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Pasarse horas frente a la computadora o el televisor jugando sin parar puede afectar la salud tanto a nivel emocional como físico. Límites y controles para los más chicos.
Foto publicada en elhorizonte.mx
Se levantan tarde, despeinados, taciturnos y con gestos de pocos amigos. Apáticos para comunicarse, deambulan por el entorno familiar trasnochados como si se tratara de muertos vivos. Y no es para menos. No sufrieron pesadillas ni les duele la panza, mucho peor aún, tuvieron una pésima noche en el Fortnite. Una madrugada perdida frente a la computadora, sumergidos en los juegos en línea para terminar aplastados por sus rivales. Hay cansancio y desazón, pero también habrá revancha, en la madrugada siguiente y así hasta el infinito y más allá. Algunos incluso, ya tienen barba, votan, pueden conducir al volante, tienen hijos y, sin embargo, mutan en niños encaprichados que no piensan parar hasta ganar cuando están frente al monitor o con el joystick en la mano.
Son "vicios" de estos tiempos en los que a veces el mal hábito se torna patológico y suele generar estados de salud poco recomendables que obligan a amputar la computadora y el teléfono de las manos del paciente online o ponerlos en terapia intensiva con el control de los especialistas.
Haber pasado toda la noche despiertos, con el cerebro procesando qué jugada hacer y cómo matar a algún zombie más, trastoca mucho más que solo el humor el día después de haber perdido -o en el mejor de casos de haber ganado-, ya que también hay consecuencias a nivel psicológico, social y fisiológico. ¿Lo pensarán dos veces ahora antes de armar otra lan party?
Gastón Bustos, médico clínico, explica que lo primero que se cambia al pasar toda la noche despiertos es el ritmo circadiano, que es el ciclo sueño-vigilia, lo que nos hace dormir de noche y estar despiertos de día. “Si una persona no respeta esas normas, eso genera varios trastornos pero sobre todo en la neurotransmisión cerebral porque el cerebro cuando debe estar dormido, está despierto y más si está super alterado con un videojuego, eso produce neurotransmisores estimulantes que no hacen bien exceso”, comenta.
Pero aún hay más. Esa alteración produce irritabilidad, ansiedad y hasta hipertensión. “Se traduce a tener que dormir de día y menos horas, entonces hay un problema con las hormonas que regulan la presión arterial, más que nada el cortisol que es lo que hace que la presión se eleve y que durante la noche tiene una liberación menor, entonces si estás despierto necesitas más cortisol y por lo tanto generás una mayor liberación y, a la larga, vas a tener hipertensión arterial y por ende vas a tener trastornos cardiovasculares y vas a ser más propenso a tener infartos”, advierte el médico. Sí, hasta un infarto por tanta revancha y revancha.
En los chicos la cuestión es, todavía, más compleja porque, además de lo físico, se involucra lo psicológico y lo social. Susana Ferreyra, licenciada en Psicología y Psicopedagogía que trabaja en los Programas Preventivos del Damsu, explica que después de que un adolescente o un niño están durante horas con el cerebro funcionando con mucha actividad y estímulos, se produce una emocionalidad violenta porque se identifican con los juegos y cuando los padres les dicen basta, esa hiperactividad se descarga agresivamente contra quien quiere correrlos de ahí.
“Si los chicos van a hacer uso de determinadas cosas tiene que haber un control, se tiene que acordar el tiempo de exposición. Por ejemplo, decirles que no pueden estar más de una hora y siempre y cuando se cumplan determinados requisitos, como haber hecho antes los deberes. De manera tal que cuando se sienta frente a la consola lo hace porque ya cumplió con un criterio y está ahí por un tiempo determinado”, enseña.
A nivel social, las maratones de juegos, pueden afectar las capacidades de comunicación. “No saben establecer conversaciones u opinar sobre un tema. Pero todo depende del control que ejercen los padres, cuánto tiempo lo dejan solos para que hagan lo que ellos quieran sin revisar. Yo le digo a los padres que tienen que saber jugar lo que juegan sus hijos para saber a qué se exponen, hay que involucrarse”, agrega.
Ferreyra contó a Unidiversidad que hay casos extremos de chicos que han llegado a volverse adictos a los videojuegos y que eso se traduce en bajo rendimiento escolar y hasta en otros trastornos, como un caso que trató y que fue el de un menor que desarrolló una agorafobia, es decir, el miedo a estar en lugares abiertos.
“En esos casos, lo que sucede también es que hay una predisposición psicológica y hay condicionantes ambientales. He encontrado la dificultad de los padres para poder poner un límite, a veces los chicos desarrollan esto porque no les pueden poner un no”, aclara.
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