en la finca, sus hermanos estaban ahí en forma intermitente, y tanto sus vecinos como sus docentes aseguraron que su situación mejoró. En la puerta de ese predio de 12 hectáreas, ubicado en la calle rama 4, la pequeña de 13 años fue vista por última vez.
La escuela como familia
El motor del reclamo.
Durante el juicio contra Luque, el fiscal Alejandro Iturbide, aseguró que en ese predio se tejió una relación asimétrica entre Curallanca, su esposa y Luque, y los hermanos Chacón, pero en especial entre los varones y las mujeres.
Beatriz Chacón inició una relación con Luque, cuando se enteró que estaba embarazada de gemelos, que fallecieron pocos días después de nacer. Ella se quedó en la casa, incluso cuando el obrero permanecía en prisión, acusado de matar a Soledad Olivera, por lo que finalmente fue condenado.
Cuando la mujer dejó la finca y se fue a vivir con su madre en Tunuyán, dijo a los investigadores que llevaban adelante las pesquisas en la causa de la Justicia Federal, cuya hipótesis era la trata de personas, que Luque ahorcó a su hermana delante de ella. Esto le significó cuestionamiento de la defensa, ya que en las versiones anteriores que dio defendió al hombre.
Durante el juicio se analizó la credibilidad de su testimonio. Y más allá de que los profesionales del Cuerpo Médico Forense y de la Justicia de Familia determinaron que su relato emocional de los hechos es veraz, hablaron sobre la personalidad de la mujer, una persona -dijeron- que intenta sobrevivir como puede desde su infancia.
En cuanto a Johana, dos compañeras que testificaron en el juicio relataron que la niña les contó que Luque abusaba de ella, y aseguraron que nunca le contaron esa confidencia a nadie.
Durante el juicio, el fiscal Iturbide aseguró que la relación asimétrica entre los varones y las dos chicas Chacón que vivían en la finca, fue la antesala del asesinato de Johana frente a su hermana, que estaba imposibilitada de actuar ya que cursaba un embarazo de riesgo.
Iturbide explicó en su alegado que esta relación asimétrica fue la misma que permitió al obrero matar en un lapso de 9 meses a dos mujeres (Olivera y Chacón) y lograr que nunca se encuentran sus cuerpos.
Justamente, los nombres de Johana y Soledad están unidos para siempre, entre otros aspectos por su extrema vulnerabilidad. La vida de ambas mujeres se desarrolló en el mismo espacio físico, a 43 kilómetros de la Ciudad de Mendoza, en el distrito de Tres de Mayo, al que se ingresa por la ruta 36. En esa localidad está la escuela Virgen del Rosario, a la que iba Johana y los hijos de Soledad, a pocos metros está el barrio Paraísos de Curi –donde vivía Olivera- y un poco más adelante la finca donde vivía Johana.
Hoy, cuando Luque cumple condena por el asesinato de Olivera y arriesga una pena a prisión perpetua por matar a Johana, el hilo que une a las mujeres permanece intacto, porque sigue presente la extrema vulnerabilidad en la que desarrollaron sus vidas. Los hijos de Soledad -a cargo de sus tías- y la hermana y los hermanos de Johana siguen en la misma situación.
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