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26 DE DICIEMBRE DE 2024
El hijo de Iris cayó en las drogas y ella abrió un espacio en Las Heras, no solo para dar alimento, sino también para transmitir valores a los chicos y chicas más vulnerables de su barrio.
Iris se dispone a preparar la leche para los chicos, el jueves por la tarde (Foto: Ariella Pientro / Unidiversidad).
Se llama Iris y vive en el barrio Sismo V, en Las Heras. Un día, su esposo Antonio empezó a adelgazar y su pierna se le hinchó. No sabían qué tenía, pero el hombre tuvo que dejar de trabajar. Apremiado, su hijo, que todavía no cumplía los 16 años, quiso ayudar a su familia. Él sabía arreglar celulares, y la forma que encontró para colaborar con la economía doméstica fue usar esa habilidad al servicio de los delincuentes del barrio. Viendo la necesidad que padecía y lo vulnerable que estaba, al hijo de Iris lo “engancharon” con las drogas que circulaban en el ambiente para el que "trabajaba".
Meses después del susto para el marido de Iris, los médicos descubrieron que se trataba de un virus que le había entrado en la pierna y le había inflamado un ganglio, en una de las obras de construcción que su empresa tenía a cargo. Sin embargo, la crisis familiar ya había hecho daño y había dejado un hijo adicto.
Así empieza una historia de sacrificio, dolor, lucha y frutos que se van viendo para Iris. Hoy, entre lágrimas, recuerda en diálogo con este medio el día en el que tuvo que llamar a la policía cuando su hijo intentó robarle plata de la cartera para comprar más drogas.
“Te hacen una deuda eterna. Pagaba una parte y le daban más. Llegó un momento en el que yo no lo reconocía. No era ese chico dulce, solidario, protector. Se convirtió en un monstruo al que incluso yo le tenía miedo”.
Tiene 50 años y su nombre completo es Iris Alejandra Puchetta de Videla. Ese día en el que vio a su hijo de 16 tirado en el piso, atado y con esposas en sus muñecas fue también el día en el que su vida empezó a cambiar. El disparador fue una inquietud: “Empecé a pensar qué hacer para quitarle un futuro cliente a estos tipos”.
Foto: Ariella Pientro / Unidiversidad.
“¿Por qué no los contaminamos nosotros a los narcos?”
Iris empezó a ayudar a su barrio con la mente puesta en trabajar desde la infancia. Vio chicos y chicas descuidados, que no comían, provenientes de familias con muchos problemas. Sintió que podía ayudarlos, y alguien le dio le sugirió ponerse un merendero.
“Me prendió la idea. Pensé ‘¿por qué no los contaminamos nosotros a los narcos? ¿Por qué no aceptamos que los niños de ellos también vengan al merendero? Que así vean que hay gente buena, y podamos plantarles nuestros valores a ellos”, contó.
De a poco lo va logrando. Cada martes, jueves y sábado, la mujer abre las puertas de su casa para niños y niñas del barrio sismo V, y también asisten del Pucará y del Santa Teresita. Desde hace dos años, el merendero Lechucita Encantada funciona sin parar. Con pocos recursos, con donaciones de particulares, es un núcleo de contención para esas infancias que crecen casi condenadas a una vida como la que tenía el hijo de Iris. Pero ella y las mujeres que la ayudan no piensan permitirlo.
Hoy, su hijo está en pleno proceso de desintoxicación. Comenzó a salir de las drogas hace seis meses. Tiene trabajo, vive en la casa de su novia, y la pareja planea mudarse a una casa propia. La recuperación no estuvo exenta de recaídas. Pero, con solo 19 años, su hijo tiene toda su vida por delante. “Ahora sí, con todo lo que sufrí y la pena que pasé, me siento orgullosa de él”, sostiene Iris, con una sonrisa de ojos vidriosos.
Foto: Ariella Pientro / Unidiversidad.
Juan Carr, la política y la tragedia de Thiago
Iris habla de sus influencias en el trabajo social. “Me gustaría conocer a Juan Carr —el titular de la Red Solidaria— que es lo máximo en solidaridad que hay. Él es mi ejemplo. Me gustaría conocerlo a él y poder charlar dos segundos”, sueña.
Con 104 chicos inscriptos en el merendero, cada vez que abre alimenta en promedio a una cifra entre 30 y 40. Está abocada a conseguir la personería jurídica, trámite engorroso que supondría ayudas del Estado para el comedor y la posibilidad de comprar comida en el Banco de Alimentos.
“Yo llevo un año y medio luchándola y ya hemos presentado todos los requisitos. Me falta la última parte: que el escribano público firme el acta constitutiva. Al principio, el municipio nos ofreció ayudarnos a hacer estas cosas. Pero en este momento, si vos no sos del color político de la Municipalidad de Las Heras, no te ponen palos en la rueda: te ponen directamente el Aconcagua”, señala la mujer.
Foto: Ariella Pientro / Unidiversidad.
Hace una semana, Thiago, un nene de 1 año y 8 meses que solía ir a pedirle alimento a Iris, murió atropellado por un colectivo. Fue a la medianoche tras salir de la casa de la mujer, que está a la vuelta de la de sus padres, sin calle alguna que las separe. Sin embargo, por alguna razón desconocida Thiago cruzó la calle. El nene tuvo la mala suerte de que venía un micro que no alcanzó a frenar —y que, según relataron testigos, circulaba a una velocidad normal y no realizó ninguna maniobra indebida—, y falleció antes de llegar al hospital.
En las redes sociales, muchas personas se apuraron a criticar a la madre del niño por haberlo dejado salir solo. Iris sostiene que “ninguna cosa que le digas o le hagas a la madre va a superar el dolor de haber perdido a un hijo. En vez de estirar el dedo y acusar, que no sirve absolutamente de nada, que la gente empiece a ayudar”.
Para que los comedores puedan extender su ayuda y evitar situaciones duras como las de Thiago y sus vecinos, la mujer cree que eventualmente deberán reconvertirse en clubes sociales, en donde los chicos del barrio puedan ser más contenidos, jugar, hacer deportes y alfabetizarse, además de recibir un plato de comida: “Nosotros queremos que los merenderos sean autosuficientes, que tengan un motor, que tengan sentido”.
Para colaborar con el merendero Lechucita Encantada que lleva adelante Iris y su esposo Antonio, podés llamar o comunicarte por WhatsApp al 2617066009.
Comedores comunitarios: testigos del hambre y la pobreza
Isabel empezó dándoles un vaso de leche con un pan a niños de su barrio. Yolanda, en un principio, brindó clases de apoyo. Paola, por su parte, comenzó con un merendero, pero en menos de un año ya se dio cuenta de que la gente que iba a veces no almorzaba.
Alimendar: la misión de recolectar alimentos antes de ser desperdiciados
La coordinadora de Alimendar, Verónica Barrera, explicó cómo trabajan para evitar que los comercios tiren comida en buen estado y que todo sirva para llevar a merenderos. Además, señaló que en el país, por año, se desperdician 16 millones de toneladas de alimento. Mirá la nota.
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