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La movilización en el vecino país puso en entredicho a su clase dirigente. El reclamo social muestra un profundo descontento incubado desde hace tiempo.
Foto: Perfil
Unidiversidad / Federico Kruger
Publicado el 25 DE OCTUBRE DE 2019
En estas horas Chile parece haberse asomado a un debate que puede signar sus próximos 20 años. Y esta discusión, que en la superficie asoma con la proliferación de marchas en todo el país con su correlato de choques con carabineros y saqueos, no es otra cosa que la puja por los ingresos y riqueza que genera este país.
En las calles se manifiesta un profundo descontento popular que estaba incubado desde hace tiempo y que se entrelaza en reclamos que van desde un mejor acceso a la salud, una jubilación digna, un aumento del salario mínimo, en definitiva, una vida digna que valga la pena ser vivida. Y justamente el plan social del presidente chileno Sebastián Piñera va en ese sentido.
La parábola de Piñera, que pasó de estar "en guerra" con su propio pueblo a pedirle perdón, habla de un registro por parte de la clase política de que la situación en el vecino país llegó a un punto de tensión extrema y que el modelo valorado en lo macroeconómico necesita un profundo cambio en lo social para que esas finanzas equilibradas tengan a la vez su impacto en una mejora en las condiciones de vida de la población.
Pueblo que lejos de amedrentarse con el toque de queda y la presencia de militares en la calle, salió a reclamar a voz en cuello que Chile despertó y que por más gases que le tiren no se va a volver a dormir.
Las cacerolas presentes en cada movilización, un elemento tan propio de la vida doméstica, simbolizan la espontaneidad de un reclamo que sale del confort del hogar, porque cuando el dinero no alcanza el confort ya no es tal, y que la protesta necesita un canal político en el cual elaborarse.
Esa es otra parte de esta historia. El pluriclasismo de una protesta tan intensa que late en el deseo de la clase media chilena de permanecer en el carril de la movilidad social, y la vocación de sectores populares por no caer al abismo de la pauperización.
Esos sectores lejos están de sentirse representados por los partidos políticos, por lo que pervive huérfana de representación en la calle.
Y en este cuadro la juventud cumple el imprescindible rol de unir a los eslabones de esta estructura social con su reclamo de una vida digna, entiendo que toda vida empieza a dignificarse con un acceso a una educación gratuita y de calidad que posibilite el futuro empleo.
En tanto, mientras el reclamo sigue vivo en las calles, los lazos de solidaridad se reinventan y se consolidan en plena marcha. A fuerza de barbijos y bicarbonato para no sofocarse con la acción de los gases.
Esos mismos lazos de solidaridad son los que mantienen y dan fuerza a la sociedad movilizada en pos de un futuro mejor.
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