Al servicio de la ciencia y la justicia: cómo funciona la osteoteca de la UNCUYO
Se trata de la primera biblioteca de huesos del oeste del país y la más grande fuera de Buenos Aires. Los bioarqueólogos Daniela Mansegosa y Sebastián Giannotti, integrantes del Equipo Mendocino de Arqueología y Antropología Forense, clasificaron los esqueletos donados por cementerios locales.
Foto: Prensa UNCUYO
Con el objetivo de mejorar la precisión en la identificación de restos humanos en investigaciones forenses, la UNCUYO formó su osteoteca, la primera biblioteca de huesos del oeste del país y la más grande fuera de Buenos Aires. Se trata de un conjunto de esqueletos donados por cementerios locales y que están siendo clasificados en la Facultad de Filosofía y Letras (FFyL) por integrantes del Equipo Mendocino de Arqueología y Antropología Forense (Emaaf), que lideran los bioarqueólogos Daniela Mansegosa y Sebastián Giannotti.
Una osteoteca, explicaron, es “una colección osteológica documentada e identificada” de esqueletos o huesos humanos de los que se tiene información individual, generalmente sexo y edad. “Responde a un concepto que se asemeja al de la biblioteca: así como un libro tiene una identificación básica –fecha de edición, imprenta, título, etcétera– que queda registrada en fichas, en el caso de una osteoteca, es exactamente lo mismo”, agregaron.
Con la formación de esta colección, el equipo de expertos tiene principalmente un interés científico-forense: desarrollar metodologías propias para estimar sexo y edad en los procesos de reconstrucción de perfil biológico cuando aparecen restos óseos humanos NN en Mendoza. Desde 2018, estos profesionales trabajan junto al Ministerio Público Fiscal (MPF) en investigaciones judiciales que requieren la identificación de restos humanos.
“Los métodos que nosotros utilizamos para identificar huesos que provienen de contextos arqueológicos o en casos forenses han sido desarrollados por investigadores de otras partes del mundo, con poblaciones muy diversas”, explicó Giannotti. “Lo que necesitamos es validar o testear con muestras locales esos métodos desarrollados afuera. De esta forma, (la osteoteca) nos permitirá tener mayor precisión en nuestras pericias”.
Para ello, la osteoteca servirá también para formar recursos humanos. “Tiene una capacidad didáctica mucho más directa y significativa que se está aplicando en la materia de Bioarqueología de la carrera de Arqueología de la Facultad de Filosofía y Letras”, agregó Mansegosa.
Por último, la osteoteca de la UNCUYO tiene también un objetivo patrimonial. “Hay que pensar que tal vez los cementerios no tienen una visión desde el punto de vista de la conservación patrimonial de algo que, en definitiva, es un patrimonio cultural de la toda la sociedad. Nuestros muertos, en sus huesos, nos hablan. Los huesos se pueden leer y se tienen que interpretar, y, en este sentido, la información que tienen es verdaderamente un patrimonio cultural mendocino enorme. Entonces, la idea de esta colección es ser un reservorio patrimonial”, completó Giannoti.
Más de cien esqueletos
La idea de crear la primera osteoteca de Mendoza y del oeste argentino –existen seis en Buenos Aires y hay otras dos en formación en Córdoba y Río Negro– nació en 2019. Los responsables del Emaaf diagnosticaron que su trabajo junto a la Justicia Provincial en identificaciones periciales debía basarse en estándares científicos validados y rigurosos. “Fundamentalmente, para reconstruir el perfil biológico, que es lo que se hace cuando nos convocan ante la presencia de restos óseos humanos”, detalló Mansegosa. Generalmente, esos restos aparecen en superficie, “ya afectados por otros factores tafonómicos, como los perros carroñeros”, amplió.
Con la acción depredadora de estos animales, se pierde mucha información, sobre todo de huesos como la pelvis, que son claves para lograr mayor precisión en la identificación. “Entonces, necesitábamos conocer cómo funcionan las estimaciones con otros huesos que por ahí sí quedan en el lugar del hecho y que no son consumidos por los carroñeros, como el cráneo o algunos huesos largos”, completó la bioarqueóloga y doctora en Ciencias Naturales.
La osteoteca de la UNCUYO está integrada actualmente por esqueletos –no todos completos– de 111 individuos de ambos sexos y de edades muy diversas, desde 7 años hasta cerca de 90, que proceden de dos cementerios públicos municipales: el de Luján y el de Capital. Para ello, se cumplió con todas las reglamentaciones vigentes y con el marco ético que establecen organismos internacionales en el campo de la antropología biológica. Se trata de sepulturas vencidas por las que, luego de comunicaciones a los familiares, los cementerios tienen la potestad de trasladar o cremar los restos para aumentar el espacio. “Lo que nosotros hacemos es interferir en ese proceso, antes de su destrucción total, para recuperarlos con fines científicos y forenses”, explicó Giannotti.
Un método científico made in Mendoza
A partir de la integración de esta colección osteológica, el equipo de expertos está avanzando en tres líneas de investigación. La primera, como ya se dijo, es la validación de métodos propios para estimar sexo y edad en los procesos de identificación de restos óseos NN en causas judiciales de Mendoza. “Se ha detectado que en el mundo existe una enorme diversidad en términos biológicos que responde a muchos factores: genéticos, culturales y estilos de vida, entre otros. Esto hace que la expresión en nuestros huesos, entre una persona que vive en Corea del Sur y una que vive en Brasil, en Portugal o EE. UU., sea muy diferente, no solo la estatura y la masa corporal, sino las características propias. La pelvis de una mujer en China es muy diferente a la de una mujer en Argentina”, ejemplificó Mansegosa.
Por otro lado, incursionan en tafonomía forense, la disciplina que analiza los procesos que ocurren durante la descomposición de cadáveres. Así, trabajan con entomólogos (especialistas en insectos) del Conicet en Mendoza estudiando fauna cadavérica para reconstruir “intervalos 'post mortem'” que permiten saber de la fecha o rangos de días que han pasado desde que una persona fallece hasta que se encuentran sus restos. “En esta línea, estamos viendo lo que les pasa a los restos óseos humanos o a los cadáveres cuando acceden a ellos distintos factores, concretamente los perros, que destruyen, dispersan y hacen desastres en muy poco tiempo”, detalló Giannotti, y ejemplificó con causas judiciales en las que se cree que los cuerpos que han sido desmembrados y tirados en un campo en realidad son producto de la acción de perros cimarrones.
La tercera línea de investigación del equipo de la FFyL es mejorar la búsqueda de personas en contextos de fosas clandestinas, como parte de un proyecto en conjunto con el Instituto Universitario de Seguridad Pública (IUSP). “Queremos desarrollar modelos experimentales con el uso de los perros de la División de Canes de la Policía de Mendoza, un área que está muy poco explorada. La idea es utilizar muestras de la osteoteca para potenciar y desarrollar la capacidad de identificación por parte de los perros, sobre todo de restos óseos con tejidos, algo que siempre resulta complejo y tiene una altísima demanda en las causas judiciales de Mendoza”, amplió Mansegosa.
En este aspecto, también hacen estudios geofísicos del sedimento en los suelos, un aspecto clave a la hora de determinar si un cadáver fue “plantado” en el lugar donde se encontró. “A partir de una colaboración con geólogos y antropólogos forenses de la Universidad Nacional de Tucumán, estamos analizando el fósforo que queda fijado en el sedimento luego del proceso de descomposición cadavérica de un cuerpo. Es una herramienta muy útil, especialmente ante hipótesis de traslados de cadáveres dónde el fósforo puede ser un indicio para localizar fosas clandestinas de inhumación. Entonces la osteoteca es el epicentro de toda esa información que se está generando”, cerró Giannotti.
El Emaaf está integrado por el Dr. Sebastián Giannotti (jefe de trabajos prácticos de la materia Bioarqueología de la Licenciatura en Arqueología, becario posdoctoral del Conicet) y la Dra. Daniela Mansegosa (profesora asociada de la materia Bioarqueología de la Licenciatura en Arqueología; investigadora asistente del Conicet). A ellos se suman Julián Marchiori (estudiante de la Licenciatura en Arqueología y ayudante médico del Cuerpo Médico Forense y Criminalístico del MPF), Camila Fernández Aisa, Janet Cea y Romina Olivares (estudiantes de la Licenciatura en Arqueología).
El proyecto de la osteoteca contó con apoyo financiero de la SIIP (UNCUYO) y el aval institucional de la Facultad de Filosofía y Letras y del Cuerpo Médico Forense y Criminalístico.
Fuente: Prensa UNCUYO
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