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19 DE DICIEMBRE DE 2024
Lo aseguró la investigadora del Conicet y profesora de la UNCUYO María Rosa Cozzani. Dijo que no hay muro ni alambre de púa que pare a los migrantes. Los desafíos que enfrenta Europa.
Verónica Gordillo
Publicado el 14 DE SEPTIEMBRE DE 2015
La Unión Europea (UE) creó un espacio que permitió la libre circulación de los ciudadanos de los países que la integran y cerró sus puertas a los extranjeros que pretendían vivir en esas tierras, un intento imposible, según la investigadora del Conicet María Rosa Cozzani. Para ella no existe barrera, muro ni alambrado que pueda detener a los migrantes, al tiempo que aseguró que Europa se enfrenta a un desafío que tardará años en resolver.
La titular de la cátedra de Geografía de la Población de la UNCUYO enumeró los dos aspectos que marcan la complejidad de la problemática. El primero está dado por las diferencias culturales abismales que existen entre los ciudadanos europeos y los refugiados, cómo lograr que personas que no tienen la misma lengua, religión ni formas de vida puedan amalgamarse. El segundo es que los países y sus economías están estructurados con base en un cierto número de población y que la llegada de ciento de personas significa un desequilibrio y un desafío a resolver.
Cozzani y Cinthia Insa, integrante del Instituto Multidisciplinario de Estudios Sociales Contemporáneos (Imesc) de la Facultad de Filosofía y Letras, analizaron la situación que enfrenta Europa por la llega de millones de personas que escapan de guerras y que intentan lograr la categoría de refugiados. Las investigadoras aclararon la diferencia entre los conceptos de migrante y refugiado. Mientras el primero es una persona que tiene cierta libertad para moverse y planificar el traslado y son los varones los que suelen realizar el primer viaje, el refugiado debe salir de inmediato de su país porque su vida está en peligro y lo hace con toda su familia.
Escapar de la muerte
Según un informe del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur), el mayor porcentaje de las 137 mil personas que cruzaron el Mar Mediterráneo hacia Europa durante los primeros meses de 2015 huían de guerras, conflictos y persecución, especialmente de Siria, Eritrea, Afganistán, Nigeria, Somalia, Gambia e Irak.
La foto de Aylan Kurdi, el niño sirio de tres años que murió ahogado en el Mar Egeo intentando cruzar de Turquía a Grecia en una precaria embarcación, conmovió al mundo y confirmó el agravamiento de la crisis humanitaria. Y obligó a Unión Europea a reaccionar.
En el discurso que dio ante el Parlamento de Estrasburgo, el presidente de la Comisión Europea, Jean Claude Juncker, llamó a todos los países europeos “a respetar las reglas y a acoger con humanidad a cientos que huyen de la guerra y del terror del Estado Islámico”. Un mensaje difícil de asimilar para países que rechazan cualquier tipo de apertura, como Hungría o Polonia. En ese mismo encuentro, Juncker recordó que el tema de los migrantes no es nuevo para el viejo continente, aunque admitió que se profundizó con la llegada por distintas vías de cerca de 500 mil personas.
Cozzani comentó que el mundo se conmovió ante una fotografía y, que a partir de ese momento, la sensación fue que Europa abrió sus puertas. Pero para la profesora sólo hay preguntas sin responder: cuál será el destino de toda esa gente, si seguirán en campos de refugiados, cómo será el proceso de aceptación, cómo convivirán personas con culturas tan opuestas, cómo podrá Europa integrarlos sin que sus estructuras colapsen, si será sólo por un tiempo y después volverán a su tierra. Todas, preguntas sin responder.
Por todas estas preguntas sin responder, la investigadora aseguró que el proceso que comenzó será lento y que llevará años resolverlo. Y dijo que a la complejidad del problema en sí, se suman las diferentes posturas de los países: unos son más permeables a abrir sus puertas, otros no quieren saber nada.
Cozzani comentó que Europa llevó adelante una política de atracción de inmigrantes hasta el 75, cuando cerró sus puertas porque no necesitó más mano de obra. Luego, la Unión Europea creó lo que se conoció como el espacio Schengen, que permitía la libre circulación entre los ciudadanos de los países que conforman el bloque, pero no para los extranjeros que intentaban vivir en ese espacio. Fue una especie de cordón de protección, que intentó detener la presión migratoria. Un intento que no funcionó.
“La migración es imposible de detener. Le ponen alambres de púa, cañones, muros y la gente pasa igual. El espacio Schengen se agujereó por todas partes, únicamente la Gestapo podría haber tenido ese control para transformar a Europa en una fortaleza y eso es imposible”, fueron las palabras de la investigadora.
Cozzani marcó la dificultad extrema a la que se enfrenta Europa. Explicó que, por un lado, se conmueven ante la situación de las personas que escapan de las guerras, pero por otro, los países no están preparados para recibir una cantidad de refugiados tan grande. Sus economías se basan en determinadas actividades y los Estados están estructurados sobre una serie de normas que pueden tambalear frente a un ingreso tan masivo.
La investigadora también planteó cuáles son las posturas en las que se enrolan los ciudadanos y sus gobernantes, que siguen la línea de dos teorías demográficas opuestas. La primera asegura que si hay mucha población habrá más hambre; la segunda, que más nacimientos significan más cerebros para pensar y más brazos para trabajar. Los mismos razonamientos se trasladan a la migración, por lo que algunos países tienen una legislación más restrictiva que otros.
Cozzani explicó que el miedo a que el extranjero le quite el trabajo o el bienestar a los locales es una idea que no tiene asidero real y que está relacionado con los momentos de crisis. Es decir, cuando la economía de un país funciona bien, nadie se preocupa, pero cuando comienzan los problemas, al primero que se mira es al migrante. Comentó que, por ejemplo, todos los empleos de baja calificación en Europa los cubren los extranjeros, simplemente porque los locales no quieren hacerlos. Una realidad que se replica en todo el mundo.
La realidad argentina
Según las estadísticas del último censo de 2010, del total de población argentina, 1 805 057 nació en otro país, especialmente en Estados limítrofes. La misma fuente detalla que en Mendoza viven 65 619 extranjeros, siendo las comunidades más importante las de bolivianos, chilenos, peruanos, brasileros, paraguayos y uruguayos.
Cinthia Insa explicó que, si se analizan las leyes argentinas aprobadas en 2003 y reglamentadas en 2010, respecto de las de otros países latinoamericanos, el país tiene una política migratoria abierta, muy diferente, por ejemplo, de la de Chile, que es considerada restrictiva.
Insa recalcó que la política nacional tiene apertura sobre todo hacia los países sudamericanos y no hace énfasis en Europa, de donde históricamente llegaron la mayor cantidad de migrantes. Remarcó como decisión clave que no se pueda restringir el acceso a la educación a chicos que no están en forma legal en el país, así como tampoco a la salud, aunque existen trabas para que las personas logren obtener otros beneficios, como la Asignación Universal por Hijo y o la jubilación, porque están atadas a tener el DNI argentino por tres años.
En cuanto a los movimientos migratorios, la investigadora dijo que sigue la llegada de ciudadanos peruanos y bolivianos, aunque no con el impacto de años anteriores. Dijo que se mueven con base en cadenas establecidas, es decir que tienen familiares con quienes se pueden quedar y que se trasladan de acuerdo a sus conveniencias.
Insa recalcó que en los últimos años también llegaron muchos colombianos a Mendoza, aunque su intención no es tener a la provincia como destino permanente, sino intentar cruzar hacia Chile, donde existe una comunidad grande de esa nacionalidad.
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