A 35 años de la muerte de Borges, cómo las nuevas generaciones resignifican su herencia

Olivia Gallo, Michel Nieva, Martín Castagnet y Juan Ignacio Pisano repasaron cómo las nuevas generaciones metabolizan y resignifican la herencia borgeana.

A 35 años de la muerte de Borges, cómo las nuevas generaciones resignifican su herencia

Foto: Télam

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Dolores Pruneda Paz / Télam

Publicado el 14 DE JUNIO DE 2021

Jorge Luis Borges, el invencible de la cuentística universal, padre "rancio" de la literatura argentina, titular de una ética de la que emana "todo el buen decir de la ficción", a quien leemos en todas partes porque él nos enseñó a leer y que, especialmente en pandemia, puede contagiarnos la felicidad de Dahlmann tras haber pasado el encierro, es el que rescatan, a 35 años de su muerte, escritores jóvenes reconocidos por su producción.

Olivia Gallo, Michel Nieva, Martín Castagnet y Juan Ignacio Pisano, autores nacidos entre 1981 y 1993, repasaron cómo las nuevas generaciones metabolizan y resignifican la herencia borgeana.

Nacido en Buenos Aires el 24 de agosto de 1899, Jorge Francisco Isidoro Luis Borges es una figura clave de la literatura universal. Escribió cuentos, ensayos y poemas como "La fundación mítica de Buenos Aires", "Inquisiciones" y "El Aleph". Murió en Ginebra, la ciudad de su juventud, el 14 de junio de 1986, dos meses después de haberse casado María Kodama, exdiscípula y apoderada de su obra.

"Del Borges que más me gusta, destaco una mirada de la literatura como terreno beligerante, un espacio de tensiones, relecturas, reescrituras, intertextualidades y apócrifos. No como el espacio de una consagración o de una aspiración de jerarquías que es, contradictoriamente, la imagen de Borges que circula en cierto sentido común de aspiraciones 'cultistas' en nuestra sociedad, sobre todo la porteña", dice Pisano, autor de "El último Falcon sobre la tierra".

Doctor en Letras especializado en gauchesca, Pisano se refiere a "un espacio de artificio e invención" que entiende a la ficción "como una forma para que la posibilidad exista" y a "la capacidad de decir mucho sin explicar demasiado ni describir en exceso".

Por su parte, Nieva –autor de Tecnología y barbarie, textos que entrelazan ciencia ficción, cyberpunk y ensayo nacional– se disculpa por lo "edípico y patriarcal" que pueda sonar, pero, para él, "Borges es el padre de la literatura argentina, un padre conservador y rancio de cuya ética literaria emana todo lo que se considera la norma de un buen texto de ficción: adjetivación sobria y precisa, imperativo de la brevedad, presentación no psicológica de los personajes". Su originalidad, dice Nieva, es que "inventó engendros alucinantes, como hacer que la filosofía sea una rama de la ciencia ficción, o la política, una forma de la literatura fantástica. Pero lo que más me sigue asombrando es su capacidad única de amonedar ideas poderosísimas en una o dos oraciones: casi toda la teoría literaria de la segunda mitad del siglo XX sale de dos ensayos suyos: 'Kafka y sus precursores' y 'El escritor argentino y la tradición', que tienen menos de 10 páginas cada uno".

"Su obra desarma cualquier dicotomía: encarnó la vanguardia desde la tradición y elaboró un estilo mal llamado 'elitista' desde los géneros mal llamados 'populares'. Hasta su figura se burla de esas contradicciones: un visionario ciego que usaba elogios como insultos, un lector de los antiguos que fue más moderno que cualquier contemporáneo", resume Castagnet, autor de Los cuerpos del verano, que comparte con Nieva haber sido elegido como uno de los 25 mejores escritores latinoamericanos sub-39, por la revista Granta.

Por su lado, Gallo, autora de "Las chicas no lloran" destaca: "Sus cuentos arrancan en una dirección y terminan en otro lugar, hay un movimiento que siempre es sorpresivo". Si tuviera que elegir un texto de Borges para leer hoy mismo, en pandemia, Gallo elegiría "El sur". Cita: "En la luz amarilla del nuevo día, todas las cosas volvían a él". Dahlmann "emprende ese viaje después de haber pasado varios días internado en un hospital. Aplicaría eso: la felicidad de salir después de haber pasado un encierro".

Olivia Gallo, autora de "Las chicas no lloran"

 

Télam: ¿Cómo impactó su obra en vos?

Juan Ignacio Pisano: Entré a Borges con un ansia de literatura "posta", pensando equivocadamente que mis lecturas previas habían sido cosas menores: libros infantiles o adolescentes, y otros del género terror. Fue una cachetada ante esas pretensiones porque el impacto fue el opuesto: encontré al Borges del que hablaba antes, el que inauguró un cambio en mi concepción de lo literario que siguió mutando con otras lecturas, el que me formó en un modo de leer.

Michel Nieva: Por suerte, lxs escritorxs que nacimos después de su muerte no sentimos el peso asfixiante que tuvo en generaciones anteriores, como la de Aira, Piglia y Saer. Diría que Borges es como un abuelito al que se admira y del que se afanan ideas o procedimientos, pero sin que su influencia sea un drama paralizante.

Martín Castagnet: Leo a Borges en todas partes porque precisamente él nos enseñó a leer y por eso el ensayista es quizás más importante que el cuentista, aunque sus ensayos tengan la fluidez de sus cuentos, y sus cuentos, el rigor de sus ensayos.

T: ¿Cómo se resignifica hoy el Borges cuentista universal?

J.I.P: Sigue siendo una fuente de producción textual y además se resignifica por el tipo de relaciones (en retroactividad) que establece con textos que se van publicando. Por ejemplo: "El amor", un cuento de Martín Kohan que se escribe retomando lo que pudo haber ocurrido entre Fierro y Cruz luego del final de El gaucho Martín Fierro, cuando cruzan la frontera y se van a las tolderías. Ese cuento retoma explícitamente a "Biografía de Tadeo Isidoro Cruz". El personaje de Fierro que Kohan construye lo llama a Cruz como "Tadeo": en el poema de Hernández, Cruz es Cruz, no tiene otro nombre, es decir que Kohan escribe su cuento también desde el cuento de Borges, y no solo desde el Martín Fierro. O podemos pensar en "El Aleph engordado", de Pablo Katchadjian. María Kodama, en ese sentido, funciona obturando la circulación de Borges desde una concepción de lo literario que el propio Borges (creo o quiero creer) no compartiría.

M.N: A mí, que escribo ciencia ficción, me interesa reivindicarlo como un autor de ese género y me parece que hoy en día hay un rescate de su obra en ese sentido. En 2016 le dieron el Premio Hugo post mortem (que es como el Nobel de la ciencia ficción) y en Estados Unidos ahora se reeditaron sus cuentos con prólogo de William Gibson, que es uno de los creadores del cyberpunk.

M.C: Nací dos semanas antes de su fallecimiento y mientras viva cumpliré los años que lleva muerto. La generación posterior a la suya intentó matarlo; la nuestra solo se acerca cada vez más. Las tecnologías, la manera misma de leer del nuevo milenio (a decir de Calvino, otro gran borgeano), nos acercan a Borges aunque no lo intentemos: la brevedad, el fragmento, la autoficción, la hiperconectividad. No sé qué pasará cuando ambos cumplamos 50, yo de vivo y él de muerto, pero al día de hoy, su obra rejuvenece cada minuto que pasa.

T: Si tuvieras que elegir un cuento suyo para leer hoy mismo, ¿cuál sería y por qué?

J.I:P: "El Sur". Me parece una condensación maravillosa de tensiones que, como nacido en Buenos Aires, me interpelan: el corte entre el sur y el norte, el contacto con la alteridad, el campo como espacio de cierta aspiración de vida, el tratamiento del cruce entre lo que en nuestra tradición se nombra como civilización y barbarie… en fin, un dinamizador de ideas y de imágenes muy potentes. Además de algunos detalles maravillosos, como ese cambio de tiempo verbal que aplica en el último párrafo y que lleva a sentir y ver a Dahlmann empuñando ese puñal de un modo permanente, como una escena que nunca acaba, como una tensión abierta.

M.N: "Tlön, Uqbar, Orbis Tertius" es lo mejor de Borges: ciencia ficción, metafísica, humor kafkiano y complots delirantes en 15 páginas.

M.C: En "El milagro secreto", el tiempo se detiene para un hombre frente a un pelotón de fusilamiento, únicamente para que pueda terminar en su interior su opera magna. Es imposible no pensar en el propio Borges, camino a la ceguera, intentando encontrar una escritura sin escritura. Pero cada día pienso menos en Borges y más en mí (¡la soberbia del lector!), que, a medida que voy ganando oficio, termino escribiendo más en mi cabeza y menos en el teclado.

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