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19 DE DICIEMBRE DE 2023
Para Elena Abraham, directora del CCT Conicet, el lugar de las mujeres en la ciencia se ha logrado tras batallar largamente contra la estructura patriarcal. “Una mujer de mi generación pudo mantenerse y ascender a través de las grietas del sistema". Las asignaturas pendientes.
Elena Abraham es geógrafa, investigadora, directora del Iadiza y del CCT-Conicet Mendoza. Foto: Victoria Gaitán.
Milagros Martín Varela
Publicado el 07 DE MARZO DE 2018
Elena Abraham es directora del CCT Conicet Mendoza y se introdujo en el mundo de la ciencia hace casi 40 años. Dirige, además, el Instituto Argentino de Investigaciones en Zonas Áridas (Iadiza). Fue parte de la generación del 70; cuando terminaba sus estudios de Geografía, comenzó la dictadura militar y la estructura patriarcal del sistema se fortaleció en ese contexto. Tiene la firme convicción de que, tras una larga lucha, las mujeres tienen mayor acceso y permanencia en la ciencia, pero que muchas quedaron en el camino y aún queda por hacer.
“Mi postura es que una mujer de mi generación pudo mantenerse y subir en el sistema a través de las grietas del sistema, siempre buscando el modo de darle una vueltita y de acomodarse y seguir adelante, pero no tan directo como eran mis compañeros varones. Siempre por las grietas del sistema. El tema ese de entrar siempre por las grietas es muy femenino. Es una estrategia de la mujer desde siempre, porque sabés que no tenés la misma fuerza física, ni la misma situación de poder, entonces tenés que buscar estrategias que te permitan cumplir tus objetivos, que implican mucho más tiempo, más desgaste, y muchas se quedan en el camino”, afirmó con convicción la investigadora, entre sorbos de café.
Ya había contado cómo se siente ella en el mundo de la ciencia ahora y cuán diferente es de cómo se sentía cuando empezó. Elena fue la primera mujer profesional que ingresó al Iadiza, un ámbito que –en aquellos tiempos– se componía fundamentalmente varones ingenieros agrónomos. Ella era geógrafa y era mujer. En sus exámenes debía realizar todo tres veces mejor que sus compañeros hombres para que le reconocieran su trabajo y, sobre todo en este tipo de labor –en el que gran parte de la tarea se hace en el campo–, sus permanentes viajes eran muy mal vistos para una mujer.
“Era complicado porque siempre había que estar intentando demostrar que tus conocimientos eran importantes, que podías hacer las cosas igual o mejor. Eso costó muchísimo tiempo. La verdad, hay muchas mujeres que conozco que se quedaron en el camino porque la competencia era muy dura”, comentó.
El contexto sociopolítico y económico del país tampoco ayudaba: era la época de la dictadura militar de 1976. Los profesores, los maestros a los que Elena había elegido para que dirigieran su tesis de grado desaparecieron o fueron echados. En este sentido, la científica manifiesta que “se mezcla todo en un contexto tan difícil: la situación del país y el ser mujer. Esas cosas no las podés aislar de tu vida. Son las que te van marcando”. Aseguró también que tuvo suerte: en el camino encontró a personas, maestros sensibles al tema de género, que la valoraron y reconocieron desde un principio. Además, no dejó de destacar el apoyo constante de su difunto esposo, a quien sus pares cuestionaban: “Pero ¿a vos no te preocupa que viaje tanto, que viaje sola y que te deje tanto tiempo solo?”.
La “meseta”
La directora del centro de investigación científica más importante de Mendoza considera que la situación de las mujeres en la ciencia ha cambiado para bien. Hubo elementos fundamentales y determinantes: el rol de los organismos internacionales es uno, el cambio social a partir de la generación del 70 (de la cual ella fue parte) es otro. Sin embargo, estos avances no se dieron de un día para el otro, ni siquiera en el período de años, sino de décadas. Tampoco fueron derechos conquistados por sí solos, sino el resultado de una lucha que se dio con perseverancia y a paso firme.
“En este momento yo te diría que la gente joven que empieza, las chicas jóvenes, no empiezan en la misma situación y no se dan cuenta de todo lo que hemos hecho las anteriores para lograr esta meseta que hay en este momento”, explicó Elena Abraham. A lo que luego agregó que cuando ella da clases, hay jóvenes –hombres y mujeres– que no saben qué significa la palabra “género”. “Las mismas mujeres ahora están disfrutando de esta situación de relativo equilibrio y están perdiendo la noción de lo que costó llegar a esto y que hay que mantenerlo”, dijo, sorprendida.
Cuentas pendientes
“¿Qué es lo máximo a lo que un científico puede aspirar?”, preguntó la investigadora, y ante el silencio, respondió: “A un Premio Nobel”. Luego, contó que, en ciencia, se ha otorgado ese galardón a 581 hombres y a 18 mujeres desde 1901. De hecho, ni el año pasado (2017) ni el anterior (2016) se premió a una mujer en las ciencias duras. Un video realizado hace tres semanas por la Universidad del País Vasco en España –en ocasión del Día Internacional de la Mujer y la Niña en la Ciencia, que se celebra el 11 de febrero– confirma estos datos y detalla los números que aparecen en el siguiente interactivo.
Para Abraham, en el universo científico, aún queda pendiente el reconocimiento y los ascensos a puestos de decisión para la mujer, a pesar de que particularmente en el Conicet hay muchas mujeres en esos lugares. “En el caso de los investigadores de Conicet, por lo menos, hasta te diría que hay mayor proporción de mujeres, en este momento, lo que es bueno, pero es como una sensación de discriminación al revés. Pero no es por discriminación, sino porque las mujeres hemos tenido que luchar tanto que necesariamente en este momento se está reconociendo, pero están abiertos los caminos institucionales para reconocerlo y esa es la parte buena de toda esta historia. En este momento las cosas son diferentes”, reconoció.
En cuanto a esa lucha, Elena valoró el rol de movimientos como el feminismo. “Yo rescato muchísimo el papel de las mujeres que están luchando, de las feministas, a pesar de cómo son castigadas por esas posiciones extremas, porque eso es lo que nos permite a las demás tomar esas situaciones de cambio y establecerlas. Para mí, muchas gracias realmente, porque además pagan un costo alto. Hay que estar muy segura de lo que querés y de lo que estás haciendo para mantenerlo y tener un marco conceptual e ideológico muy fuerte, que no tenga grietas”.
Finalmente, la científica dijo que ella busca que en el Conicet no se vuelva a vivir ni la violencia ni la falta de oportunidades para las mujeres; y que tampoco pasen por eso los hombres. Su intención es que la comunidad científica sepa que los derechos conquistados se deben a una lucha que llevó mucho esfuerzo y tiempo y que muchas quedaron en el camino. Que se entienda que en la actualidad, las oportunidades no son iguales para hombres y para mujeres y que, no obstante, las capacidades son iguales. “Quiero que el sistema sea lo suficientemente robusto y justo para aceptar toda la diversidad y que no tengan que meterse por las grietas”, finalizó.
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