24 de mayo: Cisneros vuelve, la calle huele a traición, la Plaza se agita
El Cabildo acata la destitución del Virrey pero lo designa presidente de la Junta de Gobierno surgida el 22 de mayo. Los patriotas se reúnen, se movilizan, se activan. Cisneros es conminado a una nueva renuncia. Y en la Plaza de Victoria está el agite.
Foto: Télam
“Cuando los pregoneros empiezan a comunicar la noticia en los barrios a través de los bandos, inmediatamente son perseguidos y los bandos destruidos. Castelli es el primero en asumir el error y renuncia, arrastrando la renuncia de Saavedra y la liquidación de esa Junta trucha”, resume el historiador Norberto Galasso a Télam al referirse a lo ocurrido el 24 de mayo. Buenos Aires vuelva a agitarse. Y, se sabe, en la revolución está el agite.
¿Qué había pasado? El Cabildo, con el Síndico Procurador General Julian de Leiva como principal operador del Virrey Cisneros, había ejecutado las resoluciones del Cabildo Abierto del 22 de mayo. Pero en la letra chica lo que se ejecutaba era la revolución que se había iniciado la semana anterior.
Es que el Cabildo acataba la destitución de Cisneros como Virrey pero lo colocaba como “Presidente y comandante de armas” de la flamante Junta de Gobierno. Designaba así una Junta con Saavedra y Castelli, con los españoles Juan Nepomuceno y José Santos Incháurregui, pero también con el Señor Virrey, perdón, con el Señor Cisneros.
“Cuando se expande la noticia de que la nueva Junta está integrada por cinco personas, pero el que la preside es el Virrey, hay una erupción popular”, asegura Galasso. El coronel Martín Rodriguez, poco adicto al eufemismo, lo sintetizó así por los siglos de los siglos: “Una traición contra el pueblo, al que se reducía al papel de idiota”.
Y por si alguien tenía alguna duda de lo que estaba diciendo, agregó: “Si nosotros (los militares) nos comprometemos a sostener esa combinación que mantiene en el gobierno a Cisneros, en muy pocas horas tendríamos que abrir fuego contra nuestro pueblo, nuestros mismos soldados nos abandonarían; todos sin excepción reclaman la separación de Cisneros”.
Además de elegir a la Junta, el Cabildo redactó un reglamento donde se establecía, entre otras cosas, que Cisneros no podía actuar prescindiendo del resto de los integrantes del cuerpo; que el Cabildo podía deponer a los miembros de la Junta que faltasen a sus deberes; y que se dictaría una anmistía general por las cosas que se tuvieron que escuchar el día 22. Pero nada de esto importaba demasiado si “el Sordo” seguía ahí.
“A fe de caballero, yo lo derribaré con mis armas”
Los patriotas asumieron la presunción de Moreno durante el tórrido debate del Cabildo Abierto: “Me parece que nos están trampeando” (cagando, en el catellano de hoy). Los chisperos de French y Beruti entraron en erupción como un volcán. Y Leiva, mirando para los costados y temiendo que se abra la importación de guillotinas desde París, insitía: “Pero muchachos no es para tanto, no es para tanto, si Saavedra lo tendrá cortito a nuestro Hidalgo caballero”.
Pero nadie le hizo caso. A Leiva, claro, al que por otra parte tenían entre ceja y ceja por razones obvias. Entonces volvieron a reunise en la casa de Rodríguez Peña. Y no para comer mazamorra sino para ver de qué manera enderezaban la cuestión de una buena vez. Es decir, se sacaban de encima a Cisneros, juraban lealtad a Fernando VII y empezaban a discutir cómo se podía ser más libre, más igualitario y más fraterno en este barrial del sur del mundo.
Estaban todos: Belgrano, Castelli, Moreno, Díaz Vélez, Chiclana, y más. Según relata Tomás Guido en sus memorias la cuestión se zanjó más o menos rápido o partir de que Belgrano, rojo de rabia (“el rostro encendido por el fuego de sangre generosa”), dijo: “Juro a la Patria y a mis compañeros, que si a las tres de la tarde del día inmediato el Virrey no hubiese renunciado, a fe de caballero, yo lo derribaré con mis armas”.
Entonces Moreno y Chiclana fueron a pedir calma pero también determinación a los militares en los cuarteles y a Los Infernales en la Plaza. Y otros patriotas se acercaron hasta la casa de Leiva a exigirle que vuelva a convocar al pueblo (algo a lo que, con la vista fija el piso, finalmente accedió).
En tanto, Castelli y Saavedra se presentaron en la residencia de Cisneros para decirle que las tropas estaban agitadas, la juventud enardecida, el pueblo hastiado y él renunciado. Abrumado por la profusión de adjetivos, el ex Virrey se comprometió a convertirse también en ex presidente de la Junta.
“Así el poder vuelve transitoriamente al Cabildo. En la mañana del 25 la cosa se pondrá más violenta. Los infernales movilizan a la gente. Moreno da arengas importantes en algunos cuarteles. También aparecen sacerdotes, como el padre Grela, que se pronuncian a favor del cambio. Ya en la noche del 24 la Junta electa dos días antes estaba liquidada”, detalla Galasso.
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