Cumplió 100 años la mujer cuya historia es todo un ejemplo de dignidad. A los 28 años sufrió el escabroso ataque de una cuadrilla policial que perseguía obstinadamente a su esposo Juan Bautista Vairoleto.
Los 100 años de Telma Ceballos fueron motivo de fiesta en un Salón de la calle Pescadores de Las Heras. Al festejo asistieron familiares –hijas, nietos, bisnietos y tataranietos-, más algunas amigas del centro de jubilados de la 4ta Sección, del que ella participa. Hubo serenata, como corresponde, con cuecas y tonadas dedicadas a la cumpleañera. Las fotos fueron cedidas gentilmente por los familiares con el fin de compartir socialmente el instante feliz de una mujer cuya historia es parte de la historia nacional.
Lo es, bajo el sugerente rótulo del bandolerismo social; ese capítulo alberga historias de hombres valientes y corajudos, cuyas acciones “fuera de la ley” contaron con la admiración y protección de la gente. Ahora bien, dentro de ese mismo imaginario social vale destacar el increíble ejemplo de dignidad de las mujeres, soslayadas en la historiografía, pese a que sin ellas, la memoria simbólica, la real y la posible, no tendría el ardor que tiene y conserva en el alma del pueblo.
Quien haya tenido ocasión de conocer a Telma Ceballos ha podido verificarlo. Desde su hablar de buena gente, sencilla y honesta, su mayor triunfo es haber podido criar a sus hijas y darles una educación, frente a condiciones de absoluta pobreza. Para ella, la palabra “bandido” no describe lo que fue su esposo, esencialmente un hombre bueno, entregado a los que necesitaban de su ayuda y desafiante en ocasión de haber sido víctima de los abusos con uniforme. A la hora del final, frente a la muerte presentada como un triunfo de las balas policiales, gracias a Telma todos pudieron saber cómo habían sido los hechos en realidad: “El Juan se suicidó. No lo mataron, él se suicidó. Yo me levanté de la cama detrás de él, protegiendo a las chicas. Veo que se pega el tiro y empieza a caer para atrás, se apoya en la pared y cae. Después entró la policía y le tiraron ya muerto en el piso”, dijo, rememorando aquella madrugada fatal del 14 de septiembre de 1941.
Sus ojos se encienden al recordar las primeras impresiones de su encuentro con Juan, varios años mayor que ella, un día que se dirigía hacia la planta envasadora de tomates. Sin mediar demasiadas palabras, desde arriba del caballo, el apuesto Juan la miró y le dijo: “Vos sos pa’mí”. La historia revelaría un amor férreo en circunstancias pesadas, un hogar en tierras prestadas (a 25 km. de General Alvear, en la localidad conocida como Carmensa) y como en tantos ranchos, vigente por el compromiso y no por el trámite del casamiento civil.
Cuando su compañero se suicidó, asediado por la policía pampeana, ella tenía 28 años, dos hijas y todo el estigma de ser la esposa de Vairoleto. “Incluso el día del operativo policial tuvo que soportar abusos de la policía pampeana, quienes la obligaron a cocinar para toda la comitiva, y cuando volvió al rancho le habían robado absolutamente todo lo poco que tenían (monturas, algunos animales, armas, algo de ropa, herramientas de trabajo)”, relata su nieto, el sociólogo Fabio Erreguerena.
Fabio remarca que todo ello consta en la causa judicial, ya que sería a instancias del compadre Vizcaya, un amigo de Vairoleto, que Telma hizo la denuncia de ese robo, y lo que ella cuenta es: “Apenas volvió al rancho, lo primero que hizo fue poner tierra con la sangre de JBV en una tarro de café y enterrarlo, para algún día hacer el trámite de ponerles el apellido a sus hijas. Hay que imaginar que, para un bandido buscado por la policía, no es fácil presentarse a un Juzgado de paz a darles el apellido a sus hijas. Por otra parte, tampoco fue fácil para ella criar a sus hijas, no obstante lo hizo, les enseñó a ser buena gente y los nietos pudimos, hace unos 20 años, iniciar el trámite judicial para tener el apellido que les correspondía, en este caso a mi madre y a mi tía, asumiendo la historia de Vairoleto con orgullo y, con esto, darle sentido y realidad a la sangre enterrada en la lata de café”.
Las circunstancias de la vida y el mito de lo real
Juan Bautista Vairoleto nació en un pueblo de Santa Fe pero se crió en la localidad pampeana de Eduardo Castex, junto con sus padres y hermanos. Los “Vairulat” como se pronunciaba en piamontés, eran una numerosa familia de campesinos oriunda del sur de Turín (Italia). Juan fue a la escuela hasta 5º grado y desarrolló múltiples trabajos. Realizó el servicio militar en el Regimiento 2 de Caballería en las afueras de Ciudadela (provincia de Buenos Aires), donde aprendió y mejoró la técnica de tiro al blanco, y aprendió de su padrino a ubicarse por las estrellas, interpretar el vuelo de los pájaros, comunicarse con los caballos, usar las boleadoras, y conocer los caminos más olvidados y las rastrilladas indígenas; es decir que Vairoleto poseía muchas de las condiciones que se requerían en ese entonces para ser un bandido rural.
Un suceso de violencia desmesurada o brutalidad policial determinó que ése sería su destino. Cuando tenía 24 años, sus dotes de buen bailarín lo llevaron a ganarse el lugar de preferido de una de las pupilas que trabajaban en los prostíbulos frecuentados por todo tipo de personalidades. Pero resultó que “la Dora” –así se llamaba esa mujer- estaba en la mira de un gendarme de apellido Farache, y éste lo hizo meter preso bajo una causa falsa. Las crónicas populares cuentan que después, Farache lo montó con rebenque y espuelas hasta hacerlo sangrar y lo exhibió sin ropas para humillarlo frente a todos. Al salir de la cárcel, Juan le metió una bala en la garganta como venganza. Ese día, el 4 de noviembre de 1919, se convirtió en un fugitivo y la anécdota de su desgracia empezó a extenderse de boca en boca. Luego de varias entradas a la cárcel entre 1920 y 1925, sale por última vez para ya nunca más volver a ser apresado.
A partir de ahí comienza una actividad delictiva que traspasa las fronteras de la provincia rápidamente. Su captura se hace imposible por la solidaridad de chacareros, hacheros y peones que lo encubren. Chumbita sostiene que su carrera por los montes se inició en La Pampa central, fue extendiéndose por el sur de Mendoza y San Luis a la región patagónica y llegó hasta los bosques del Chaco.
Sobre la aceptación popular que Vairoleto tenía entre el pueblo, hay varias anécdotas ampliamente detalladas en diversas fuentes folclóricas y literarias, que lo muestran como un hombre con buenos sentimientos para con los humildes y de extraordinaria lucidez. También consta en los mismos testimonios policiales que la persecución de Vairoleto era infructuosa, ya que los habitantes de las zonas alejadas del suroeste pampeano lo protegían y daban hospedaje. “Vairoleto lleva a esos lugares los menesteres más indispensables para la vida”, asegura un informante de la policía.
Los últimos años de su vida los vivió junto a su esposa e hijas en un rancho de la localidad de Carmensa. Se hacía llamar Francisco Bravo, probablemente por el poema de Sebastián Verón titulado "El gaucho Pancho Bravo".
Según relata Hugo Chumbita, su vida transcurría fundamentalmente en la rutina de las tareas agrícolas y deseaba terminar su existencia en paz; incluso había evaluado, con un abogado, presentarse a la justicia y solucionar su situación legal para poder inscribir a las niñas. Le aconsejaron que esperara a que prescribieran los delitos no excarcelables. Sin embargo, para la policía pampeana, el caso Vairoleto era una cuestión de honor profesional que no podía extenderse más en el tiempo. Dieciséis hombres integraron una comisión policial dispuesta a terminar con él. La delación de un ex cómplice de Vairoleto, el Ñato Vicente Gascón, fue lo que condujo a esa comisión a dar con su paradero.
Cuando lo velaron en un local céntrico de General Alvear hubo más de seis mil personas que desfilaron por la capilla ardiente de dicha localidad. Al ver la impresionante movilización, la policía intentó impedir el homenaje popular; no obstante ello, la multitud se congregó en el cementerio: la noticia del trágico desenlace agigantó su fama, admiración y respeto, lo que derivó en su canonización popular. Uno de los carteles que presiden el predio de homenaje a Vairoleto tradujo el sentimiento de los pobladores frente a la muerte del bandido:
Los que me lloran por muerto
Dejen ya de llorar
Vivo en el alma del pueblo
Ya nadie me puede matar.Todavía hoy concurren hombres y mujeres que ofrendan flores, crucifijos, placas y objetos diversos para pedirle que proteja a sus familias, les dé trabajo, salud, amor, etcétera. Algunos, verdaderos devotos, recorren de rodillas la distancia entre la entrada del cementerio y su tumba. Por su parte, Telma Ceballos, ha sido reconocida y nombrada “mujer histórica”, en General Alvear.