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04 DE NOVIEMBRE DE 2024
Esa es la visión de Marisa Muñoz, profesora de Filosofía de la UNCUYO, que reflexionó sobre el desequilibrio mundial desatado por la pandemia del coronavirus.
La incertidumbre que genera en las poblaciones es una de las características de la pandemia en el mundo. Foto: Télam / Alejandro Amdan
Ningún país del mundo sabe con certeza cómo actuar ante la pandemia del coronavirus, lo que genera incertidumbre y pone al descubierto la fragilidad y la vulnerabilidad de las poblaciones humanas. Para la profesora de Filosofía de la UNCUYO Marisa Muñoz, esa vulnerabilidad es una oportunidad: puede convertirse en odio, en clasismo, ser el motor para ver al otro como un enemigo, como una amenaza, o puede mutar en una capacidad para hacernos más sensibles al mundo, a los demás, para repensar los vínculos, los lazos comunitarios y la relación con la naturaleza.
La profesora reflexiona sobre la crisis provocada por la aparición del COVID-19. Dice que en este momento excepcional, surge la necesidad de responder desde la filosofía a cuestiones fundamentales que plantea la pandemia y en especial el aislamiento. Específicamente –ejemplifica– los vínculos con la comunidad, entre lo privado y lo público, entre la naturaleza y el orden social.
La titular de la cátedra de Historia de la Filosofía Argentina de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNCUYO e investigadora del Conicet explica que estas situaciones arrasan con la cotidianeidad y obligan a descubrir nuevas formas de vinculación con los otros y con nosotros mismos. Aquí parte de la charla con Unidiversidad.
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Una época de cambios
A nivel mundial, muchos profesionales escribieron sobre la pandemia, unos aseguraron que marcará un cambio de época y otros, una época de cambios. ¿Cuál es su visión?
Respecto de estas posiciones, que señalan el arco de una discusión que tiene muchos grados entre un cambio de época y una época de cambios, prefiero pensar en una época de cambio en la medida en que no radicaliza una posición o una afirmación tan fuerte, sino que en todo caso uno queda más atento a las nuevas señales o cómo se van desarrollando las respuestas a esta pandemia a nivel global y nacional. Esto, porque si hay algo de lo que se trata en estos casos es de la cuestión comunitaria, de la soberanía política, del tema de los cuerpos, de los cuidados. Entonces, en América Latina, en Argentina, también tenemos que prestar especial atención a las respuestas que se van generando frente a este hecho.
¿Esta pandemia puede ser un evento fundador, un cuestionamiento a los órdenes impuestos?
En el campo filosófico, hubo momentos muy importantes de reflexión, como fue la filosofía a partir de la segunda guerra, la filosofía de posguerra, en la que se puso en una crisis radical el tema del humanismo; ahí también se planteó una dicotomía y era si se trataba de una crisis de la filosofía o de una filosofía de la crisis. En ese momento, lo más productivo –por lo menos en lo que fueron las elaboraciones filosóficas– tuvo que ver con hablar de una filosofía que es capaz de estar en crisis, pero no porque la crisis la caracterice sustancialmente, sino porque es un momento en el que tiene que reelaborar conceptos que si se sostienen en el tiempo dejan de tener vitalidad. En este sentido, el humanismo que hasta ese momento estaba en juego había sido un saber abstracto, universalizado, entonces había dejado de contemplar a esos sujetos vivos que eran parte de ese humanismo. Me parece que en este momento excepcional que contempla cierta singularidad, también desde la filosofía, desde el pensamiento, desde los saberes críticos, tenemos la necesidad de responder a cuestiones que son fundamentales y que plantean hoy esta pandemia, este aislamiento. En principio, nuestro vínculo con la comunidad, un vínculo entre lo privado y lo público, entre la naturaleza y el orden social, como dice Horacio González, volver a pensar el lazo comunitario y la razón sanitarista, porque también la pandemia con el aislamiento lo que vuelve a poner en primer lugar es el tema de cómo están conformados los vínculos, es decir, cómo es esa convivencia de 24 horas, quiénes pueden hacerlo, en un espacio determinado. Esto es parte de lo que tenemos que pensar, o el desafío para pensar, no solamente mientras transitamos esta cuarentena, sino creo que el gran desafío es cómo va a ser nuestra convivencia post cuarentena o post pandemia, después de esta experiencia.
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Nuevas formas de vinculación
¿Cuál es su opinión sobre cómo enfrentan las poblaciones este aislamiento? Unos filósofos opinamos que el ser humano sacará lo mejor de sí. Y otros, lo peor.
Pienso que en estas situaciones, que arrasan con la cotidianidad que teníamos y que nos obligan a tener nuevas formas de vincularnos, de estar con los otros y con nosotros, nos sale lo mejor y lo peor, pero lo mejor y lo peor lo hemos tenido siempre, es parte de nuestra condición humana. Yo no voy a optar por alguna de estas, en el sentido de que creo que esa condición humana se va a expresar de determinadas maneras. En este sentido, la reclusión, el aislamiento y la cuarentena han potenciado en muchos casos, y han salido varios artículos que hablan de esto, la violencia doméstica, con las mujeres, con los niños. El encierro, el estar 24 horas conviviendo con los cercanos, resulta que en esa vida cotidiana que teníamos hasta no hace mucho, unos se iban ocho horas al trabajo y otros a la escuela, teníamos distintas actividades y solo algunas horas de estar en convivencia efectiva; al cambiar eso se revelan muchísimas cosas. Primero, cómo se configuran los vínculos con los demás, pero también con nosotros mismos, porque convivir con nosotros 24 horas sin atender otras cosas revela también la capacidad que tenemos de soportar eso que somos y que nos sale con todas las aristas. Por otro lado, no es lo mismo para todos el aislamiento, para la clase media que para las clases humildes, entonces es importante saber que la subjetividad que se configura en estos casos es disímil, es diferente, tiene mucho que ver con el acceso a determinadas cosas, a un espacio, a una casa, a que cada uno tenga su habitación, a espacios con jardín o no, o que tengamos internet o no. Es decir que hay una multitud de cosas, una diversidad de elementos que tendríamos que analizar.
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Hay pensadores que plantearon que en el mundo globalizado este es solo un cambio de enemigos. Ayer, el terrorismo; hoy, un virus.
Pienso que si hay algo que plantear con respecto a esto es que este virus tiene que ver con algo desconocido y por otra parte es invisible, nosotros no podemos saber. De todas maneras, así como con el terrorismo, también hay una guerra que se empieza a constituir contra un virus, es decir, contra eso invisible. Me parece que acá aparecen cosas de un mundo en el que eso invisible siempre ha estado acechando, siempre hemos convivido con gérmenes, con virus, con bacterias. El tema es que la mutación, el origen de este virus no ha sido posible identificarlo; eso genera una gran incertidumbre, y conlleva grados importantes de fragilidad y vulnerabilidad de las poblaciones humanas. Creo que esa sensación es algo que atraviesa a todas las sociedades, tanto las europeas como las americanas, Latinoamericanas, porque aún en ese llamado primer mundo que tiene un progreso mayor en la ciencia y la técnica, tampoco han podido avanzar o por lo menos la incertidumbre atraviesa a lo científico. Lo que ha quedado un poco al descubierto en distintos grados es qué lugar ocupa el tema de la ciencia y la salud a nivel mundial, cuáles son las infraestructuras que contemplan, porque no solamente es pensar en el discurso sobre la ciencia y la salud, sino que lo que revela o patentiza esta pandemia es que las políticas de salud y las de ciencia se expresan también en el cuidado de las poblaciones, en una articulación con sus espacios sanitarios: hospitales, clínicas. Una salud poblacional abarca a las distintas clases sociales y eso es lo que hoy está en crisis, justamente creo que Italia visibiliza en primer lugar esta cuestión de que una salud privatizada colapsa a toda la sociedad, no solamente a quienes accedieron a un lugar de privilegio, sino a la sociedad entera, y en ese sentido, la salud debe ser una cuestión de interés de Estado, de cuidado de toda la población, sin dejar de pensar en lo complejo que se da de esta política, que sería una política comunitaria, con una sensibilidad social, de pensar en un todos y todas de una sociedad, independientemente de los recursos que cada persona tenga.
¿Esta crisis hace tambalear valores e ideales que hemos sostenido como humanidad?
No sé si los valores, sí quisiera pensarlo en términos de cómo respondemos frente a otro, a los que nos rodean, cuando también el otro se puede volver un enemigo, una amenaza: qué hacemos, cómo contribuimos también a no ser una amenaza. Creo que son conductas que colaboran, pero que en definitiva no hacen más que mostrar en el doblez de esta trama, la fragilidad y vulnerabilidad que caracterizan a nuestra condición humana. Eso es algo importante, decisivo y que se patentiza efectivamente con esta pandemia. La fragilidad nos muestra el tema de cierta debilidad o que las cosas son perecederas. La vulnerabilidad tiene que ver con eso, que podemos ser heridos, recibir lesiones tanto físicas como morales. La vulnerabilidad atraviesa o configura la propia condición humana. Y además creo que también se revelan nuestros vínculos con el cuidado de la naturaleza, del ambiente, de la comunidad, de nuestro lazo social, creo que son todas las cosas que tenemos que pensar. Rita Segato, antropóloga feminista, en una entrevista que dio a C5N, dijo algo que a mi juicio es muy interesante y es que sobre esta pandemia se han empezado a generar relatos, narrativas. Ella pregunta quién se va a apropiar de estas narrativas, o cómo se van a entablar las disputas en torno a lo que ha sucedido y a lo que sucederá. Pienso que, en ese sentido, quienes queremos tomar distancia de esta situación para pensar con cierta profundidad tenemos que tener una actitud crítica con estos relatos, donde se puede colar el miedo, el terror, el odio hacia otros, el racismo, el clasismo. Es decir, esto puede ser una apertura a muchas cosas, pero también puede ser una oportunidad a renovar un lazo comunitario, a recuperar una sensibilidad con los otros y con las otras, que nos permite también vincularnos de otro modo con la naturaleza, con los saberes, con las prácticas, con lo que hacemos fundamentalmente. Es decir, que la vulnerabilidad y la fragilidad también pueden convertirse en una capacidad para hacernos más sensibles al mundo, a la vida, a los demás, y creo que ese es el gran desafío.
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