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23 DE OCTUBRE DE 2024
En el ámbito de los Talleres de Tiempo Libre de la UNCuyo, NU Digital dialogó y descubrió una interesante historia de vida de una de las alumnas con más trayectoria en las aulas de recreación y aprendizaje para mayores. Amanda Zanoni demuestra día a día que no hay edad para aprender, relacionarse y sobre todo ser feliz.
En su caso particular, Amanda participa en el taller de literatura el que se basa en la “lectura compartida”. Con respecto a su actividad y al por qué asiste, manifestó que una de las razones fue “su deuda con la literatura”. Además sostuvo que “para una persona jubilada es muy importante mantener la cabeza ocupada y hacer funcionar el cerebro como cuando estaba en actividad. El jubilarse da mucho miedo”
Por otra parte, la alumna soslayó la importancia de la organización de estos talleres de recreación y el hermoso ambiente en el que se trabaja. “No hay diferencia de edad, puede haber diferencia de experiencia en algunos casos, pero ni siquiera porque cada persona tiene experiencias propias. Todos nos respetamos con todos”, contó.
Asimismo, Amanda reconoció que todas las actividades que se desarrollan en el “espacio cultural” son trabajos increíbles, como por ejemplo las esculturas de arcilla, madera o vidrio.
Con respecto a su trabajo personal, explicó que tanto la situación de lectura como la de cine es un espacio de aprendizaje de análisis. Pero de igual manera, en uno de los aniversarios de los “Talleres de Tiempo Libre”, esta plausible mujer plasmó con palabras sus sentimientos con respecto a este espacio de la UNCuyo:
El Nuevo Mundo
Todos llegamos a sus playas con el karma de las horas sobrantes, perdidas, plomizas, pesadas como lozas, que caían sobre nosotras ahogándonos, que no fluían, que no se diluían, que duraban tanto como una vida. Los hijos habían formado sus nidos, los nietos grandes, los padres ya no estaban, los compañeros habían emprendido un viaje prematuro, según nuestro deseo, los más cercanos al corazón, perdidos en la distancia, siempre destructiva y la jubilación que nos alegró en el primer momento, sin saber que sería el inicio de nuestra muerte civil y el paso de ser ciudadanas de primera a la categoría de cuarta. Pero esta es otra historia.
Dimos el primer paso anteponiendo, por primera vez en tantos años, nuestro Yo a otros “Yoes”. Me dijo una vecina que dictan de todo. Los profesores son de la Universidad. Me gustaría pintar. Siempre quise hacer lámparas. ¿Cómo será modelar una taza y tomar café en ella? Debe ser como tomar del cuenco de la mano, no? Y los deseos, las ansias retrasadas, las aspiraciones empolvadas, como en el decurso de la vida, rebotaron en algo nuevo, distinto, iniciaron a escribir con nuestra letra más profunda y sentida en el cuaderno de tapas negras de Elvira y fueron tomando forma. Nos anotamos con un poco de pudor, de miedo a la frustración ¿haré el ridículo? ¿Cómo será esto? Nos fuimos encontrando, de a poco, algunas veces re-encontrando. ¡Vos aquí! ¡tantos años! Yo me llamo… ¿cuánto hacía que no me sentaba en un banco? Y fuimos de asombro en asombro. Ese único día de la semana, esas horas, eran solo nuestras.
Quien no ha visto entrar a una casona a un montón de mujeres con cajas de herramientas como plomeros, con telas, bastidores, reglas, libros, anotadores, mayores, no tanto, quizás más, quizás menos, quien no ha visto la animación y eso, ¿cómo llamarlo: ansias, expectación?, esas ganas de entrar a clase y ser, ser, ser Yo y no sintió que en el corazón se le cuajaba una lágrima de emoción, lágrima que escondió para no parecer sensiblera o tonta, no conoce el espíritu de las aulas, porque las aulas es un ser vivo, de enorme corazón alimentado por cientos de corazones, con un alma luminosa, abierta como un pájaro de fábula, extendiendo sus alas, formada con cientos de almas.
Muchas veces, aguardando mi turno, presencié la entrada y la salida de clases. Jamás vi un ceño adusto, una mueca de disgusto. Sólo sonrisas, risas, charla, mucha charla y corrillos y mejillas encendidas y ojos, esos ojos que delatan el adentro, nuestro interno ser, ojos con miles de centellitas pequeñísimas. Y las mayores, no tanto, quizá más, quizá menos, siempre jóvenes, alegres, contentas, satisfechas. Y yo, con mi lágrima contenida a cuestas, dando gracias a ese espacio y al resurgir de ese trozo de vida en este Nuevo Mundo.
Amanda T. Zanoni
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