A 45 años del asesinato de Paco Urondo, el poeta entregado al sueño de la revolución
Fue asesinado en Mendoza el 17 de junio de 1976. Era el responsable de la Regional Cuyo de Montoneros. En su obra, denunció la Masacre de Trelew, perpetrada por oficiales de la Armada el 22 de agosto de 1972.
Paco Urondo. Foto publicada en lacapital.com
Su figura no solo dejó huellas en el plano político, sino también en las letras, ya que fue el poeta que escribió: "Del otro lado de la reja está la realidad, de este lado de la reja también está la realidad; la única irreal es la reja; la libertad es real aunque no se sabe bien si pertenece al mundo de los vivos, al mundo de los muertos...". Escritor, poeta, guionista, periodista y militante político, Francisco "Paco" Urondo fue asesinado por fuerzas policiales en Mendoza el 17 de junio de 1976 y su cuerpo continuó desaparecido y enterrado como NN hasta 1983, pero lo sobrevive una búsqueda estética que lo convirtió en uno de los poetas más potentes de su generación, autor de versos memorables como los que dicen: "Aunque parezca a veces una mentira, la única mentira no es siquiera la traición, es simplemente una reja que no pertenece a la realidad".
Urondo había recibido a principios de 1976 la orden, por parte de la conducción de Montoneros, de trasladarse a Mendoza para tomar el mando de la Regional Cuyo de la organización, que se encontraba diezmada por los importantes golpes que la represión ilegal le había dado a su estructura.
Ya en la provincia, tres meses después del golpe de Estado, el autor de La Patria Fusilada, un célebre alegato en el que denunciaba la Masacre de Trelew perpetrada por la Armada en 1972, era asesinado. Fue hace 45 años, al caer en la encerrona de una cita “cantada”.
Nacido en Santa Fe en 1930, Urondo comenzó a publicar siendo muy joven. Con apenas 20 años, sus trabajos se editaron en Buenos Aires Poesía, una revista vanguardista en la cual trabajaron poetas y escritores como Alejandra Pizarnik y Leónidas Lamborghini.
Fue director de arte contemporáneo de la Universidad del Litoral a los 28 años, realizó adaptaciones para el cine y la televisión, y escribió en semanarios como “Primera Plana” y “Confirmado”.
En un mundo social y políticamente convulsionado, en el que los ecos de los movimientos políticos latinoamericanos se reflejaban en la Revolución Cubana, el Mayo Francés y la Guerra de Vietnam, Urondo entendió que su compromiso como hombre de letras debía ir más allá de sus escritos y decidió sumarse a la lucha armada. Así fue cómo se incorporó a las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR), la organización guerrillera integrada por militantes desencantados con la izquierda clásica que vieron en el peronismo un vehículo a través del cual alcanzar el cambio social anhelado por toda una generación.
Urondo llegó incluso a participar del copamiento de la localidad de Garín en julio de 1970, una de las primeras acciones emprendidas por las FAR. Tres años después, cuando faltaba poco para las elecciones del 11 de marzo de 1973, las fuerzas del orden lo detuvieron junto a Iván Roqué, Lili Massaferro y Alicia Raboy, que sería la última pareja del poeta.
Pasó esa detención en la cárcel de Villa Devoto, donde (Alberto Camps y René Haidar), dos sobrevivientes de Trelew, le narraron las alternativas de aquella masacre de militantes guerrilleros ocurrida en agosto de 1972 en la base naval Almirante Zar. A partir de esos relatos, Paco escribió La patria fusilada, un texto que se convirtió en 1973 en un emblema para la militancia revolucionaria.
Ese año, en el marco de la amnistía política decretada en las primeras horas del gobierno de Héctor Cámpora, Urondo recuperó la libertad y se integró a las filas de Montoneros, que se habían fusionado con las FAR. Continuó con su militancia en medio de una Argentina que se sumía en un torbellino de violencia política, y en septiembre de 1974 pasó a la clandestinidad, al igual que todos los integrantes de Montoneros.
Reorganizar la golpeada Regional Cuyo parecía una tarea imposible, sobre todo por las capturas y muertes de militantes que se sucedían desde 1975, algo que Rodolfo Walsh juzgó “como un error” en una correspondencia que mantuvo con militantes de Montoneros. En la fría tarde del 17 de junio de 1976, Paco Urondo y Alicia Raboy, recién instalados en Mendoza y en la clandestinidad, debieron concurrir a una cita de control para verse con Renée Ahualli, una integrante de Montoneros que llevaba varios años viviendo en la provincia cuyana.
Paco Urondo conducía un Renault 6 y viajaba junto a Alicia, su hija Ángela y Ahualli, que se había subido a ese auto unas pocas cuadras antes. Los cuatro circulaban por las calles de la localidad de Dorrego e iban al encuentro de Rosario Aníbal Torres, otro militante de la organización.
Durante el recorrido, Paco y Ahualli comenzaron a detectar presencias extrañas, situaciones que no eran habituales en la escenografía de la zona. Renée vio a bordo de un Peugeot 404 que utilizaba la organización a Torres, acompañado por otras dos personas en el interior del vehículo, y supo, igual que Paco y Alicia, que la cita “estaba envenenada”. Bajo tortura, Torres, puntano y expolicía, les había "cantado" a los represores la cita de control, sin saber que entregaba al principal responsable de Montoneros en la región.
Urondo y las dos mujeres acomodaron a la nena en el piso del Renault y emprendieron una fuga, mientras varios autos, entre ellos el Peugeot, iniciaban una persecución.
En medio de las balas que disparaban sus perseguidores, los montoneros chocaron con una camioneta y detuvieron su marcha. En ese momento, con Ahualli herida en las piernas, Paco tomó la decisión de no caer con vida.
Los represores llegan al Renault, abordan a Urondo y un policía, Celustiano Lucero, le propinó un culatazo de fusil que le fracturó el cráneo y le provocó la muerte. “Ya me tomé la pastilla y me siento mal. Váyanse”, les dijo Urondo a las mujeres. Se refería a la pócima de cianuro que llevaban algunos militantes, que preferían morir envenenados antes de delatar a sus compañeros en las sesiones de tortura.
Alicia escapó con Ángela y, antes de ser capturada, logró dejar a su hija en manos de un empleado de un corralón. Desde entonces, permanece desaparecida.
Ahualli, a pesar de sus heridas, logró escapar, sorteó retenes de soldados y llegó a una casa. Al día siguiente, dejó la provincia y logró retomar su militancia en Buenos Aires. Años más tarde, declaró en el juicio de lesa humanidad que se siguió por la muerte de Urondo.
Ángela quedó en la Casa Cuna de la provincia. Días más tarde, la familia Raboy pudo recuperarla y logró transmitirle, 20 años después, la historia de la muerte de su padre y la desaparición de su madre.
En 2011, fueron condenados a perpetua por el asesinato de Urondo y otras 23 víctimas el excomisario inspector Juan Agustín Oyarzábal, el exoficial inspector Eduardo Smahá Borzuk, el ex subcomisario Alberto Rodríguez Vázquez y Lucero. El exteniente del Ejército Dardo Migno recibió 12 años de cárcel.
En ese juicio, peritos forenses que vieron el cuerpo de Urondo en la morgue policial de Mendoza aseguraron que no había en su cuerpo rastros de cianuro. En 1976, su hermana Beatriz logró recuperar sus restos para inhumarlos en el cementerio de Merlo. Fueron colocados en una bóveda como NN, hasta que finalmente, en 1983, pudieron ser identificados.
Poeta y militante, Paco eligió mentirles a Alicia y a Renée; decirles que el veneno del cianuro lo consumía para darles una posibilidad de escape. Fue el último acto de entrega con el cual eligió ponerle fin a su vida, su obra y su lucha.
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