A 20 años de la crisis de 2001: de la defensa de la democracia al cambio en las estructuras partidarias
Cuatro profesionales de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNCUYO compartieron con Unidiversidad su visión sobre las consecuencias de la crisis de 2001.
La crisis de 2001 marcó el fin del gobierno de la Alianza, cuyos candidatos se impusieron en las elecciones de 1999. Foto: Télam
Algo –o todo– se salvó en medio de la pobreza, el desempleo, el corralito, la represión, de esa imagen-símbolo del helicóptero en el que Fernando de la Rúa abandonó Casa de Gobierno. Algo –o todo– se salvó: la democracia, porque en medio del caos, se respetó el orden constitucional y al voto como forma de elegir representantes. En esa visión de lo que se salvó coincidieron cuatro profesionales consultados por Universidad, a veinte años de la crisis política, social y económica de 2001, y aseguraron que marcó también cambios sustanciales con relación a los partidos políticos, así como la aparición de movimientos sociales que ganaron las calles.
Débora Gez, Julio Aguirre, Patricia Collado y Alberto Montbrun, cuatro profesionales que se desempeñan en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNCUYO, compartieron su mirada sobre esa crisis que fue una bisagra en la historia argentina.
Nace una rebelión
La tarde del jueves 20 de diciembre de 2001, una multitud presenció desde Plaza de Mayo el despegue del helicóptero que trasladó a De la Rúa, símbolo de la crisis. Fue el corolario del fin de la convertibilidad, del corralito, de altos niveles de pobreza y desocupación, del endeudamiento externo y de erróneas decisiones en materia política y económica. Fue también el fin del mandato de un presidente sin poder, al que dejaron solo, y de la Alianza, que en las elecciones de 1999 impuso la fórmula De la Rúa-Chacho Álvarez, pero que a poco de andar mostró su falta de cohesión.
Aunque esa sucesión de hechos es real, Gez (politóloga) y Collado (socióloga) coincidieron en que la crisis no se gestó en un día, en un mes o con una medida de gobierno. Explicaron que esa rebelión popular se amasó en los 90 con las políticas neoliberales, las privatizaciones, la pérdida de derechos laborales, el desempleo y la pobreza, todos condimentos que leudaron en 2001 y que hicieron que los y las ciudadanas ni siquiera se amilanaran ante el estado de sitio, porque salieron a la calle y dijeron "Basta".
Collado aseguró que esa rebelión cuestionó a esa estructura neoliberal que llevó al umbral de la supervivencia a millones de personas. "El 'Que se vayan todos' funcionó efectivamente en un momento para poner en cuestión el sistema que nos llevó a la debacle social, política y económica, y con ellas, las de salud, de educación y cualquier bienestar posible en la Argentina, para ponernos en la pobreza más extrema, en el desbarranque social y en la pobreza que aún hoy, frente a esos discursos tan maravillosos de superación moderna, libertaria y liberal, tiene que reconocer que no ha resuelto el 60 % de la pobreza y el 40 % de la informalidad", expresó.
El corralito fue uno de los condimentos que detonaron la crisis de 2001 y la renuncia de Fernando de la Rúa. Foto: Télam
La crisis y después
Montbrun resumió el saldo positivo y negativo de esa crisis. Dijo que se salvó la democracia, que la mejor muestra es que la ciudadanía vota cada dos años y que hay libertad de prensa. Por otro lado, aseguró que surgió la grieta que, lejos de achicarse, alimentan dirigentes de todos los partidos.
En el mismo sentido, Gez destacó que, en medio de la inestabilidad que generó la crisis y la renuncia de De la Rúa, el nombramiento de los cinco presidentes que le siguieron, incluido Eduardo Duhalde, que permaneció en el poder hasta las elecciones de 2003, se respetó el orden constitucional. Un dato no menor, expresó, teniendo en cuenta la incertidumbre existente.
Montbrun, Gez y Aguirre coincidieron en otros dos aspectos que cambiaron luego de la crisis: la desaparición de los partidos políticos tal y como se estructuraron hasta ese momento y la aparición de los gobiernos de coalición, en consonancia con lo que sucedía en el mundo.
Gez resumió este cambio. “Los partidos ya no responden a cuestiones ideológicas y a cartas orgánicas contundentes, sino que son una sumatoria de voluntades de referentes políticos que hacen estas coaliciones y buscan alcanzar el poder solamente. Sus proyectos políticos pueden coincidir, pero cuando llegan al poder, se tienen que poner de acuerdo, algo que no ocurrió en el caso de la Alianza, pero que sí ocurrió, a pesar de las idas y vueltas, con Juntos por el Cambio, cuando asumió Mauricio Macri con el apoyo y conocimiento de terreno de la UCR, lo que le permitió ganar las elecciones. Y ahora, el Frente de Todos es una sumatoria de referentes del Partido Justicialista, el kirchnerismo, el partido tradicional, movimientos sociales que lo apoyan, y la ventaja que tiene es contar con un brazo político histórico como ha sido la CGT”, expresó.
Aguirre explicó que la crisis de 2001 impulsó dos fenómenos asociados: en primer lugar, la deslegitimación de los partidos políticos y de la participación institucional, y un desprecio hacia sus estructuras y élites; y en segundo lugar, la conformación de nuevas estructuras, desde los movimientos piqueteros hasta formas de organización menos sistemáticas y esporádicas.
El profesor dijo que Néstor Kirchner fue el que comenzó a reconstituir esas estructuras, primero, con la formación de la Concertación Plural (a la que se sumó Julio Cobos como vicepresidente), y luego, con la consolidación del Frente para Victoria.
“Devino una profunda crisis de las identidades partidarias. Fue un proceso de desnacionalización del sistema de partidos: los líderes políticos empezaron a replegarse en los territorios, en una relocalización de la política y con una ausencia de liderazgos con proyección nacional. Si bien (Eduardo) Duhalde de algún modo pudo encauzar el país con una coalición amplia, no quedaron partidos políticos competitivos a nivel nacional. Esa situación duró hasta que el kirchnerismo, primero, y luego la oposición, en lógicas de coalición –ya no de partidos en el sentido tradicional–, vuelven a estructurar la política y la competencia a nivel nacional”, expresó Aguirre.
El 20 de diciembre de 2001, una multitud se congregó en Plaza de Mayo y presenció el despegue del helicóptero que trasladó a De la Rúa. Foto: Télam
Ocupar el espacio público
Otro de los aspectos en los que coincidieron los y las profesionales consultadas fue que la crisis marcó la aparición de movimientos sociales –como los de piqueteros y el de trabajadores desocupados– e impulsó otras formas de participación y relación entre la población y quienes detentan el poder. Respecto de estos movimientos, también coincidieron en que tanto las élites dirigentes como los medios masivos de comunicación transformaron a esas organizaciones en algo peligroso, de temer.
La socióloga Patricia Collado resaltó la importancia de esos movimientos. “La crisis económica llevó a las personas más pauperizadas –organizadas o no– a trascender la última medida disciplinaria que había impuesto el gobierno, que fue el estado de sitio, y decir: ‘Salgo a la calle a organizarme porque ya no tengo más que perder y tengo todo por ganar’. Decir 'Basta' fue el puntapié inicial de una gran consolidación de movimientos sociales que se reconocieron en poner un límite al neoliberalismo que había fagocitado millones de empleos formales, formas de supervivencia, de organización sindical y derechos laborales, y me parece que la respuesta fue contundente. Nadie que haya vivido el 2001 puede olvidarse de la profundidad de la respuesta de los que no tenían nada que perder”, fueron sus palabras.
Collado subrayó que ese momento de desguace social fue, al mismo tiempo, portador de una nueva forma de “politicidad”, de lucha por bienes comunes, de procesos autogestivos, de educación popular, de trueques, de comedores sociales, de arte comunitario. “En la mayor época de crisis, América Latina y Argentina dieron muestras de que la utopía es posible, de que la transformación social es un horizonte a seguir y que siempre hay fuerzas cuando uno se levanta para transformar el lugar social donde nos quieren poner, recusarlo, pelearlo y pensar que hay un futuro mejor para nuestros niños, niñas, niñes y jóvenes. Todavía creo que es posible”.
Aguirre planteó que esas formas novedosas de organización abrieron la puerta a nuevas formas de asistencia social, centralizadas en transferencias de ingreso condicionadas hacia personas en situación de vulnerabilidad, como el caso de la Asignación Universal por Hijo (AUH).
Montbrun subrayó la importancia de los movimientos sociales poscrisis, aunque no se tradujeron en una mayor participación social en temas relacionados con el sistema electoral, los partidos políticos partidarios, los planteamientos de modificación de la Constitución. Dijo que una de las razones es que los partidos tradicionales impiden la llegada de referentes por fuera de sus estructuras, sumado a que las preocupaciones de la población siguen centradas en la seguridad, la inflación y, en menor medida, la corrupción.
“No creo que haya mayores niveles de participación social, lo que sí hay es un nivel de espontaneidad interesante motivado por la emergencia de las redes, que ponen poder en la gente y replantean muchas de las bases de la democracia. Los que están muertos son los partidos políticos, que se han convertido en estructuras encaminadas a mantener las pequeñas oligarquías que los conducen y el monopolio del acceso al poder. Por eso, a la hora de votar la gente independiente, que debe ser el 70 o el 80 % de la población, no encuentra vías adecuadas para canalizar su voluntad de participar en la cosa pública que no sea verse obligados a ir a los partidos que tienen el sellito, por lo que es muy difícil que pueda llegar gente de afuera de la partidocracia a los cargos de poder”, completó.
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