“Antes, mi historia era solamente de violencia, hoy he hecho un montón de cosas más”
En un nuevo aniversario del Ni Una Menos, Cintia Mansilla contó su historia. Vivió en una situación de violencia de género durante 16 años, pero, con el apoyo de la Fundación Sobran Motivos, logró salir. Hoy trabaja allí, estudia y ya finalizó dos cursos en el ámbito de la salud; disfruta de su autonomía y su independencia.
Foto: Unidiversidad
Cintia Mansilla se casó muy joven y, durante dieciséis años, fue víctima de distintos tipos de violencia de género. Los iniciales comentarios de control sobre su vida y sus actividades se fueron transformando en violencia explícita. Hacia el final de la relación, su pareja la manipulaba psicológicamente, disponía completamente de su salario y también la golpeaba. Fue ella la que pudo ponerle punto final a la relación con ese hombre, su marido, su agresor. Hoy su vida está llena de proyectos.
Llegó a la Fundación Sobran Motivos a finales de 2014; en ese momento, no dimensionaba que irse de su casa y buscar ayuda era lo más difícil y ya lo había logrado. “Va a haber dificultades, vas a tener problemas en el trabajo, en la casa –le decían–, pero nada se va a comparar al lugar del que saliste”. Ella lo mira en retrospectiva y sabe que es así.
Durante esos dieciséis años, no solo naturalizó el contexto de violencia, sino que, entiende hoy, se acostumbró a culpabilizarse. “Pensás que sos merecedora de lo que te están haciendo o diste algún motivo para que hicieran algo así, no hiciste la comida como le gustaba, o miles de cosas”, explicó.
“Yo desconocía totalmente lo que era un entorno de violencia, entonces, cuando me pasó, no lo supe ver. Y no hubo nadie que me dijera: ‘Tené cuidado’. No era como ahora, que te dicen: ‘Esto ya es violencia’”.
A pesar de haber hecho dos denuncias, nunca hubo una respuesta de la policía ni de la justicia. Sus hijas más grandes la hicieron reaccionar cuando, con 14 y 15 años, se fueron de su casa, estuvieron unos días con una amiga y se dirigieron a una comisaría. Allí les presentaron sus opciones: volver a su vivienda o alojarse en la Dirección de Niñez, Adolescencia y Familia (Dinaf). Las adolescentes eligieron quedarse en la Dinaf. En el hogar, pidieron hablar con su madre sin que su padre supiera.
Un equipo de especialistas le explicó la situación a Cintia, y su reacción fue negarlo todo. Cuando volvió, le explicó a su marido que, para que sus hijas volvieran, él tenía que hacer terapia psicológica para cambiar. “Yo no tengo nada que cambiar por nadie. Si ellas decidieron estar ahí, que se queden”, fue su respuesta.
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“Ese fue mi detonante para que, al otro día, me levantara cuando él se fue a trabajar, cargara dos mudas de ropa en una mochila, los documentos de mis hijas, y me fuera con la más chica al hogar donde estaban las dos más grandes para pedir ayuda”, dijo.
En ese momento recordó que, en algún evento público en el centro de Mendoza, había recibido un folleto que dobló bien chiquito para conservarlo: decía “Fundación Sobran Motivos” y el número de teléfono. Desde la Dinaf, llamaron, y la respuesta fue inmediata. Recuerda que, desde que ingresó, contó con el apoyo de todas las personas de la fundación.
Fue una bisagra en su vida. “Fue empezar realmente de cero y fue encontrarme conmigo misma, encontrar una persona de un valor que yo nunca había conocido. Cuando salí, salí tan distinta (...) Me acostumbré tanto a la independencia que creo que por eso no me costó salir de esa situación”, contó.
Por todo el acompañamiento recibido, siempre se sintió parte de la fundación. Hoy trabaja como una de las operadoras del refugio los feriados y los fines de semana, y siente que así retribuye un poco de lo que le dieron. “Me siento en deuda, no solo con ellas, sino con la sociedad y con todas las mujeres que puedan llegar a pasar por lo mismo”, afirmó. Y agregó: “Es un lugar en el que a mí me gusta estar, haciendo lo que me gusta hacer”.
En la FSM estuvo 45 días. Cuando salió, se propuso distintas metas que está cumpliendo de a poco, con el objetivo de trabajar en el ámbito de la salud, algo que le apasiona. Primero terminó sus estudios de auxiliar de farmacia –logro que todas las personas de la fundación, asegura Cintia Mansilla, sintieron como propio–. Después se recibió de técnica en electrocardiograma y ahora hace un nuevo curso de asistente de laboratorio y administración médica.
Sabe que sus logros son producto de su esfuerzo, pero también de las personas que la rodearon, además de la gente de la fundación. Su familia, por ejemplo, la recibió antes de que ella pudiera alquilar una vivienda. También sabe que no todas tienen las mismas posibilidades; de hecho, la mayoría no las tiene, por lo que piensa que sería necesario un proyecto de trabajo para mujeres que hayan atravesado situaciones de violencia machista: “¿Cómo te integrás a la sociedad, si no tenés un trabajo?”, cuestionó.
Cintia Mansilla. Foto: Redacción Unidiversidad
Cintia Mansilla rehizo su vida al punto de que, un mes después de salir de la fundación, se encontró cara a cara con su expareja desde otra posición, no ya como su víctima. “Realmente sos otra persona, nunca me habías hablado de esta manera”, le dijo el hombre. Y sin bronca, pero sin miedo, pudo mantener con él la relación como padre de sus hijas.
La mujer sostiene que, para vivir, es necesario ponerse metas. Planificar a largo plazo es más difícil, pero con objetivos concretos, se puede avanzar. Después del primer curso de auxiliar de farmacia, supo que quería seguir estudiando en el ámbito de la salud y hoy busca trabajo en ese rubro. Supo también que recibirse “es algo espectacular” y que es un gran ejemplo para sus hijas: “No importa la edad, la situación. Hay un montón para seguir adelante”.
Para superar realmente la situación, según Cintia Mansilla, es importante “cambiarte el rótulo". "En un momento, sos víctima de violencia, pero cuando salís de ese entorno, ya no más”, afirmó. Busca sumar su granito de arena en la causa contra la violencia de género: “Mi mensaje es claramente para las mujeres: no necesitamos depender de nadie”.
Nota en las mujeres “una fortaleza especial”, no por genética ni por magia, sino por la experiencia: “La hemos tenido que pelear más para alcanzar metas y cosas que los hombres tienen sin hacer nada”. Vivir en una sociedad justa, reflexionó, es que cada a cada quien se le dé el lugar que corresponde, “no es una pulseada a ver quién tiene más fuerza”.
Hoy disfruta de su vida y su independencia, sale a comer, se junta con amistades. A través de sus hijas, ve un cambio en las nuevas generaciones, y la clave en la educación. “Creo que todo sería distinto si, como mamás y papás, les enseñáramos a nuestras hijas a darse su lugar, y a nuestros hijos, a respetar”, sostuvo.
Hoy las herramientas no son solo discursivas. Reconoce, por ejemplo, la importancia del apoyo económico del Plan Acompañar, que durante seis meses entrega un salario mínimo a mujeres y personas LGTBIQ+ que se encuentran en situación de violencia de género. “Cuando yo pasé por todo esto, eso no estaba, salí sin nada. Prácticamente, me escapé de mi casa. No tenía cama, mesa, silla. Fue empezar de cero. Es fundamental tener una base económica para empezar y para mentalizar un cambio real”, reclamó.
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