Street Dance

Existen, entre esquina y esquina, los movimientos del pavimento. Rugosas piedras derretidas, serpenteantes curvas, zancadillas de vereda, saltos sobre acequias y el apurado tempo del caminar urbano. Entre tanto desplazamiento los ojos se avivan, el cuerpo toma conciencia y encuentra en su andar esta danza.

A cada paso se escucha latir por las venas, al ritmo del beat, el estruendo de los aerosoles, el sabor de las partículas de graffiti todavía decorando el escenario. El ritmo es expiación, es injusticia y rabia transformada en belleza dinámica. Casi como un ritual, los giros, los brazos, las piernas y el pecho se enredan en sí, pero enfrentados en un círculo de hermandad.

Fluyen encadenados a la libertad del baile. Su vestimenta se confunde con lo que galopa en sus corazones y quiere salir. Se entregan a la improvisación que les dicta su sentir, dejan de ser ellos para representarse, tal vez, más auténticos.

Como la línea que marca las rutas, un lazo los atraviesa y une. Hermandad y respeto construído en códigos. Un estilo de vida, sonidos, baile, estética y actitud. Una filosofía, un cristal para ver la vida desde este mundo subterráneo que purga la historia de las calles.

La creatividad se cuela entre los oídos y la risa explota llevando en sí el impulso de renacer y mutar. Todo vale, el cuerpo no tiene límites, no existen articulaciones ni gravedad. Las expresiones se transforman en muecas reveladoras. Por momentos se siente estar en una ficción animada, con personajes exaltados y chispeantes, con títeres de la rima y el destiempo.

Eléctricos, irreales, atravesados por la vibración de los sonidos que a sus cuerpos les da otra vida. Un impulso, un golpe que se deja ver en técnicas pero actúa como una explosión en el pecho. Explota y sacude lo oxidado, la rutina, las broncas para transformarse en eso que sólo puede decirse con la carne en movimiento.

Cuando el círculo se abre en el centro, la potencia se plasma en dos cuerpos. Parece el encuentro de guerreros, que en armaduras de agua ponen sus coreografiadas armas a danzar. Movimientos certeros, expresivos y expansivos dibujan un cuadro en el que la tensión del enfrentamiento le da lugar a lo inédito. Siempre hay un ganador, pero la que realmente gana es la danza urbana porque en el ajetreo de sus especímenes va refrescándose, reinventándose.

Paula Janin.