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Sus canciones han sido cantadas por las figuras más destacadas del mundo: desde Pedro Infante y Luciano Pavarotti hasta Luis Miguel. En el mes de aniversario de la muerte del ídolo de la canción romántica, repasamos su obra escuchando a los expertos. Un símbolo inmortal del bolero y del amor que se autodefinió, orgulloso, como “ridículamente cursi”.
Agustín Lara
Ángel Agustín María Carlos Fausto Mariano Alfonso del Sagrado Corazón de Jesús Lara y Aguirre del Pino, se llamaba. Pero le decían “El Flaco”, por su ágil complexión. Más tarde la gloria le alargó el apodo y lo bautizó con doradas mayúsculas: “El Flaco de Oro”. Pero eso fue cuando el querido y desgarbado profeta del amor ya había entablado conversaciones con los astros: “Luna que se quiebra, sobre la tiniebla de mi soledad... ¿A dónde vas?” le interrogaba el poeta; cuando ya había cantado a esa mujer “rebelde y gitana cubierta de flores”, para buscar y por fin besar su “boca de grana, jugosa manzana que le habla de amores”. Así era el Flaco.
Un hijo de la noche
Agustín Lara aprendió la música y la poesía de la mismísima noche, esa maestra infalible que lega las mejores virtudes y los peores defectos. Desde los siete años tocaba el piano y a sus doce tuvo que salir a trabajar, a deambular por la noche de la Ciudad de México, de los cabarets lúgubres repletos de hombres sedientos y mujeres con sonrisas atornilladas en el rostro. En ese mundo el Flaco de Oro comenzaba a hacer su música, su poética; vivía, y amaba con pasión.
Una cicatriz le surcaba el rostro, un viejo pero inolvidable recuerdo; una mujer furiosa y una botella voladora que resplandeció en la noche y le dejó en la cara la marca femenina e indeleble de los celos. Un episodio policial… o una delicada simbología de la pertenencia, que revelaba, una vez más, una clave estética: que no puede haber bolero sin entrega… y sin desgarramiento.
De la parodia del amor, del circo burlón de las caricias y los besos, Lara empezaba a construir su concepto propio de amor. No ése que nos cuenta el tango, de “minas pelandrunas” tan capaces de enamorar como de “amurar” al primer día difícil. Otro amor, ingenuo y puro, un amor íntimo, casi privado, por muy poco inexistente. Un amor que consuma, como si tal cosa, la felicidad. Y de pronto, de hondo, se hace doloroso porque en todos los casos, es la antesala de la muerte que logra separar, del olvido, cuando no del abandono. Una poética del amor que se detiene en una mirada, en una sonrisa bajo una luna fugitiva, en un beso al estilo Lara: “Friolento, travieso, amargo y dulzón”.
Se casó tantas veces que se llega a disentir en la cifra. Siete, nueve o tal vez diez veces, sostienen algunos, pero no hay dudas de que sus amores fueron muchos más. Sin embargo su romance más conocido fue con la increíblemente bella y codiciada actriz mexicana, María Félix, con quien contrajo matrimonio en 1945. Para ella compuso “María bonita”, “Aquel amor” y “Noche de ronda”, entre otras canciones.
Una obra inmortal
La primera obra que registró fue “La prisionera” en 1926. Un par de años más tarde comenzó su programa radial “La hora íntima de Agustín Lara”, con el cual cosechó un éxito considerable. Incursionó en el cine como actor y como compositor. Más tarde continuó su éxito radial con el programa “La Hora Azul”, donde compartía el aire con intérpretes de la talla de Toña la Negra, Pedro Vargas y Alejandro Algara. Giras por Centro América, Europa, América del Sur, nuevas canciones: la fama ya lo había recibido en sus brazos y la gente lo aclamaba.
La obra de Lara comprende cerca de setecientas piezas, entre boleros, pasodobles, baladas, tangos y melodías “tropicales”; también compuso la opereta “El pájaro de oro”, en 1946. Algunas de sus piezas integran un repertorio clásico de alcance mundial, como las famosísimas “Granada”, “María Bonita”, “Noche de ronda”, “Mujer”, “Solamente una vez”, “Veracruz”, sólo por nombrar algunos de sus títulos más celebrados.
Desde Guadalajara, el Dr. Raúl Ibarra Ovando, médico, pianista y estudioso de la obra de Lara, ha llevado adelante un exhaustivo trabajo de recopilación y análisis de las composiciones del músico mexicano. En conversación con el autor de estas líneas, asegura que se trató de “un pianista con una habilidad extraordinaria, un virtuoso, en sus primeros años”. Nos cuenta el Dr. Ibarra: “Estuvo enlistado poco tiempo en el ejército (de hecho, hay por ahí una foto donde aparece vestido de militar). Fue encarcelado en Puebla por la dueña de una casa de citas que lo explotaba y utilizó sus malas influencias para que lo tuviesen detenido. Salió con cierta dificultad gracias a unos amigos”.
Siempre se ha hablado sobre dos posibles balazos en sus piernas; Ibarra apunta, que, de ser cierto “quizás hayan sido por mujeriego”. A tal punto llegaron sus aventuras amorosas, según narra el experto, que “existe por ahí la anécdota de que, en una ocasión, un amigo taxista lo disfrazó de lavandera para que pudieran los dos escapar de unos guardaespaldas que lo estaban esperando en la entrada de unos departamentos para matarlo, pues andaba con la esposa de un alto funcionario en la Ciudad de México”. Rumores, anécdotas, matices para comprender su obra, su mundo.
La censura, el tango y la cursilería
De una temática amorosa con una fuerte carga de erotismo, jamás gratuito y siempre fino, la dilatada obra de Lara fue censurada por el gobierno mexicano durante llas décadas del 30 y del 40. La juzgaron “inmoral”. Mientras tanto en Argentina ocurría algo similar con el tango y la “depuración” de sus letras llevada adelante por el gobierno militar de 1943 y sostenida durante parte del gobierno peronista. Fue parte de esa clase de “saneamientos” estéticos a los cuales las fuerzas armadas de Latinoamérica siempre han sido tan afectas.
Con o sin censura, Lara fue el personaje central del bolero mexicano. Es decir que su obra se inscribe dentro de una tradición popular que creció, como el jazz y el tango, prácticamente de noche, y en un escenario igualmente sombrío. Géneros “populares” apoyados en ritmos acompasados y en letras fáciles de recordar, rasgos que se hacen muy notorios sobre todo en sus principios. Géneros que se desarrollaron en las despreciadas orillas de la “alta cultura” que delimitaba sus espacios y sus márgenes de “tolerancia”.
El bolero experimenta hacia la década del 30, al igual que el tango, una etapa de singular fertilidad. El historiador, prestigioso musicólogo y profesor de la Universidad Nacional de La Plata, Argentina, Sergio Pujol, nos comentaba: “La figura de Lara es muy singular, pero también representativa de un momento de explosión de la canción popular en América Latina. Son los años 30, los años del Gardel cinematográfico, del mejor Discépolo -que hizo amistad con Lara, en México, a principio de los 40-, del samba canción y, obviamente, del bolero mexicano”.
Si bien también compuso algunos “tangos", ¿qué hay de cierto en ese rumor de que, de alguna manera, Lara frenó el avance de nuestra canción ciudadana? Pujol sospecha que no fue tan así, y recuerda que el mismo Discépolo “le atribuía [a Lara] un rol central en la exportación continental del bolero, que habría obligado a los autores y compositores de tango a escribir en una línea más romántica” cuenta Pujol y nombra al propio Discépolo, con sus tangos "Uno" o "Sin palabras", como ejemplo.
Cantos al amor, al deseo, los “grandes temas” de la poesía, que, al mismo tiempo, son los temas de todos los hombres y de todas mujeres. Destaca Pujol que “el aporte de Lara se dio en dos planos: por un lado, se atrevió a conjugar el tono modernista de la canción popular de salón con el imaginario de la noche y la perdición; la prostituta abunda, como tópico, en su repertorio. Y luego construyó un personaje: tipo feo, ex pianista de cabaret, al que le sucedieron todos los males de amor y supo volcarlos en canciones. Obviamente, fue un gran melodista y un letrista bastante inspirado, con olfato popular.”
Ese olfato al que se refiere Pujol, fue acaso el mérito mayor de las composiciones del Flaco de Oro, y, a la vez, su principal flanco de críticas: dio a la canción de la época una sensibilidad accesible al hombre y a la mujer comunes. Así, llenó el amor de miradas dulces, de encendidos celos, de galanterías a destiempo, de frases hechas, porque precisamente son esas las que esconden las “verdades” del amor. El “eres parte de mi alma” puede ser visto como un tropiezo literario, o como una rotunda verdad que sólo comprende el que alguna vez se ha enamorado.
Estas críticas a las letras de Lara fueron (y son) las mismas que se han ensayado contra el bolero como género. Se le atribuye un pecado grave, una infracción que, de comprobarse, destierra una composición de los “dominios de la literatura” si es que tales existen, con sus perfiles más o menos visibles: se lo ataca de “sensiblero”; dicho de una vez, de “cursi”.
Lo “cursi”, ese errado intento hacia la belleza, como alguien dijo, esa delgada cornisa entre el romanticismo y el mal gusto. Ibarra Ovando destaca que fue el mismo Lara quien ayudó a crear esa imagen de "cursi". Ciertamente respondió en vida a este punto: "Soy ridículamente cursi y me encanta serlo, porque la mía es una sinceridad que otros rehúyen, ridículamente. Cualquiera que es romántico tiene un fino sentido de lo cursi y no desecharlo es una posición de inteligencia", dijo alguna vez el ídolo del bolero.
Dos gardenias para Lara
En 1968 la salud de Agustín Lara cayó en picada. El 6 de noviembre de 1970, luego de un derrame cerebral, fallecía el legendario emblema de la canción romántica, dejando una obra que perdurará para siempre. Sobre su tumba y por estos días, en el Panteón Civil Dolores, duermen las refulgentes flores que suelen iluminar los altares típicos del día de muertos. Esa importante fecha en que los mexicanos la pasan con sus “muertitos”. Lara es uno de ellos, uno de los más queridos muertos-vivos del país azteca. Agustín Lara es ya un nombre que vivirá para siempre en el corazón de México... y del mundo entero.
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