Angelita, sus luchas
Angeles Gutiérrez de Moyano fue una de las fundadoras del Sindicato del Magisterio; además, fue militante social en los primeros asentamientos del Campo Flores y Olivares, aunque superó ese horizonte de lucha con la participación política durante el gobierno de Alberto Martínez Baca. Aquí, la crónica del blog del juicio donde se reconstruye su secuestro y desaparición en 1977.
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Francisco Javier González brindó testimonio por teleconferencia desde la Embajada Argentina en Madrid. Fue obrero textil, militaba en el peronismo de base y estuvo detenido al igual que sus dos hermanos, uno de ellos desaparecido. El testigo contó que vio por última vez a Ángeles Josefina Gutiérrez de Moyano, días antes de su desaparición el 20 de abril de 1977, cuando fue secuestrada en el trayecto de las cinco cuadras céntricas entre la florería de su propiedad y su domicilio de calle Espejo, en Ciudad.
Francisco la visitó en la florería y le consultó por Pablo Guillermo González, su hermano secuestrado por esos días. Caminaron por plaza España; hablaron de las desapariciones cercanas y masivas, del futuro: “El futuro era muy malo para nosotros, para todos”. “Yo todavía creía que para Angelita no, todavía no, porque era una persona ajena a la violencia, que no la iban a tocar”. A Francisco le llamó la atención que Angelita le dijera que si a ella le sucedía algo, cuidara a Gringo -su hijo menor-. También la notó más afectiva que de costumbre: “Me abrazaba, me daba besos”.
En ese momento el testigo vio pasar por calle 9 de Julio un auto pequeño. Desde el interior, una persona los miraba: lo reconoció como el mismo que lo había detenido a él el 22 de septiembre de 1976: “Era un hombre pelirrojo, delgado y alto, con pecas y una cara muy particular, de unos 35 o 40 años”, y le dijo a Angelita que le parecía raro. Ella le restó importancia: “Ves visiones, por aquí pasa todo el mundo”. “Lo volvimos a ver al rato, ´Será cierto´ dijo Angelita, y la dejé en su casa. No la volví a ver más”, precisó Francisco.
Luego de su desaparición, los hijos de Ángeles comenzaron a preguntar y a averiguar. Consultaron a un primo, Osvaldo Aizcorbe, que acudió al responsable de seguridad de su empresa -un militar, agente de la SIDE- y le dijo a Gringo que Ángeles había muerto en un interrogatorio en Córdoba, que le falló el corazón.
Sobre su propia detención, González narró que lo llevaron al D2 en un auto, acuclillado, con la cabeza abajo y las manos de los represores sobre su espalda. “Sabía que era el D2 porque trabajé durante siete años enfrente del Palacio Policial, en la Oficina de Construcciones del Ministerio de Obras y Servicios Públicos. Considero que sabían perfectamente quién era yo, porque soy yerno del comisario Federico Massa, que trabajaba en esa época en la SIDE, y también conocía a Francisco Jesús Fiumarelli, que trabajaba en Construcciones y luego ingresó a la Policía y al D2. Él comentaba como una aventura que era uno de los golpeadores en el centro clandestino. Con los compañeros de trabajo notamos cómo iba cambiando de carácter”.
“Mendoza es muy pequeña”, señaló al hacer un último aporte en relación a la participación del médico de la Marina Juan Manuel Velazco Martons -conocido eventual suyo- en el D2: “Lo vi entrar por la puerta de atrás del D2, no una, sino muchas veces”.
Tras un infructuoso reconocimiento fotográfico -del cual el Tribunal aseguró repetir vía electrónica los registros digitalizados- Francisco González estalló de sorpresa al reconocer por teleconferencia a quien le sucedería en la ronda testimonial: Blanca Estela Moyano, la hija de Ángeles, la compañera madre de su amigo Gringo: “¡Estelita! ¡Pero qué linda estás! ¡Qué alegría después de tantos años!” El reencuentro iluminó la sala, resurgieron las flores con las que Blanca y Francisco vivieron juntos “antes del 73”. Blanca Estela recogió el testimoniar.
El carisma de una madre
“Mi madre provenía de una familia de profundas creencias religiosas, con un alto sentido de la moral y la honorabilidad. A partir de su labor como directora de la escuela Ponce de Videla asume un profundo compromiso con la comunidad boliviana en los años ´50, en el origen de los asentamientos del Oeste. Se transforma en una referente, logra que las familias envíen a los chicos a la escuela. Dos de esas niñas, huérfanas, fueron criadas conmigo y mi hermano. A la par, iba al Convento del Buen Pastor. Luego, a través de su participación en el Sindicato del Magisterio, donde era continuamente reelegida, profundiza su actividad gremial hasta fines de los ´60. Después integra la Dirección de Enseñanza Media, comienza a agruparse y participar de conferencias con otras mujeres. Trabaja y milita en el ámbito del Partido Peronista Auténtico, donde fue nombrada Secretaria. Sus contactos son Alicia Peralta, Angélica de Coria, Susana Sanz, Héctor Chávez, Gerónimo Morgante, José Suárez.
Estela detalló el clima hostil que se desenvolvía en torno a su madre, semanas previas a su desaparición. Se apoyó en los aportes de allegados y de una historia reveladora que da cuenta de que a Ángeles la tenían apuntada: “María Elena Moyano de Blanco fue secuestrada, llevada al D2 y luego liberada cuando se dieron cuenta de que no se trataba de Ángeles Gutiérrez de Moyano”, señaló el fiscal Dante Vega. La testigo explicó: “Eran muy parecidas físicamente, las dos eran docentes, las dos peronistas. En el interrogatorio le preguntan por su rol como Congresal del Partido, ahí descubren la confusión respecto a su amiga. Se produjeron silencios, vacilaciones de los torturadores, uno de ellos comentó a Elena: ´Ha habido una confusión con usted´. La liberan. Le dice a Angelita que se vaya, que ella había sido detenida en su lugar”.
Otras personas que notaron la persecución a la docente fueron Gringo, su hijo y confidente, que estaba muy preocupado ya que sabía que “corría peligro, estaban desapareciendo gente”; Camilo Giménez, que vio a un sospechoso merodear la florería dos días antes del secuestro; el doctor Alfredo Guevara, que desde su estudio próximo a la florería vio un Renault 12 blanco estacionado sobre España; Angélica de Coria, que aquella misma tarde estuvo en el negocio y se alarmó ante la presencia de tres personas que bajaron de ese vehículo con la excusa de comprar flores.
La noche del 20 de abril de 1977, Ángeles y su hijo cierran tarde la florería de calles España y San Lorenzo. Cerca de la medianoche, se separan en la puerta del negocio, la madre por España hacia su casa de calle Espejo, el hijo junto a su amigo Gabrielli, por San Lorenzo hacia el Oeste. Entre Rivadavia y Sarmiento, Ángeles es interceptada por un Renault 12 blanco, del cual descienden personas armadas que la toman por la fuerza; ella grita su nombre, que avisen a su hijo, que es la dueña de la florería. En la entrada del cabaret Tiffanys alcanza a ver a un hombre, potencial testigo del hecho. Él sale en su defensa, y desde otro vehículo apostado con más individuos armados lo amedrentan. Los vehículos se van; el testigo -Oscar Savarino- camina 150 metros hasta Investigaciones, donde le rechazan la denuncia. Vuelve al cabaret y narra lo que presenció a dos mujeres. Son ellas las que al día siguiente -al escuchar por la radio en un taxi el pedido de la familia por información sobre la secuestrada, y a instancias del taxista- contactan al hijo de Ángeles.
Ya había sido presentada la denuncia en la Comisaría 2da, bajo firma del oficial Bardaro. La respuesta al habeas corpus presentado ante la Justicia Federal demoró 45 días y fue rechazado. El juez Guzzo, Garguir y Walter Rodríguez son los firmantes de las cédulas. Una prima de Estela le habría dicho que Guzzo le realizó proposiciones sexuales para brindar datos sobre su tía; de lo contrario, la familia “nunca más sabrán nada si depende de mí”. Por su parte, Gringo también fue perseguido tras el secuestro y se mudó a casa de unas tías, constantemente acosado por un auto sin patente. Un mes después, esa vivienda es allanada, a Gringo lo despiertan con un arma en la cabeza y sin dar explicaciones se van. El fiscal Vega aportó que la ex detenida Susana de Porras habría visto fugazmente y por comentarios de los policías, a Angelita en el D2.
“Mi hermano fue citado ese invierno por una persona en Las Heras que le dijo saber sobre mi mamá, tenía miedo. Parado en una esquina oscura, un auto que daba vueltas, dos hombres que le vendan los ojos, lo llevan a una casa, en una habitación donde dormía un niño le quitan las vendas. Aparece un hombre que dice venir de Córdoba y le indica que mi mamá estaba allá, que hagamos algo y rápido. Viajamos en julio, en el III Cuerpo del Ejército nos entrevistamos con los generales Maradona y Santiago. Dijeron saber quién era ella, que era del Peronismo Auténtico, que militaba con Martínez Bacca, que era comunista, y que como todos los comunistas debía estar fuera del país. Negaron todo, que no hiciéramos más nada".
Por pertenencia y contacto con las monjas y sacerdotes mercedarios, los hermanos se dirigen al Buen Pastor de Córdoba. La madre superiora les dice que no había presos políticos en la provincia; sin embargo, en los techos del Convento estaban apostados en ese momento uniformados del Ejército con armas largas. Estela recordó al Presbístero Antonio Portero, confesor de Ángeles desde la época del Buen Pastor en Mendoza y hasta que la secuestraron -Ángeles “era de confesión semanal”-, que resultó ser capellán de la Fuerza Aérea y no atendió nunca sus consultas. También recordó a las monjas del Hospital Militar, donde acudió en diciembre de 1977, ante un anónimo en el que decían que allí estaba su madre. También dijeron desconocerlo todo, recordó Estela.
El 25 de junio de 1989, el coronel Hugo Alfredo Soliveres, juez instructor militar, indaga a Estela y la presiona para que revele el nombre de Oscar Savarino, único testigo presencial del secuestro y en compromiso de no ser revelado ante autoridad militar su nombre por la familia Moyano. El testigo está fallecido y nunca prestó declaración en ninguna dependencia.
Cartas a Videla, a Massera, a Agosti, a Harguideguy, a Lépori, a Maradona, al Papa, al representante de los Derechos Humanos en Estados Unidos, a la Organización de Estados Americanos, a la Cruz Roja Internacional. “Era lo único que podíamos hacer, ya nadie daba datos de su paradero, estábamos como al principio: se la llevaron, la subieron a un Renault 12 blanco y hasta hoy nunca supimos que pasó con ella. La versión es que la orden de desaparecerla vino de la Fuerza Aérea y la ejecutó la Policía de Mendoza. Agradezco profundamente esto que están haciendo. Lo hemos esperado más de treinta años, que se haga justicia; sólo eso esperamos, justicia”, cerró Estela.
Fuente: juiciosmendoza.blogspot.com
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