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26 DE DICIEMBRE DE 2024
Por Roberto Follari, epistemólogo, docente y doctor en Psicología.
Macri se fue súbito a Europa. Heidi le ganó la pulseada a Chocobar. Resultado quizá no definitivo, pero que podría serlo: la derecha beligerante y guerrera, indispuesta al juego democrático y al elemental diálogo institucional, perdió la partida en el PRO.
Dicho de otra manera: los votantes capitalinos del partido amarillo prefieren ampliamente la tranquilidad de una oposición frontal pero capaz de parlamentar, a una postura ciega gobernada desde el periodismo de guerra. Esa oposición que habla por interjecciones, quema de barbijos, acusaciones destempladas y destacable carencia argumental, perdió en todas las encuestas y –por ello- a la hora de definir estrategias electorales. No hablamos de todo Juntos por el Cambio sino de su ala más conservadora: dentro de ella, hay espacio para preferir la vacuna a los espantajos mediáticos que la condenan, preferir el discurso sibilino a las denuncias absurdas, elegir las figuras moderadas contra las posiciones ultras en el espectro ideológico.
Sorpresa se ha llevado Bullrich, que se encandiló con el goce mediático instalado en la agresión al oficialismo, y creyó que había relación proporcional entre practicar tales agresiones y obtener apoyo electoral. Resultó exactamente al revés. Vidal viene de una fiera derrota en provincia de Buenos Aires: muy poco ha salido por tv –no ostenta hoy ningún cargo-, y fue ferozmente atacada por la jauría periodística cuando “no obedeció” la orden de Macri para ir en provincia y dejar el camino abierto en la ciudad. Esa Vidal debilitada por diversos factores, le ganó ampliamente la pulseada a la publicitada denunciante, la cual había dado diversos pasos en falso, como el fallido denuesto contra la negociación con la Pfizer. Los mohínes infantiles de Vidal pudieron más que el castañeteo de dientes de Bullrich, que su decisión de instalar al país en una permanente guerra sin cuartel que cansa y desgasta a propios y extraños. Así es la presidenta del PRO, mano ejecutora de las posturas de Macri, el cual quedó en el aire, suspendida su pretendida autoridad: ni Rodríguez Larreta ni Vidal –que se reunieran separadamente con él- le hicieron caso. El liderazgo ya venía acabado, y Macri no se había dado cuenta: ahora ello es público y notorio.
Para Macri, parece el principio del fin. Ya en la UCR no quieren seguir con la mochila de quien los llevó a la derrota electoral de 2019: pero sobre todo en el PRO, asistimos a la rebelión de los hijos. Aquellos que se formaron con Macri, ya crecieron o –en todo caso- no quieren más esa tutela de vagos conceptos y dislocada pronunciación. Un liderazgo que se asienta más en el poder que en el prestigio, no se sostiene cuando el poder se ha perdido. Y se acercan horas preocupantes para el ex presidente: lo esperan no pocas causas judiciales con casos problemáticos, donde el favor de Comodoro Py ya no está garantizado.
Schiaretti, seguramente, se sentirá desorientado. El “cordobesista” gobernador se quedó sin brújula, pues ha sido un obediente seguidor extrapartidario de Macri. Cuesta entender este comportamiento, que quizá sea carne de diván: como ex empleado de SOCMA en el Brasil –en tiempos remotos en que la dictadura lo orilló al exilio- parece seguir creyéndose un subordinado. En ese cielo el lucero se ha apagado, y el cordobesista deberá consultar a la Pitonisa para que le ofrezca alguna nueva orientación de sentido. Por ahora, le reina la noche.
Por su parte Bullrich, obvio, se sintió abandonada por el viajero que hasta ayer fue su líder. Ahora queda sola, seguida por una Armada Brancaleone de personajes que juegan tan en los extremos de la cancha, que a menudo caen a sus orillas y se convierten en marginales de la política, como Wolf o Fernando Iglesias. Ese equipo preparado para operaciones bélicas, ataques de todo tipo y depredaciones del argumento, ha quedado ensombrecido por el descrédito de sus líderes. Caen los adláteres en la caída de los dioses.
Porque Lacan, en sus juegos retóricos, afirmaba que “los dioses existen”, y aludía con ello a que necesitamos creencias, y que ellas a menudo nada tienen de racional. Se creyó en Macri por mucho tiempo, contra toda evidencia: a pesar de su rudimentario léxico, su trabajosa lógica. Mientras, Bullrich vivió el espejismo de la ofensa como magia: cuanto más agredo, mejor me va. No resultó. Dioses de barro, los derrite la lluvia.
Por cierto que Vidal o Larreta no son diferentes en sus programas o en sus ideas que los (por) ahora vencidos. Se hicieron junto a ellos, y estratégicamente no tienen modelo alterno de país. Pero sí exhiben otro modo de hacer política: no sólo del denuesto viven, y no obedecen a lo que les dicta algún súbito periodista sin gimnasia política. Tienen algún respeto por la autonomía de sus decisiones, y eso no es poco frente a aquellos que son un reflejo de la pantalla enloquecida.
Para lo electoral, Vidal y Larreta son más difíciles de vencer que los del ala “dura”. Pero no juegan a dioses: apuestan al cálculo estratégico, dosifican el lenguaje, calculan si conviene el ataque o la mesura.
Y es que el mensaje que se ha dado al país no es de corte electoral, sino mucho más de fondo. La población quiere vacunarse, quiere alimentarse, quiere vivir tranquila. La belicosidad encendida, la flamígera espada combatiente que la tv expone a cada segundo, cada hora y minuto en contra del gobierno nacional, no refleja lo que quiere vivir la mayoría social. La extrema derecha de halcones y liberautoritarios, no domina la opinión pública.
Una buena noticia contra innúmeros destemplados y golpistas que creyeron que la tolerancia callada de la audiencia significaba aprobación, pues aún los ciudadanos que están definidamente en contra del gobierno actual quieren oponerse por vía institucional, en paz, y manteniendo los márgenes imprescindibles de regulación del conflicto. Es no poco, a esta hora en que los dioses parecen esfumarse.-
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