Último programa de "Apuntes": recorrido por sus tres años
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20 DE DICIEMBRE DE 2024
Así se expresó la kinesióloga Lorena Páez, que trabaja desde hace 15 años en terapia intensiva. Su realidad como primera línea de batalla frente al coronavirus en Mendoza, sus miedos y la familia como único sostén emocional.
La profesional pidió a la ciudadanía que respete las medidas de prevención para evitar más contagios. Foto: gentileza Lorena Páez
La kinesióloga Lorena Páez (45) enumera sus miedos, los mismos que comparte con colegas de las unidades de terapia intensiva donde trabaja desde hace 15 años, hoy desbordadas a causa de la pandemia de COVID-19. Miedo de contagiarse, de contagiar a su familia, de que les pase algo a sus padres que viven en San Rafael y no poder ayudarlos. Sin embargo, más allá de esos miedos, dice que la peor pesadilla que enfrentan es pensar que pueden vivir el momento de elegir a quién se atiende y a quién no, que mueran personas sin recibir la asistencia adecuada.
La mujer resume en unas pocas palabras el sentimiento que comparten los trabajadores de la salud. “Tenemos miedo a tener que vivir el momento en el que, por no haber camas, se comience a elegir a quién se le da la chance y a quién no, y que la gente comience a morir por no tener atención. Creo que esa es nuestra peor pesadilla. Ojalá no lleguemos a eso, porque sería insostenible emocionalmente para todos nosotros”.
Páez es una de las profesionales mendocinas que forman parte de ese pequeño grupo de intensivistas cuya sobrecarga de trabajo evidenció la Sociedad Argentina de Terapia Intensiva. La entidad alertó a través de un comunicado sobre la posibilidad del colapso del sistema sanitario si no se toman las medidas necesarias y si las personas no cumplen con las recomendaciones oficiales para prevenir el contagio del virus.
Lorena cuenta a Universidad que el único y gran sostén de los trabajadores de la salud está en sus familias. Por eso, decidió permanecer con sus afectos y extremar los cuidados en lugar de optar por vivir en otro lugar, como hicieron algunos profesionales. Dice que abrazar a su esposo Ariel y a sus hijos Bruno (7) y Paulina (10) la mantiene fuerte. “Cuando llego a casa, mi vida cambia, estoy con mi esposo, jugamos con mis hijos. Siento que llego a mi casa y estoy a salvo, eso me alcanza”.
La profesional destaca otro de los pilares que la mantienen fuerte: el grupo humano con el que trabaja. Considera que, sin su contención, sin su compañerismo, sería imposible seguir adelante. “Somos un verdadero equipo, trabajamos codo a codo con médicos y enfermeros”, afirma Páez.
Pese a la sobrecarga de trabajo, Lorena rescata el momento más gratificante: cuando logran sacarle el respirador a un paciente y comienza un vínculo real, en algunos casos primero a través de palabras escritas, cuando aún no pueden hablar, y luego, expresando con su propia voz cómo se sienten. Sumó el agradecimiento de los familiares, que siempre –asegura– es inmenso.
Trabajadores de terapia intensiva: "No podemos más"
"Los recursos para salvar a pacientes de coronavirus se están agotando (...) No podemos más, nos están dejando solos", advirtieron desde la Sociedad Argentina de Terapia Intensiva (SATI) a través de una contundente carta pública. Las y los trabajadores que día a día enfrentan la pandemia remarcaron que los recursos tecnológicos y humanos son cada vez más escasos.
De las estadísticas a la realidad
Lorena comprueba a diario que el escenario que planteó la Sociedad Argentina de Terapia Intensiva es real. Sostiene que están al límite y que casi la totalidad de las camas críticas, tanto del hospital público como del privado donde trabaja, están ocupadas, algunas por sus propios colegas.
La mujer explica que en esta especialidad no alcanza con agregar camas o comprar más respiradores, simplemente porque una de las claves para que un enfermo crítico salga adelante es contar con profesionales entrenados en la utilización de cada uno de los elementos. “No hay más recurso humano capacitado, ya que, como se hizo de público conocimiento en este último tiempo, ser intensivista es una especialidad muy mal paga y que requiere mucho esfuerzo físico y mental, además de capacitación permanente”.
Lorena cuenta que, en su caso, no se modificó tanto la cantidad de horas que trabaja, sino la disposición, ya que en lugar de cumplir guardias de 12 horas, ahora son de 24. A esto se sumó el incremento de pacientes: en el hospital público atiende a 6, mientras en el privado el número se eleva a 13.
Recuperada de COVID-19: "Uno se siente responsable de lo que le pueda pasar al otro"
La médica Estefanía Nasisi (34 años) se recuperó de COVID-19. Dijo que en los primeros momentos, la preocupación fue por los demás, porque aunque no tuvo contacto con su familia directa, vio a una amiga y se sintió responsable, culpable de lo que les podía pasar a otros.
El trabajo de la kinesióloga es esencial en la terapia intensiva. La mujer explica que plantean la estrategia de ventilación según el estado del paciente, asisten en la intubación, realizan todas las maniobras de movimiento, los cuidados de la vía aérea, así como la desvinculación de la ventilación mecánica y la rehabilitación motora.
Una vez que sacan el respirador, comienzan el proceso de vinculación. “Al principio están desorientados, no nos reconocen. Algunos no pueden hablar; en ese caso, nos manejarnos con pizarras y, si no pueden escribir todavía, les mostramos palabras para que nos digan lo que sienten, si tienen dolor, si están angustiados, cansados. Siempre tratamos de que exista la mayor comunicación posible. Por supuesto, una vez que están recuperándose, el vínculo se hace muy grande, sobre todo afectivo, porque es un cariño mutuo que se genera con esos pacientes y con los familiares. Esa es la parte más linda, eso es lo mejor”.
La profesional explica que los pacientes de COVID-19 que llegan a terapia pasan, en promedio, muchos días con ventilación mecánica, lo que genera consecuencias, especialmente una gran debilidad muscular. Por eso, luego se inicia otra etapa de rehabilitación para que vuelvan a caminar y a movilizarse, que algunos logran completar en sala común, mientras otros necesitan continuar una vez que obtienen el alta.
Profesionales de la salud sufren ansiedad, insomnio y miedo de contagiar a un familiar
Ansiedad, angustia, miedo a contagiar a un familiar, insomnio, disminución de ingresos: esos son algunos de los impactos de la pandemia de COVID-19 sobre los profesionales de la salud, de acuerdo a una encuesta que realizó la Fundación Cardiológica Argentina (FCA).
La situación de los trabajadores
Como trabajadora de la salud, Lorena se siente cuidada en cuanto a los elementos de protección porque nunca faltaron en los dos centros donde trabaja. En cambio, plantea que hay problemas con los testeos, ya que, por ejemplo, a ella solo le hicieron en abril un dosaje de anticuerpos, una situación que se replica en sus compañeros sin importar la especialidad que tengan.
La profesional subraya que otro aspecto en el que no se siente cuidada es la cantidad de enfermos de COVID-19 que atiende, más del doble de la recomendada por la Sociedad de Terapia Intensiva. Este punto –explica– es importante, ya que una persona que contrajo el virus y está en terapia intensiva necesita mucho tiempo de atención y eso es imposible con el número de pacientes que tiene a cargo.
La historia de Leticia y Dolores, o el lado positivo de contraer Covid-19
Leticia Tula (38) prefiere rescatar el lado positivo que le dejó la experiencia de contraer COVID-19: los días que pasó aislada en una habitación del Hospital El Carmen junto a Dolores, de 100 años, que también contrajo el virus.
La kinesióloga plantea otro aspecto que hace que no se sientan cuidados y es el bajo salario de los intensivistas, para los cuales no hay fecha de paritarias ni anuncios de aumento. Pese a esto, Lorena resalta el esfuerzo y el compromiso de los trabajadores y pide a la ciudadanía que haga su parte: cumplir con las medidas de prevención para reducir los contagios y evitar así que la peor pesadilla de los profesionales de la salud se convierta en realidad.
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