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21 DE NOVIEMBRE DE 2024
Ya de chico yo entendía eso de tener olfato. Decía un tío mío que para desempeñar su profesión, cualquier persona, aparte de sus conocimientos técnicos, su experiencia, su capacidad de observación y algunos atributos más ligados a la suerte que al propio oficio, para ser completo debía también tener olfato.
Un buen periodista debe tener guardadas buenas preguntas para cada caso y así podrá avanzar en su tarea casi sin dificultad, si omitimos, claro está el tema del sueldo. Pero por más y mejores preguntas que tenga siempre a mano, debe tener buen olfato para saber, como sabueso entrenado, por donde debe continuar su pista a fin de concluir con una buena nota al final de la jornada.
En tareas relacionadas con las actividades de la industria del perfume es casi el mejor de los dones. También en los oficios y profesiones que tienen a la culinaria como eje y a la producción de bebidas en general. Comida y bebida requieren de un buen gusto, pero también e indefectiblemente requieren de un buen olor.
Para todo lo relacionado al consumo humano es de preferencia que lo que sea huela bien. Y para eso quienes se dedican a su producción deben contar con la colaboración experta de un buen olfateador. Una buena nariz.
Ya el poeta Quevedo escribió un perfecto soneto a quienes fuimos dotados de nacimiento con la herramienta física necesaria para tener buen olfato. Decía Quevedo
Érase un hombre a una nariz pegado,
érase una nariz superlativa,
érase una nariz sayón y escriba,
érase un pez espada muy barbado.
Érase un reloj de sol mal encarado,
érase un alquitara pensativa,
érase un elefante boca arriba,
era Ovidio Nasón más narizado.
Érase un espolón de una galera,
érase una pirámide de Egipto,
las doce tribus de narices era.
Érase un naricísimo infinito,
muchísima nariz, nariz tan fiera,
que en la cara de Anás fuera delito.
Por ese y otros motivos más, me parece a mí, casi con seguridad, que se debe reivindicar a las personas que, hasta hace muy poco, eran denostados con calificativos adversos y ofensivos. Los que tiene un gran órgano olfativo han sido motivo de burlas e inclusive insultos, por varios siglos, sin que nadie alzara su voz en defensa de esa actitud de discriminación supina.
Hay casa de la Mujer golpeada, organizaciones que propugnan la inclusión de los que tienen discapacidades o capacidades diferentes, refugios de inmigrantes, comisionados de refugiados, leyes de derechos civiles igualitarios, declaraciones universales para los derechos de los niños, páginas web que defienden a los zurdos, fundaciones que investigan el uso medicinal de la marihuana y personas que defienden su consumo sin castigo de la ley. Hay promotores del consumo de comidas sin agregados químicos, ecologistas fundamentalistas que son capaces de inmolarse si alguien ataca a un perro pulguiento... Pero, señoras y señores... ¿quién se ocupa de defender a los narigones?
Nadie.
Inclusive hay científicos que han estado estudiando últimamente el origen de la variedad de las narices. Las hay muy largas, anchas, achatadas, respingadas, aguileñas, puntiagudas, mínimas, carnosas, coloradas, quebradas y absurdas. Pero ninguno de los estudiosos ha emitido argumento alguno en defensa de quienes son motivo de burla por poseer un llamativo órgano olfativo.
Yo he sufrido en carne propia los atropellos de mis compañeros de escuela a la hora de buscar apodos para cada quien, en la institución educativa. Pero al ver que había una disputa por el volumen nasal entre otro compañero y quien escribe, procedieron a buscar una forma más equilibrada del oprobio. Es así que, uso de cinta métrica mediante, que pasaron a medir quien era el más desarrollado en esa geografía anatómica. A mí me faltaron casi seis milímetros para que me adjudicaran el apodo. Pero no hubo rencor entre nosotros. Yo sigo siendo amigo del Narigón Fernández.
Para darle más rigor a nuestras palabras, podemos decir, como ejemplifica Martin Cagliani en un notable trabajo de divulgación científica, que la nariz comenzó a ser lo que hoy es cuando los primeros vertebrados empezaron a salir del agua, hace como unos 400 millones de años, días más, días menos.
"Ya dentro del agua la nariz servía para identificar olores, pero en la tierra el sentido del olfato se amplió notablemente, ya que el agua diluye las sustancias con lentitud mientras que en el aire, el viento se encarga de dispersar los olores con rapidez y también a mayores distancias", dice Cagliani.
Para ir terminando, pido clemencia señores y señoras, para esas personas que nadie defiende cuando son burlados, para esa minoría silenciosa, hasta la llegada de un resfrío. El tener un prominente órgano olfativo a simple vista no los hace ni mejores ni peores.
Algunas veces es un beneficio a la hora de diferenciar un buen vino o un estofado a la cacerola, pero no mucho más. Sea solidario y piense.
Los narigones también somos seres humanos. Yo sé de qué se trata. Yo estuve allí.
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