Lentamente va dibujándose la figura de Bernardo de Monteagudo, ausente del panteón de los patriotas, entre otras razones, por ser considerado una suerte de “genio maldito” y llevar una vida de “vicios” y amores ocultos. Por su compromiso con la revolución, la conmemoración del Bicentenario de la Asamblea del Año XIII saca algo de su periplo a la luz y una placa en el Centro Cívico de Mendoza cumple el deber de rendirle un homenaje.
Un reciente artículo de la Revista Veintitrés titulado “El héroe maldito” cuenta la historia en clave de reivindicación del tucumano Bernardo de Monteagudo, teórico e ideólogo de la revolución muy poco conocido y apenas rescatado en algunos de sus periplos estelares como redactor de la Gaceta y de su propio periódico Mártir o Libre, o ejecutor de la política de San Martín en Lima, es decir, prácticamente la mano derecha del Libertador.
La publicación incluye una opinión del Presidente del Instituto Nacional de revisionismo Histórico “Manuel Dorrego”, el historiador Pacho O’Donnell, para quien “Monteagudo fue una figura extraordinaria de nuestra historia. Un hombre de pensamiento progresista y americanista que, por no responder al criterio liberal conservador que exige la porteñista historia oficial, no le fue reconocida la categoría de prócer. Un personaje polémico que estuvo presente en los puntos más calientes de la revolución independentista americana”
Luego de resaltar su rol de ejecutor, junto con San Martín, en Lima, de políticas muy progresistas como la reivindicación del derecho de los pueblos originarios, la abolición de la esclavitud, la nacionalidad americanista por encima de la peruana, etc. lo que le valió el odio de la poderosa oligarquía limeña, O’Donell afirma que no obstante “la huella más significativa de Monteagudo es su pasión americanista, su certeza de que sólo la Unión Americana, la Patria Grande, garantizaría la felicidad de los habitantes del continente. Tanto es así que en la actualidad, cada vez que se habla de la Celac, de la Unasur, del Mercosur debería recordarse a Monteagudo”.
Más cerca y también en pos de una evocación excepcional, el pasado 31 de enero se procedió a la colocación de una placa en el Centro Cívico de Mendoza que destaca la labor de Bernardo de Monteagudo como diputado, representante de Mendoza, ante la Asamblea del Año XIII, con motivo de celebrarse el Bicentenario de aquel acontecimiento medular de la revolución rioplatense.
Impacta el trazo de los hitos conmemorativos, particularmente el hecho de que exista en el corazón de la ciudad “vieja”, una placa que recuerda al polémico revolucionario chileno José Miguel Carrera, el que desafió la autoridad de San Martín y O’Higgins y fuera fusilado a la vista de todos en la plaza Mayor en 1821, mientras que en un lateral de la ciudad “nueva”, nombrando al predio contiguo de donde tendría que estar construida la Legislatura, otra placa recuerde a quien fuera miembro del Tribunal que condenó al fusilamiento de José Luis y Juan José Carrera, o sea, los hermanos de José Miguel, en 1818.
No está de más decir que la polémica envuelve tanto a uno como a otro, aunque hay que admitir que Monteagudo se destaca por ser una de las mentes más brillantes de la revolución en América, aunque se encuentre también ligado a lo que podríamos llamar “violencia revolucionaria”. Para evitar la tentación de reproducir sin más el mote de “sanguinario”, cabe apelar a una determinada lectura política, extremadamente compleja, por cierto, ya que se trata de conflictos ocurridos hace doscientos años.
La historia con los pies en el barro Puesto que es más o menos aceptado que, en la Argentina, la construcción llevada a cabo con los próceres en principio fue antojadiza o, por alguna razón, se hizo hincapié sobre unos y se desdibujó a otros, cualquiera podría preguntarse: ¿qué es lo que lleva a un investigador actual a abocarse al rescate de una figura como Bernardo de Monteagudo?
Claras están las motivaciones esgrimidas por Pacho O’Donnell, en un aspecto clave como es el talante político de alguien que estuvo dentro y fuera del pequeño círculo del poder político revolucionario, con éxitos y derrotas, con la misma obsesión que selló la suerte de otros como San Martín y Bolívar: cómo sostener la revolución frente el peligro de la anarquía en todos los estados hispano-americanos en vías de organización.
Sin embargo, para la investigadora del Conicet-Mendoza, Beatriz Bragoni, no es tan claro este punto: “Si poca gente ha podido hacer una adecuada biografía de Monteagudo es por algo: se trata de un personaje escurridizo, que se te escapa, pese a que sin lugar a dudas entra en la categoría de lo que podríamos llamar 'los patriotas letrados', o sea, líderes formados en las mejores universidades (Monteagudo había estudiado en Chuquisaca) con un acervo y una vocación de convencimiento y de discusión política enormes”.
También con un debut político impresionante ya que, como apunta Bragoni: “estará en la formación de la junta altoperuana de 1809 cuyos líderes son ferozmente reprimidos, aunque luego se escapa y se va a Buenos Aires, donde no hay represión y se convierte también en un líder intelectual y práctico de la política. Dicho de otro modo, no es ningún improvisado ni un recién nacido a la vida política antes de que su periplo muestre derrotas y éxitos que jalonan una vida revolucionaria que no se estabiliza nunca, justamente porque la revolución se clausura”.
Atribulado personaje, diríamos, haciendo una analogía con la vida del chileno José Miguel Carreras, sacado a la luz por la historiadora, justamente por hallar en él material apto para pensar la complejidad de un pensamiento político que va cambiando, así como va abriéndose paso una distancia entre el pensamiento político y lo que se escribe, entre lo que se piensa y lo que se hace. Es decir, territorio reconocible como abono propicio para que aflore el “pragmatismo” de la política.
Según Beatriz Bragoni: “Tanto en Carrera como en Monteagudo se revela el personaje polémico, poco querido, –Tomás Guido dijo de él: 'se mueve como una serpiente'- pero en la vida de Carrera hay un momento donde se precipita el objetivo que persigue que es volver a su patria; en Monteagudo esa figura más fija está mucho menos presente o es menos consistente, de ahí esa volatilidad que hace muy difícil de eludir la tentación de catalogarlo como un oportunista, aun pensándolo dentro del marco revolucionario”.
Salvo que, como dice la historiadora, se lo piense así, como un caso en el que hay que analizar la distancia que hay entre lo que se escribe y lo que piensa y efectivamente, lo que se hace. “Porque una cosa es lo que se escribe y se promueve y otra cosa cómo se gobierna. La política es eso, en definitiva, por lo que reducir la vida política de la revolución a lo que pensaban y a lo que escribían estos personajes es importante, pero a su vez es incompleto para entender el proceso político en su conjunto. Porque la política no se hace solamente de ideas, sino también de oportunidades, coyunturas y de toma de decisiones que a veces no se lleva bien con lo que escribimos ayer”.
La voluntad Dice O’Donnell que el período menos interesante de la trayectoria de Monteagudo es a la cabeza de la morenista Sociedad Patriótica y factótum de la Asamblea del Año XIII. Revisando un post del 2010 de Alberto Gurruchaga, –militante político mendocino que se inspiró para su blog “El vicio y la voluntad” en la figura del patriota tucumano- se devela como contrapartida lo que podríamos decir es el “reenganche”, ahora sí, interesante, del periplo de Monteagudo dentro del círculo íntimo del poder. El post, en uno de sus tramos, dice así:
“Garantizada la derrota realista en Chile, y aplastada la disidencia interna, la Logia se consolida en el poder. El eje O’Higgins-San Martín funciona. Pero hay tareas que no pueden ser reconocidas….
"Tremendos obstáculos les quité del camino y sin embargo, para la Logia, tanto la de Buenos Aires como la filial de Santiago, soy ahora un rebelde infiel a su ideología. Una especie de genio del mal, reacio al lirismo evangélico que lo acompaña en sus empresas deba ser para San Martín. Pueyrredón me odia. Acaso entre todos ellos han resuelto sacrificarme y O'Higgins no da muestras de oponerse, a sus intenciones".Es extraditado a Mendoza y de allí a San Luis.
En las apacibles tardes puntanas disputó el amor de una mujer con un oficial español, se ganó la confianza del gobernador Dupuy y endureció las condiciones de confinamiento de los reos godos hasta el punto de provocar un levantamiento.
Fue el fiscal del juicio que terminó en el fusilamiento de los insurrectos. Una vez más la Logia lo llama a la acción.
San Martín lo convoca para la expedición al Perú. Con una pequeña imprenta a bordo, se dedica a editar el boletín del ejército y a socavar la moral del enemigo. Además de escribir las proclamas de San Martín.
Es nombrado Auditor General de Guerra en la campaña al Perú. Y luego ya en el gobierno es designado Ministro de Guerra y Marina, y Ministro de Gobierno.
La monarquía constitucional como idea rectora, como solución frente a la anarquía peruana, lo puso en situación de vulnerabilidad frente a los “republicanos peruanos”. Suele suceder habitualmente, que quienes adoptan posiciones políticas conservadoras justificadas desde la izquierda, terminan pagando caro la maniobra táctica.
Ser jacobino, sembrar el terror entre los españoles y condenarlos al destierro suele no ser consistente con la idea de la Monarquía Constitucional…. en tiempos históricos de la República.
En el momento de mayor debilidad de San Martín se quedó al frente del Alto Perú.
San Martín parte a Guayaquil al encuentro con Bolívar, básicamente a pedir ayuda. Y al Ministro, le cobraron todas. El problema de los roles, en política cuando se juega de dos, y la carambola de la historia te deja expuesto, sin cobertura. Vienen por vos.
Sánchez Carrión en nombre de la República le pidió su cabeza a Torres Tagle.
Fue desterrado a Panamá, con la expresa indicación de no regresar jamás a tierras peruanas, bajo amenaza de muerte dictada por el Congreso.Se las ingenia para tomar contacto con Bolívar. Se reúne con él en Ecuador y se reporta hermano de la Logia, reenganchándose nuevamente en el curso de la historia.
Asume la tarea de operar un Congreso de Unificación Continental.
Y escribe:
“
Se reunirá una Asamblea General de los Estados Americanos compuesta por sus plenipotenciarios con el encargo de cimentar de un modo más sólido y establecer las relaciones íntimas que deben existir entre todos y cada uno de ellos, y que le sirva de consejo en los grandes conflictos, de punto de contacto ante los peligros comunes, de fiel intérprete de sus tratados públicos cuando ocurran dificultades, de juez, árbitro y conciliador en sus disputas y diferencias”.
(….) El 6 de diciembre de 1824, ingresa a Lima junto a Bolívar. Venía por la revancha luego de haber sido destituido en esa misma ciudad dos años y medio antes. Sánchez Carrión, el mismo que encabezó el golpe de estado en su contra, el jefe de la Logia Republicana, era ahora Primer Ministro. Sabía que era un condenado a muerte, pero el vicio y la voluntad podían más que cualquier amenaza…
Final abiertoLa tarde del 28 de enero de 1825, mientras Bernardo de Monteagudo llegaba a una esquina de Lima, vestido de manera elegante como era su costumbre, una puñalada furtiva pero precisa en el corazón lo dejó al borde la muerte. Permaneció tendido en la calle por horas hasta que llegó la policía y se tejió frente al deceso una serie infinita de intrigas. Nunca se supo fehacientemente quién lo mandó a matar y por qué. Fue en principio una muerte adjudicada a un asunto de faldas. Ya no era la mano de derecha de Bolívar, quien investigó el crimen, descartó los móviles pasionales, se reunió con el asesino y le perdonó la vida a cambio de confesar el autor intelectual.
Para Bragoni, “que ante una muerte así, tan trágica y que tiene que ver con el corazón del poder, no haya evocaciones, versiones, indicios que se puedan ir reconstruyendo, hablaría de que Monteagudo estaba solo, sin refugio, en los márgenes de los círculos íntimos del poder donde había estado prácticamente desde 1810. Es en parte lo que le pasó a muchos líderes revolucionarios, como fue el caso de Manuel Rodríguez, donde todo apunta a que fue O’Higgins quien lo mandó a matar, inserto como todos estaban en un marco de violencia”. Según el texto citado de O’Donnell, su convencimiento es que “fue un asesinato decidido por la Santa Alianza, la unión de las mayores potencias europeas –absolutistas, tiránicas, retrógradas– para volver atrás el mundo antes de la Revolución Francesa. Entre otras cosas, recuperar las colonias perdidas en América. Una decisión política tomada en frío y de indudable eficacia pues, al faltar Monteagudo, la convocatoria de Panamá fue perdiendo vitalidad hasta fracasar en 1828”.
Lo que hay que saber Graduado de abogado en la Universidad de Chuquisaca, cumplirá el rol de Auditor del Ejército de los Andes y llegará a Mendoza en un momento desgraciado, en 1818, donde va a integrar el Tribunal que condena a los hermanos Carrera al fusilamiento. Los motivos de esa crisis son que Cancha Rayada ha sido un desastre para el Ejército Libertador, produciéndose una incertidumbre e inestabilidad muy severas.
En 1813 es nombrado por el Cabildo y el gobernador como diputado por Mendoza ante la Asamblea, pese a que la gente de Mendoza no lo conocía. Se trata de una operación política de la Logia Lautaro y de la Sociedad Patriótica para que los cuadros políticos más convencidos de que había que acelerar el proceso revolucionario, estuvieran en esa Asamblea. Por entonces funcionaba el mandato imperativo, o sea, son las ciudades que delegan a sus representantes, que no necesariamente son de la provincia sino que están en Buenos Aires porque no tienen una cuestión que es básica para enviarlos, que es la financiación.
Como Ministro de San Martín en Lima, Monteagudo es quien ejecuta la política antipeninsular, o sea, quien le rompe a ese grupo las bases de apoyo de lo que vendría a ser la “nobleza titulada” de Lima, y es que decide expulsar a todos los españoles peninsulares de Lima. Eso genera una ruptura importante en el consenso que le habían dado a San Martín en el protectorado. Por tal razón, cosecha muchísimos enemigos.
Según O’Donnell, escribió un gran texto por encargo de Simón Bolívar:
Ensayo sobre la necesidad de una federación general entre los estados hispano-americanos y plan de su organización, y recorrió Iberoamérica convocando a la reunión en Panamá con dicho objetivo.
Bolívar escribió sobre él: “Es aborrecido en el Perú por haber pretendido una Monarquía Constitucional, por su adhesión a San Martín, por sus reformas precipitadas y por su tono altanero cuando mandaba; esta circunstancia lo hace muy temible a los ojos de los actuales corifeos del Perú, los que me han rogado por dios que lo aleje de sus playas, porque le tienen un terror pánico”. Tras los encuentros en Guayaquil en 1823 también escribió sobre él lo siguiente: “Monteagudo tiene un gran tono diplomático y sabe de esto más que otros. Tiene mucho carácter; es muy firme, constante y fiel a sus compromisos… Añadiré francamente que Monteagudo conmigo puede ser un hombre infinitamente útil porque sabe, tiene una actividad sin límites en el gabinete y tiene además un tono europeo y unos modales muy propios para una corte; es joven y tiene representación en su persona. No dudo que con el tiempo será un gran colombiano”.