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19 DE DICIEMBRE DE 2024
La autora es la directora del Instituto Argentino de Investigaciones de Zonas Áridas (IADIZA), Conicet.
Elena María Abraham
Publicado el 27 DE SEPTIEMBRE DE 2015
Las tierras secas incluyen las regiones de la superficie terrestre donde la producción de cultivos, forraje, madera y otros servicios del ecosistema son limitados por el agua. La desertificación implica todos los procesos de degradación de tierras en zonas secas y es el resultado de una combinación entre las actividades de sobrecarga de los seres humanos y las severas condiciones ambientales, en particular, las variaciones del clima y la sequía. Esta última se produce cuando las lluvias han sido considerablemente inferiores a los niveles normales, lo que causa agudos desequilibrios hídricos que perjudican los sistemas de producción agrícola.
Un factor desencadenante de la desertificación es el mal uso de los recursos de tierras secas por tecnologías no adaptadas.
Las tierras secas enfrentan grandes desafíos, tanto biológicos como sociales, económicos y políticos, expresados en la competencia por el uso de la tierra y la apropiación de recursos estratégicos de agua y suelo. Esto conduce a la centralización de riqueza y poder, generando desequilibrios territoriales y falta de equidad social. La desertificación está asociada a la vulnerabilidad –entendida en conexión con riesgos y desastres–, concepto que vincula la relación que tiene la gente con su ambiente, instituciones, fuerzas sociales y valores culturales.
En nuestra Provincia, las actividades productivas se estructuran en torno al modelo agroindustrial inserto en una economía de mercado. Este fenómeno se manifiesta especialmente en el gran desarrollo de los oasis irrigados, en detrimento de los espacios que carecen de agua de riego.
Esta contraposición se expresa incluso en las dos realidades sociales y económicas de Mendoza: una economía de mercado y otra de subsistencia. La contradicción también se observa desde el punto de vista ambiental, pues el oasis funciona como un ambiente central hegemónico y el resto del territorio, como sistemas marginales.
Los aportes hídricos permanentes con los que se alimenta a los oasis irrigados provienen, en su totalidad, de la fusión naval que se produce en la cordillera y el aporte constante que hacen las masas de hielo de los glaciares de la Cordillera de los Andes. Los oasis han podido expandirse gracias al riego sistematizado por medio de diques, canales y pozos subterráneos, que han permitido la producción e industrialización de cultivos de vides, hortalizas y frutales.
Sobre un territorio de alta fragilidad, la competencia por el uso del agua surge como uno de los principales conflictos ambientales en la interacción oasis-secano: las áreas deprimidas del desierto ya no reciben aportes hídricos superficiales, pues los caudales de los ríos se utilizan íntegramente para el riego de la zona cultivada y el consumo de los asentamientos humanos. Esa misma competencia se verifica en el uso del suelo en los oasis, especialmente en el conflicto urbano-rural.
Con un territorio íntegramente extendido bajo condiciones de sequedad, con diferentes niveles de desertificación, la provincia de Mendoza es un caso paradigmático de organización basada en una gran contradicción: la confrontación entre tierras secas irrigadas, “oasis”, y tierras secas no irrigadas, “desierto”.
Si a esto le sumamos los escenarios generados por el cambio climático, sobre todo lo relacionado con las fuentes de aprovisionamiento hídrico y las consecuencias en los patrones de uso del suelo, las sinergias entre estos procesos presentan alarmantes situaciones. Desertificación es causa y consecuencia del cambio climático y, a su vez, estos procesos aceleran la desertificación de los territorios afectados.
Las principales causas que potencian los riesgos de la desertificación provienen de la debilidad de políticas integrales y de coordinación intersectorial, que se manifiestan en desequilibrios territoriales con efectos negativos sobre las dimensiones sociales, económicas y ambientales, políticas que históricamente se han mostrado prácticamente ausentes en el desarrollo del desierto, en contraste con la diversidad de políticas y promoción de actividades dirigidas a los oasis.
Cuando se formulan estrategias sólo para los oasis, se está decidiendo, por omisión, sobre el resto del territorio, que funciona como espacio marginal. Se trata entonces –tomando la oportunidad que plantea la reciente Ley 8051 de Ordenamiento de los usos del suelo– de aceptar el reto de una planificación con criterio sistémico, que articule la relación oasis-áreas no irrigadas en un proceso de complementación y no de competencia, para mitigar los efectos del cambio climático y prevenir, mitigar y recuperar los territorios afectados por la desertificación.
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