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"La vida de un hombre es lo que sus pensamientos hacen de ella" es una de las frases clave sobre el tema, que indica por dónde hay que encaminarse a la hora de tener una vida afectiva más plena. Mirá el informe y algunos tips para acercarse al tan mentado estado.
Foto: HacerFamilia.
La expresión “inteligencia emocional” está incluida hoy en el léxico de muchos, tanto de la gente corriente como de los intelectuales o los famosos. Hasta los ministros la usan en sus comentarios y advertencias, pero no todo el mundo se refiere a lo mismo cuando utiliza esa expresión. Para algunos, la inteligencia emocional es algo así como una especie de inteligencia más avanzada que la clásica, es decir, que la inteligencia analítica, la que miden las pruebas que acaban dando un resultado en forma de coeficiente numérico. Hay también quien se refiere a la inteligencia emocional en negativo, como una incapacidad para controlar las emociones: “Se comporta como si no tuviera inteligencia emocional”. No faltan tampoco quienes creen que es un nuevo tipo de inteligencia recientemente inventada, pues, a fin de cuentas, el concepto de inteligencia no es absoluto, como lo son la talla o el peso de una persona, ya que siempre depende del criterio del observador. Otros, por fin, ni siquiera sabemos a qué se refieren cuando hablan de ese tipo de inteligencia. Quizá por todo ello vale la pena intentar aclarar el concepto.
Según explicó en un extenso informe el diario español El País, hace algunos años, la popular revista anglosajona Time convirtió la portada de uno de sus números en una pregunta escrita con grandes caracteres y dirigida al gran público “¿Cuál es su coeficiente de inteligencia emocional?”. Ella misma, en caracteres mucho menores, respondía: “No es su coeficiente de inteligencia. Ni siquiera es un número. Pero la inteligencia emocional puede ser el mejor predictor de éxito en la vida, redefiniendo lo que significa ser listo”. Eran los tiempos en los que el periodista Daniel Goleman había publicado su conocida y exitosa obra Inteligencia Emocional, haciendo creer a muchos que él había creado o descubierto ese (nuevo) tipo de inteligencia.
El concepto de inteligencia emocional ha servido también para que muchos osaran desafiar a la evolución biológica del cerebro y las capacidades mentales anteponiendo la emoción a la razón, dándole primacía a la primera. Ciertamente, las emociones cambiaron el cerebro de los mamíferos hace ya más de 200 millones de años y perpetuaron una poderosa influencia de ellas, que sigue viva en nuestra especie y nuestros días. Pero hace muchos menos años, aunque no pocos, unos 60 millones, el cerebro de los primates desarrolló el neocórtex, la corteza cerebral moderna, un cúmulo de neuronas altamente organizadas y capaces de dominar al resto del cerebro. Ese desarrollo le confirió, aunque no siempre lo notemos, primacía a la razón, es decir, capacidad para dominar los sentimientos.
Lo hizo de una manera muy especial, que tampoco solemos notar. Cual fabuloso y perspicaz sujeto, la razón se propuso dominar a la emoción utilizando sus propias armas: una emoción solo la quita otra emoción, más fuerte y poderosa o incompatible con la que se quiere eliminar. Cualquier persona que haya sufrido una crisis sentimental, como ser abandonada por su pareja, sabe muy bien que la mejor forma de superar esa crisis consiste no tanto en infravalorar la pérdida como en suscitar un nuevo romance. Para eso, para suscitar emociones incompatibles con las indeseables, es para lo que sirve la razón. Bien utilizada, la razón siempre será más poderosa que las emociones. Ambas, razón y emoción, forman parte del sistema funcional que es la mente humana. Van juntas y se necesitan mutuamente. La inteligencia emocional es la capacidad de gestionar las emociones utilizando la razón. Las emociones son el imprescindible ejército que continuamente moviliza la razón.
Quien antes y mejor lo supo no fue el periodista Daniel Goleman, ni tampoco los psicólogos John Mayer y Peter Salovey, de la Universidad estadounidense de Yale, modernos estudiosos del concepto. Fue el emperador romano Marco Aurelio (121-180 DC), apodado "El Sabio" y verdadero padre de la inteligencia emocional. En su imperecedera obra Meditaciones, excelente tratado de inteligencia emocional, incluye la frase que todas las facultades de Psicología deberían esculpir con martillo y cincel sobre el mármol de su fachada: “La vida de un hombre es lo que sus pensamientos hacen de ella”.
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