La
muerte de Miguel de Cervantes Saavedra, un 23 de abril de 1616, ha
generado dos efemérides para la cultura hispanoparlante: el “Día
del Idioma” y el “Día del Libro”, celebración internacional
(proclamada desde la UNESCO) que recuerda a otros escritores que
también fallecieron en esa fecha, como William Shakespeare y el Inca
Garcilaso de la Vega.
Día
del idioma... suena tajante, cristalizado en el mármol de la regla
unívoca. ¿Idioma? ¿El idioma?
¿Hablamos
todos, todas, el MISMO IDIOMA?
Que
el idioma es un organismo vivo, con múltiples manifestaciones, con
variadas formas de expresión resulta obvio y, efectivamente, cierto.
Pero ¿es obvio, natural, cotidiano hablar de un solo idioma? ¿Es el
español “nuestro” idioma? Lo es, porque nos comunicamo,
comprendemos, aprendemos y estamos inmersos en él, pero no lo
elegimos, no lo inventamos. El español extendido por la América que
lo sostiene fue impuesto a sangre, cruz y fuego, destruyendo los
idiomas que ya hablaban los hombres y las mujeres originarios de este
(denominado por otros) continente.
¿Y
si hablamos de los idiomas? ¿Y si recuperamos aunque sea por un
ratito radial, quizá nostálgico pero siempre respetuoso, el legado
y la importancia de esos idiomas?