Asesinato del colectivero: todo es confuso
Por Roberto Follari, epistemólogo, docente y doctor en Psicología.
Foto: Télam
El brutal asesinato del colectivero en el conurbano sirvió tan rápido a especulaciones políticas, que por ello mismo se hizo sospechoso de no haber sido realmente dar muerte en ocasión de robo. El uso de armamento sofisticado, se suma a la presencia inusual -para lo que se supone era un robo menor- de dos automóviles de apoyo. Fue un asesinato hecho por profesionales, no por los ladrones ocasionales que suelen asaltar colectivos en uso. El chofer asesinado parece no haber ofrecido resistencia, lo cual hace muy incomprensible que se le disparara.
Por supuesto que la seguridad es siempre un problema nada menor en el país, y singularmente en el Conurbano. Hay mucho por mejorar en un plan metódico de seguridad democrática, la cual debe implicar planificación integral: prevención, acción social en barrios marginados, tareas de inteligencia criminal, defensa comunitaria (por ej. con el uso de alarmas), leyes adecuadas, formación del personal policial y penitenciario, mejora de las cárceles -en seguridad y en rehabilitación de los reclusos-, equipamiento policial y mejor presencia de la policía en las calles. La “mano dura” nada resuelve: los apóstoles de la derecha que hacen peroratas sobre la mano dura, ya gobernaron el país y no arreglaron nada. También hubo asesinatos de colectiveros en aquellos años. Y las provincias que hoy gobierna JxC, no dan ningún ejemplo de mejor confrontación con el delito.
Pero no sabemos si este nuevo caso -con el consiguiente dolor para familiares y amigos de la víctima- ha sido realmente un caso de inseguridad, o fue un asesinato planificado con otros fines. La interna dentro del sindicato de choferes -la UTA- registra una pelea frontal entre tres sectores diferentes: y se sabe que en esos casos no sólo se confrontan modelos sindicales, sino que están en juego sumas colosales de dinero. A su vez, la condición preelectoral enrarece la vida del país: la tv hegemónica no sabe ya qué nueva cosa endilgarle a Kicilof, nueva figura satanizada por su posibilidad de ganar en provincia de Bs.Aires. Hasta desde Estados Unidos, una jueza nada imparcial lo “culpó” por la expropiación de las acciones de YPF: los ataques de un senador republicano a Cristina Kirchner hace unos días, dejan claro que desde el Norte se opera claramente contra el kirchnerismo/peronismo argentino.
La violencia contra Berni fue claramente sospechosa: la filmación muestra dos golpeadores que le pegaban desde atrás, ensayando saltos como de boxeador y sosteniendo guardia, lo cual es muy lejano a lo esperable en un colectivero. El golpe más fuerte, muy cobarde, lo lanza desde un metro de distancia un hombre con barba hoy totalmente identificable: no tenía el uniforme de quienes protestaban. ¿Eran manifestantes, o eran infiltrados? Ya circulan en la red los nombres de algunos que serían militantes del PRO, como el hijo del secretario general de la UTA: habrá que chequear la veracidad de esos datos.
El inesperado cántico “que se vayan todos” que se enarboló en algún momento, tampoco parece casual. Y, como algunos investigadores de disciplinas sociales señalan, los indicios son una forma muy valiosa de indagación científica: supuestos colectiveros mostraban un cartelito escrito a mano que rezaba “Nos quitaron tanto que nos quitaron el miedo” (“el miedo”, dice, entre comillas): es exactamente el mismo cartel que alguien sostiene en un reciente acto de Patricia Bullrich en el conurbano. No es la misma frase: es el mismo cartel. No es casualidad, ciertamente.
También circula foto de Bullrich con colectiveros en una reunión sostenida con ellos hace poco tiempo, en el mes de marzo. Quizás por sí sola no dijera mucho, pero en conjunto con la anterior, permite abrir una sospecha fundada.
La tv opositora -muy mayoritaria- se lanzó sobre la situación como sobre un festín, como si la existencia de inseguridad ciudadana (ellos dicen que es un caso de la misma) que es un problema del gobierno actual, no lo fuera también del anterior y de los futuros: y como si todo lo ocurrido estuviera claro. Un Berni que cree demasiado en su rol de Rambo, debió haber ido con custodia al sitio: pero cabe destacar su dignidad de no poner el posterior acento en los agresores. La tv lo atacó, hablando de la “comprensible” violencia de los colectiveros: cuando a uno de los políticos de derecha no se le ha pegado sino sólo se le ha gritado, tal justificación jamás ha aparecido.
La policía Metropolitana tuvo una actuación desmesurada: le pegó salvajemente a algunos de los presentes, especialmente en el insólito “escudazo” que vimos por tv. A Berni lo sacaron contra su voluntad: según ellos, para “rescatarlo”, cuando ya la belicosidad contra él no continuaba. Las piedras que recibieron mientras se llevaban al ministro (una le dio fuertemente a él), fueron contra ellos, no contra Berni, dado que se habían enfrentado con los manifestantes.
Los problemas de seguridad no son para jugar, y no se arreglan con estúpidas “indignaciones” televisivas: no es cuestión de “que trabajen”, de que “se pongan las pilas”. Es un problema sistémico y multicausal, que hay que enfrentar de modo urgente, pero sólo tiene solución a largo plazo. El gobierno tiene deuda con ese tema: también tiene deudas la principal oposición. Pero el uso carancho de dramas como la muerte -en este caso de dudoso origen-, muestra la pérdida de rumbo que hace ya varias décadas tienen las dirigencias de la política y del periodismo en la Argentina actual.
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