Carta de octubre

Todos los jueves de sus vidas, las Madres de Mendoza hacen la ronda en plaza San Martín por justicia para sus hijas e hijos desaparecidos. El tiempo biológico y el tiempo histórico hacen que el reclamo sea más urgente y vital que nunca. Compañeras, compañeros, familiares y ex detenidas y detenidos ampliaron, el 17 de octubre, los motivos de la lucha. Esta carta fue escrita y leída por el compañero Osvaldo “Chiquito” Tramontina. En ella acentúa el reclamo y, a través del recuerdo de María del Carmen Marín y de su generación, revela las huellas del presente y la realidad con sus injusticias cotidianas. Sentidos octubres que siguen transcurriendo despliegan este homenaje a las madres.

Carta de octubre

Escribe el Lector

Unidiversidad

Osvaldo Tramontina

Publicado el 18 DE OCTUBRE DE 2013

Hoy me levanté con ganas de escuchar cantar a los pájaros, recordando a Ave, María del Carmen Marín y aquel octubre de 1973 que nos encontró con 22 años militando para dar vuelta al mundo, ponerlo de cabeza, el norte para el sur y viceversa. Hubo tantos octubres desde entonces, mientras tanto, siete marzos y 30 mil desaparecidos. Exhausto, extenuado, rendido, desfalleciente… Son tantos los sinónimos para esta fatiga que siento al cuantificar las noticias de la muerte en esta semana. Asaltos a mano armada, accidentes de tránsito, mujer violada. Insidiosa la noticia de un femicidio nombrado como crimen pasional, un homicidio inimputable por la edad, un suicidio juvenil por acoso de género. Todo sucede en este octubre de elecciones en que las radios, la TV, los afiches, la ciudad empapelada por ciertos candidatos que no dicen nada de nosotros, ni de la exasperante lentitud de los juicios por la verdad, la memoria, la justicia. Menos mal que hay ciertos fiscales, algunos jueces, los abogados de derechos humanos. Menos mal que aún quedan con vida y valentía algunos testigos atestiguando la única verdad del genocidio. La solemne y digna dignidad de los jueves con las madres en la Plaza, y con las abuelas recuperando nietos y su verdadera identidad. Madres y abuelas cada día más viejas esperando con sus arrugas y miradas que se diga la verdad, que se recupere la memoria, que la justicia no mire para otro lado como si nada. Pasa que hasta hoy se han callado los que deberían haber hablado y su silencio aturde el canto de aquellos pájaros de nuestra primavera del 73.

Estoy casi rendido ante tanta muerte que sucede en los asaltos a mano armada, del que afana como si nada, de los que asesinan como si la vida misma les resbalara. Hoy no puedo, hoy no quiero saber de candidatos que no se acuerdan de nuestro octubre, del tránsito infernal que nos atropella hasta en la senda peatonal, de las muertes, las violaciones, las manos armadas, los chicos que se paquean en la calle, los viejos que se mueren de frío, su esperanza congelada por otro juicio que se posterga. No puedo con tanta muerte. Ni siquiera con Rainer María Rilke que nos leías vos, diciendo “si alguien llora en algún lugar del mundo está llorando sobre mi hombro”. La indecencia cotidiana del hoy a veces me ciega la mirada, me cierra la boca, aturde los oídos de aquella nuestra canción desesperada. Hoy quisiera que el candidato no me mienta, que el tránsito no me atropelle, que la muerte se retracte, que los acusados por delitos de lesa humanidad, militares o policías, gendarmes o curas, jueces o civiles, tengan su juicio justo, y que la justicia escuche nuestros argumentos y testimonios en un solo juicio, antes que la justicia sea injusta en su lentitud. Que los viejos, nuestros viejos, el tuyo, el de María, el de Pedro o aquel, se mueran dignamente, de viejos nomás, y no por el frío de la espera sin respuestas.

Te parecerá extraño escuchar de mí que hoy no quiera otra cosa que querer escuchar pájaros, un simple piar de gorriones, aun los tordos y sus irreverendas cagadas que asolaban la calle San Martín. Ver volar una mariposa quiero, y no un avión lleno de bombas o un dron lleno de muerte contra Siria, como antes Biafra por el hambre extremo, y antes Vietnam por el Napalm, y hace poco Irán, Irak, Afganistán o Kosovo… Pero no te confundas, no es que no quiera, sino que hoy no pude, me agarró cansado, maltrecho, reventado de estar bancándome solo el frío del viejo y su muerte, la violencia del candidato o elegido que mata la esperanza, o el simple ciudadano que dice: “Miremos para adelante, hay otras cosas más urgentes que resolver”, mientras sigue la lentitud de los juicios que siempre mata de viejos a los que solamente esperan verdad y justicia, y los acusados se mueren de viejos con una sonrisa en la cara, “A mí no me miren, yo no hice nada, dónde está la prueba, dónde los huesos”… Huesos finitos, casi endebles, de pájaro como tu apodo, Ave, María del Carmen, y con vos más de 200, únicamente aquí en Mendoza, la ciudad más limpia del país. Indigna que nos digan eso esos indignos, porque ni uno ha dicho dónde está alguno de nuestros secuestrados, abuelos, padres, jóvenes, niños, bebés recién nacidos, mujeres embarazadas… Casi nada. Digo “nuestro” pero no digo solamente militante, sino también aquel anónimo Pedro, María o José, laburante, ama de casa o sencilla estudiante secundaria.

María del Carmen Marín, foto del archivo familiar.

Hoy, en este octubre, quisiera volver a escuchar el pájaro de tu voz cantándome en la oreja, sentir tus manos de mariposas sobre mi hombro, saborear tus labios de duraznos soplándome un beso tierno y a tu brazo de abrazos y ternuras diciéndome: “No estás solo compañero, camarada, yo estoy aquí a tu lado para ayudarte, para que me ayudes y así tal vez”… Solo uno, con uno solo sería necesario, nunca suficiente, evitar que un alguien me mate la esperanza, que no haya otro accidente de tránsito, otra muerte, esa violación, aquel asalto, el pibe que se paquea por la calle, la muerte vieja que mata al viejo muerto de frío solitario, y al viejo solitario que con esa cara de yo no hice nada se va a morir callando sin decirnos dónde están los muertos que mataron, las muertas que violaron, las niñas y niños que secuestraron y les cambiaron el nombre, la identidad y la memoria. Cómo ordenar las prioridades, carajo, qué poner primero ante tantas muertes. Y yo pidiendo el canto de un pájaro, un beso de tu boca de duraznos… Hoy quisiera que octubre me trajera otra noticia, te lo juro, aunque hace rato que no jure ni me santigüe frente a las catedrales... Hace tanto tiempo que pasó lo que nos pasó. El “dios mío” ya no es mío ni nuestro, cuando algunos putos curas son violadores o pederastas, o consoladores de genocidas, y la Iglesia que me bautizó no habla ni condena, ni se levantan las sotanas de los obispos o del Papa para recagarlos a patadas como Jesús hizo con los mercaderes del templo. Yo te juro, soy el mismo que alguna vez se dio por Dios de golpes contra el pecho por sus pecados, hasta que me golpearon no una sino las dos caras de la mejilla, y la tuya, la de María, la de Pedro y aquel que bajo la capucha no fue consolado, de aquella que bajo la capucha fue violada, de aquella que encerrada le secuestraron el hijo y aún no se lo devuelven ni a la madre muerta ni a la abuela viva. Por estas cosas que digo es que te pido, a vos que recién me conocés, en este día de octubre, es que pido un canto de pájaros, un beso de una boca de duraznos, un brazo de tu brazo de compañera, compañero, que me abrace tu compañía, que me permita sostenerme, que nos permita sostenernos y poder seguir sosteniendo a la abuelas, a las madres, a los hijos, nietos y hermanos de los que ya no están pero estuvieron luchando para que este mundo no fuera el mundo del revés, sino el de todos, el de aquel codo a codo compañero, camarada, hermano, hermana, vos y yo, igual a mí, igual a todos, casi nada. Eso es todo lo que pido, apenas una, una sola de tus manos y así, seguro que entre los dos ya seremos más y seguro, seguro, seguro, entre todos escucharemos cantar a los pájaros aquella canción de Viglietti. Qué lejos está mi tierra y sin embargo, qué cerca. ¿O es que existe un territorio donde las sangres se mezclan? Tanta distancia y camino, tan diferentes banderas, y la pobreza es la misma, los mismos hombres esperan. Yo quiero romper mi mapa, formar el mapa de todos, mestizos, negros y blancos, trazarlo codo con codo. Los ríos son como venas de un cuerpo entero extendido, y es el color de la tierra la sangre de los caídos. No somos los extranjeros, los extranjeros son otros; son ellos los mercaderes y los esclavos nosotros. Yo quiero romper la vida, como cambiarla quisiera, ayúdeme compañero; ayúdeme, no demore, que una gota con ser poco con otra se hace aguacero.

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