Desagravio al vino

El escritor mendocino critica el impuesto que propone el Gobierno a la bebida nacional desde sus lúcidas y creativas reflexiones. "Cada vez que asoma la Vendimia nos decimos: beber vino o no beber vino, esa es nuestra cuestión". Un homenaje poético al elixir que "no necesita defensa, basta con elogiarlo".

Sociedad

Impuesto al vino

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Rodolfo Braceli

Publicado el 08 DE NOVIEMBRE DE 2017

Afirman que el vino es un “producto no saludable”. ¿Absurdo por qué? Porque científica y culturalmente está demostrado no sólo que el vino no hace mal sino que, además, le hace bien a la vida de los humanos aquí en la tierra.

No entiendo de economía ni de finanzas ni de reformas impositivas. Pero tengo el derecho y el deber, como habitante nacido en Mendoza, al oeste del paraíso, de aportar reflexiones. Y aquí van:

- Si el vino tiene la edad del mundo –perdonen la expresión–, por algo será.

- Indiscutible: de carne somos. Y de fútbol somos. Pero, ¿alguien se atrevería a negar que también de vino somos?

- Hace meses se descubrieron semillas de Silene stenophylia, semillas que las ardillas guardaron en lo profundo del suelo congelado de la Siberia durante treinta y dos (32) mil años. Y ahora, encontradas, resulta que florecen como si 32 mil años no fuese nada. Cuando se descubrieron esas semillas, los científicos lo celebraron con un emocionado brindis. Brindaron, naturalmente, ¡con vino!

- Cada vez que asoma la Vendimia nos decimos: “Beber vino o no beber vino, esa es nuestra cuestión”. Si Hamlet hubiese planteado las cosas en esos términos, la calavera  habría sido un rostro con semblante.

- Decimos que el vino es un milagro. Pero ojo el piojo: se trata de un milagro que no sucede por milagro; en todo caso es un milagro sembrado, merecido y conseguido porque se juntaron tierra y agüita y sol, y paciencia humana.

- A propósito, hay que gritarlo: el vino es con nosotros por obra y gracia y desvelo y sudor de los desconocidos de siempre. Un milagro que brota de esta tierra que nos parió.

––El vino tiene devotos y detractores. Qué paradoja: muchos que presumen de abstemios resulta que son adictos a gaseosas hechas con la impostación de aguas amarronadas. Es hora de afirmar que nuestro vino no necesita defensa, basta con elogiarlo. Y, antes, hay que beberlo desde la sabiduría del acompasado sosiego.

––Ya nadie discute que el vino tiene la misma edad que el hombre y la mujer. Al parecer, en el origen del origen, así fue la cosa:

º  En el principio creó el Supremo los cielos y la tierra.

º  Y entonces dijo sea el Sol para que sea la luz; y fue la luz.

º  Y vio el Supremo que la luz se embadurnaba con las tinieblas, y sin más llamó día a la luz y noche a las tinieblas. Y llamó tierra a lo seco y a las aguas mar.

º  Después, el Supremo dijo: “Produzca la tierra, abierta como dos piernas y surcada por el agua penetrante, racimos cargados de presentimientos”.

Así fue: al quinto día de la creación, asomaron los viñedos. Es por demás curioso que ese mandato haya sido anterior a la creación de gorriones, mosquitos, gatos, perros, peces y arañitas; anterior incluso a la creación del hombre y de la mujer. La pregunta cae por madura: ¿Por qué tal urgencia en esa decisión del Supremo cuando rotundo mandó que la tierra se abriera como dos piernas para ser penetrada por el agua? Evidente: con esto vaticinaba el nacimiento de algo que por los siglos se llamaría vino.

 

Adán y Eva y Matusalén y Noé

Sigamos haciendo memoria. Según información bíblica Adán, el primer hombre con cédula de identidad, vivió 930 años. Después lo descendieron Set, Enós, Cainán, Mahalaleel, Jared, Enoc (este murió jovencito, a los 365 años, abstenio), Matusalén, Lamec y Noé. Que quede claro: desde Adán, pasando por Matusalén, hasta Noé, ninguno de esos muchachos fue abstemio. Ninguno tomó Cacacola ni brebaje parecido.

Detengámonos en Noé, el marino bíblico. Sabido es que el Supremo se calentó mal y díjole a Noé: “He decidido el fin de todo ser porque la tierra está llena de violencia y la violencia de frivolidad y la frivolidad de mafiosos. Arrasaré lavando con todas las aguas habidas y por haber. El mundo es inmundo. Demasiada biblia junto al calefón, apogeo del cambalache. Lo inmundo sea lavado. Hazte, Noé, un Arca de madera. ¡Y ni se te ocurra dejarlo para mañana!” Sobre el pucho desató diluvio.

Pero atención: antes le recomendó imperativamente: “Entrarás en el Arca con tu familia. Y de todo lo que vive y respira, llevarás dos de cada especie (macho y hembra serán)”.  Y Noé cumplió lo ordenado. Pero Noé era un viejo muy zorro: además de lo establecido, subió al Arca por su cuenta y riesgo, varios barrilitos. Contenían vino oscuro, vino del profundo. (¡Grande Noé!)

 

Pasteur, Napoleón, Goethe, Borges etc.

El sabio azar me trae un anuario publicado en Mendoza en el año 1933. Lo guardó mi padre para mí. El gobernador de entonces se llamaba Ricardo Videla. En el planeta vivían 1.450 millones de personas. Lo estoy hojeando al anuario. Empieza con una cita de J. A. Deleris, presidente de la Academia de Medicina de París: “El vino es el antídoto del alcoholismo”. Y sigue: “No en vano los romanos llamaban a la vid vitis, palabra derivada de vita”. Enseguida el doctor F. Widal, de la Academia de Medicina de París, opina: “El vino, tomado sin exceso, es un tónico de los músculos y un estimulante del espíritu”. En la página 15 Deleris nos explica que “el uso moderado del vino no ha perjudicado jamás el trabajo cerebral. Al contrario, lo ha estimulado”.

En la página 24 el anuario demuestra la superioridad de los deportistas de los países vinícolas. Y da una lista de genios con fama de buenos bebedores de vino: Goethe en Alemania, Kossuth en Hungría, Pasteur y Napoleón en Francia, Camoens en Portugal, Goya en España, y Dante y Miguel Ángel en Italia. En la página 30  Rene Pierret, de la Facultad de Medicina de Lille, sostiene: “El vino lleva consigo la alegría, es el sol embotellado.” En la página 35, Beckers afirma que “el vino bien tomado beneficia al jugo gástrico, al hígado, al páncreas”. Citando al abate Jacmin dice que “El vino es la leche de los ancianos”. En la contratapa del precioso anuario aparece el sabio Luis Pasteur (químico, biólogo, creador de la microbiología, iniciador de la era de las vacunas) con esta opinión: “El vino es la más sana y la más higiénica de las bebidas”.

El viejo Pasteur vivía lo que decía. Era un buen bebedor. Este hacedor de vida murió durmiendo. Adolfo Hitler, famoso des-hacedor de vida, era abstemio. Estaba virgen de vino el hijodesumadre.

 

Historias paralelas

La de la humanidad y la del vino son historias paralelas. Se rumorea que las primeras viñas ya latían 3.500 años antes de Cristo. El vino está en la Biblia, y en el segundo viaje de Colón. Pero mucho antes, los vikingos lo veneraban. Por una distracción (nefasta) faltó en las provisiones de Napoleón, cuando Waterloo. (Así le fue al petiso.)

Una de las selecciones de fútbol más prodigiosas fue la de Hungría, en 1954. Era una fiesta de destreza traducida en la eficacia de los goles. El gran Kubala, en un avión que iba a Bucarest, me contó: “Siempre almorzábamos y cenábamos con vino. La noche anterior a nuestra final con los alemanes, nos abstuvimos del vino. Error imperdonable. Nadie durmió bien. Al otro día jugamos atolondrados y sin alegría. Perdimos contra un equipo de torpes corredores”.

Borges, en 1977 me confesó: “Entre mis carencias e imperfecciones, aparte de mi reconocida cobardía, anote la de no saber beber vino. Espero que aquellos que me juzguen por tamaña ignorancia sean indulgentes: consideren mi fervor por las uvas”.

Woody Allen al vino lo descubrió tarde. Pero más vale tarde que nunca. “Hay razones por las que advierto que ya no soy un infeliz. Aprendí a beber vino. Por ignorar eso me pasé 40 años intoxicado de pensamientos, siendo un infeliz que le entregaba el dinero y la felicidad a mis psiquiatras”.

Se ha recomprobado lo que el persa Omar Khayyan predijo desde la poesía, a comienzos del siglo 12: el vino favorece el colesterol bueno y hace recular el colesterol malo. Favaloro y tantos cardiólogos recomendaron dos buenos vasos de vino oscuro diarios, para salir de las enfermedades cardiovasculares, o para prevenirlas.

El vino es alimento, remedio y celebración. La doctora rumana Anna Aslan, la inventora del Gerovital para prolongar la vida, en 1972, en Bucarest, en un reportaje me dijo que el Gerovital era la mitad de su receta. “¿Y la otra mitad, doctora?” “La otra mitad depende de una filosofía de vida en la que no puede faltar un rato de siesta y la alegría del vino de cada día.” Me consta: la doctora Aslan cenaba con vino. Pasó largamente los 90 años. Insistía: “El vino es la mejor bebida de la tierra”.

En suma: que el vino es un remedio que evita los remedios. Nos pone la sangre en sinfonía con ese misterio que llamamos Vida. Sabido es: la mayoría de las cosas que nos producen goce y alegría están muy restringidas o prohibidas. Lo que nos gusta casi siempre nos hace mal. El vino es una preciosa excepción. Nos trae consuelo o nos trae alegría ¡y no nos hace daño. Como el sexo, digamos.

Hubo imperios que se desparramaron en la tierra y desaparecieron. Pero el vino vadeó todas las modas. Lin Yutang, a propósito de un artículo de Charles Fergurson (“Los dictadores no beben vino”, Harper´s, 1937) nos revela que el señor Hitler, el señor Stalin y el señor Mussolini no bebían vino. “Hombres desastrosamente rígidos”. Según Lin Yutang nadie podría ser dictador perdurable si tomara vino. ¿Por qué? Porque el vino desanuda. Y armoniza. Y lima los odios. Y transforma en sinfonía las diferencias. Porque quien bebe vino permite que su cuerpo deje de ser una cárcel de sí mismo y lo convierte en campana. En fin, que si los dictadores (asesinadores violadores) hubieran aprendido a beber vino ¡otro cantar sería la historia! Y quien dice “otro cantar” no dice “otro llorar”.

Hablando de asesinadores violadores de la vida y de la muerte: ahí tenemos al hijo de Bush. Resulta que este muchacho con ojos de gallina engripada era un alcohólico de atar. De whisky. No aprendió a beber vino el sonso, y se hizo abstemio. Por ese entonces se dedicó a hacer guerras preventivas que son genocidios preventivos.  

Con un punto y aparte digamos que vino y vida nacen con la misma sílaba. Se nutren espejándose. No es casualidad, es prodigiosa causalidad.

 

Tiempo de brindar

Y vayamos descorchando esa latente botella de vino oscuro. Sí, ya es hora de brindar porque estamos vivos y amanece, que no es poco. De brindar por los hondos espejos que nos miran vivir, y por sol, y por la agüita de los canales y las hijuelas, y por la honda noche de hoy que está embarazada del día de mañana.

A todo esto, afrontemos la pregunta de las preguntas: ¿Qué es el vino?

El vino es un relámpago moroso, sucesivo.

El vino le pone la mano en la espalda a la tristeza, y la tristeza decide esperar un día más, y afrontar el día de mañana.

El vino le da semblante a la alegría. Nos habla al oído cuando estamos solos. Nunca nos es infiel el vino. Que no nos vengan ahora con que es una “bebida insalubre”. El vino es hijo de una sociedad entre la profunda tierra y el sol. ¿A quién se le ocurre un impuesto al sol?

No pienso terminar esta parrafada sin acudir a los brindis:

–Que sea el vino por los que se hacen el amor de los amores a rajacincha.

–Que sea el vino por los laborantes que tejen a nuestro vino junto al sol y a la luna, al compás del agua esencial (agua que debemos cuidar y vigilar con uñas y dientes, porque se cotizará en el mundo mucho más que el petróleo, y más que todos los oros.)

Posdata. En estos días de confusión, que conste: el vino es la única patria con mástiles para todas las banderas.

 

* Rodolfo Braceli es un poeta, ensayista, novelista, dramaturgo, cineasta y periodista argentino - zbraceli@gmail.com   www.rodolfobraceli.com.ar

Gentileza: Diario Jornada.

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