¿Alerta spoiler? El discurso de odio cultiva la hostilidad que puede desembocar en un acto de violencia
Cuatro mujeres fueron víctimas de un ataque lesboodiante en Barracas y tres de ellas resultaron muertas. Los paradigmas que considerábamos superados estaban latentes y esperando salir. ¿Dónde estaba todo ese odio contenido? Diálogo con una docente de la UNCUYO especialista en redes sociales y discursos de odio.
Crimen de odio en Barracas: un hombre arrojó una bomba molotov a la habitación donde dormían dos parejas de lesbianas. Foto: Agencia Presentes
En una pensión del barrio de Barracas, en CABA, un hombre arrojó una bomba molotov en la habitación donde dormían dos parejas de lesbianas. Como consecuencia de las heridas, tres de ellas perdieron la vida. Se las arrebató Fernando Justo Barrientos, de 64 años. El ataque pone en agenda el odio que se manifiesta no solo en forma de discursos u opiniones personales sino, en casos como este, en forma de violencia explícita y concreta. Las palabras no son inocuas y los discursos de odio generan un ambiente de hostilidad e intolerancia que puede desembocar en un acto de violencia, sostuvo en diálogo con Unidiversidad la docente de la UNCUYO Bettina Martino.
La profesora de la Licenciatura en Comunicación Social y doctora en Ciencias Sociales hizo hincapié en que, aunque no de forma lineal ni determinista, los discursos de odio están íntimamente relacionados con los crímenes de odio. De hecho, hay una perspectiva de abordaje que señala que el origen de la expresión —en inglés, hate speech— surge de la necesidad de explicar o dar un marco al hate crime.
Como buena docente, Martino quiso definir lo esencial. Un discurso es un hecho social e histórico que provee representaciones del mundo y, a su vez, ayuda a darle forma: expresa jerarquías, valores, normas y hasta brinda pautas de conducta. Por su parte, un discurso de odio es un conjunto de expresiones que tienen como finalidad acosar, segregar, perseguir, minusvalorar a un grupo o a una persona por su pertenencia a ese grupo, en virtud de diferentes características como la clase social, el color de piel, la religión, la cultura, la orientación sexual, la identidad de género.
Entonces los discursos no son inocuos, moldean subjetividades y formas de estar en el mundo, avanzó la investigadora. El ambiente hostil y de intolerancia que generan los discursos de odio puede desembocar en un acto de violencia. Podemos decir, a grandes rasgos, que un discurso de odio provee pautas de conducta odiantes y opera por un doble movimiento. Por un lado, a partir de la construcción de un “Otro” de manera estereotipada, con la finalidad de descalificarlo o menoscabar su existencia y, por otro lado, a partir de la construcción de un “Nosotros” ligado a la normalidad, lo deseable, lo que está bien.
A las desigualdades estructurales y la discriminación a las que son sometidas las poblaciones vulnerabilizadas —negras, migrantes, pobres, LGBTIQ+ y un gran etcétera— se suma el contexto tecnológico. La especialista se pregunta por qué se producen estos desbordes de odio, cómo se están construyendo y a dónde nos van a conducir. Busca en el discurso tecnológico alguna clave, toda vez que la tecnología se propone como herramienta para eliminar los límites humanos. ¿En las redes y medios sociales digitales vale todo?
“No son solo las redes, porque discursos de odio existen desde hace mucho tiempo”, señaló la profesora de la UNCUYO que realizó su posdoctorado en la UNESP (Brasil) sobre discursos de odio en redes sociales. Es un fenómeno complejo. Lo que observan en investigaciones de distintas universidades nacionales y centros de estudios de Conicet es que las plataformas digitales aparecen como una suerte de lugar que cumple la fantasía de la no castración, un espacio donde todo está permitido sin consecuencias. Está bien, las redes permiten que cualquiera cree mensajes y los haga circular; la pregunta es por qué el sujeto no puede tener un límite, remarcó.
En 2023, Argentina registró 133 crímenes de odio contra LGBTIQ+. Foto: Agencia Presentes
Los límites que se aceptaban con el objetivo de vivir en sociedad —como planteaba Freud en El malestar en la cultura— parecen ser rechazados con el objetivo de desarrollar un proyecto individual ilimitado. El “Otro”, siempre expulsado del propio algoritmo, está cada vez más lejos; y el choque, cuando ocurre el encuentro con ese ser diferente, es cada vez más fuerte. Hay un desborde del odio en los sujetos, agregó Bettina Martino, y mucha energía psíquica puesta en odiar.
Algunas perspectivas asocian este fenómeno con la racionalidad neoliberal, que dice que podemos hacer todo porque, como seres libres, somos un proyecto que se puede desarrollar sin límites. Estos discursos junto a la dinámica de odio desparramada en redes y medios digitales aparecen, en el plano de lo “real histórico”, como episodios de ataques lesboodiantes, racistas, xenoodiantes, etc., como pasó ahora en Barracas o hace unos años en Villa Gesell con el caso de los rugbiers que asesinaron a golpes a un joven “al grito de ‘negro de m…’”, especificó Martino.
De hecho, explica la especialista, América Latina tiene índices altísimos de crímenes de odio homo-travesti-trans. En 2023, en Argentina, se cometieron 133 crímenes de odio en donde la orientación sexual, la identidad y/o la expresión de género de las víctimas fueron utilizadas como pretexto discriminatorio para la vulneración de sus derechos y la violencia contra ellas, informa el Observatorio de crímenes de odio LGBT+. En 2022 registraron 129 y en 2021, 120.
¿Hacia dónde ir?
En investigaciones actuales están tratando de pensar esta problemática junto con jóvenes de escuelas secundarias. En principio, revela Bettina Martino, pareciera que las generaciones más jóvenes son las que más capacidad tienen de reconocer un discurso de odio y entender que no es algo positivo. Es decir que si se focalizara en acciones de educación o comunicación mediática y en políticas activas que asumieran un compromiso con este problema para generar espacios donde charlar, debatir y reflexionar al respecto podríamos empezar a pensar en generaciones que entiendan el problema desde un lugar diferente.
Pero sucede que —¿de golpe?— hay un corrimiento de lo que se considera decible y mostrable en el marco de nuestras democracias y lo miramos con perplejidad, como si hubiéramos retrocedido treinta años. ¿Dónde estaba todo esto? “Solo tengo conjeturas”, afirmó la investigadora. Pero puede asegurar que ese emergente no es algo que sucede de un día para el otro. Está latente, pero se contiene si hay normas, leyes, mecanismos, regulaciones. Lo que hoy sucede es que el odio está respaldado por quienes deberían ser garantes de la convivencia en sociedad.
La docente sugiere no caer en el error de creer que los discursos de odio se contrarrestan con discursos de amor. Hay ciertos mensajes que sostienen que los discursos de odio se acabarían si amáramos al otro o a la otra. Pero esa forma de pensarlo no deja de sostener la lógica del “otro” —ubicado del lado incorrecto social o moralmente— y el “nosotros” —ubicado del lado de lo que está bien—. La tolerancia amorosa, sostiene la docente, también es peligrosa y cruel.
Propone, entonces, hacer el esfuerzo de reconocer que el otro diferente —o la otra diferente— es un sujeto de derechos a quien no se le puede negar su existencia ni su alteridad: “El discurso de la tolerancia no sirve si a la otra persona se le quita su derecho a existir o ser visible”. Para eso, educación, medios responsables y políticas públicas concretas.
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