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04 DE NOVIEMBRE DE 2024
En Mendoza, hay iniciativas como las escuelas Waldorf o Montessori, que parecen distar mucho de la educación tradicional. Dos casos para conocer y aprender.
Foto: Unidiversidad / Ariella Pientro
En la puerta hay un cartel que reza “Arriba brillan las estrellas, abajo brillamos nosotros” y, al atravesar la puerta, el aroma a palo santo envuelve el lugar. Hay que sacarse los zapatos, pero con nosotros hacen una excepción. Los juguetes son de madera o de lana. Y en las mesas hay velas para iluminar con fuego, todo lo que más se asemeje a la naturaleza. Este entorno pertenece a uno de los cuatro jardines maternales basado en la pedagogía Waldorf, Arrullo de Luz.
Proyectos como los Waldorf o los Montessori (de la pedagoga María Montessori) buscan un desarrollo del niño que no está basado solo en aspectos cognitivos y evaluativos, sino que hay una comprensión de los procesos de los más pequeñitos entendidos desde una totalidad que incluye necesidades y capacidades como lo emocional y lo creativo.
Carina Geredus está al frente de Arrullo de Luz, un jardín maternal Waldorf que, a diferencia del resto de los espacios que trabajan con esta pedagogía, está en pleno centro de la Ciudad de Mendoza, en la Cuarta Sección. Allí reciben a 12 niños de edades desde unos pocos meses hasta los cuatro años. Los chicos están separados en dos salitas, una en la que están los “grandes” de 3 y 4 años y, la otra, en la que están los más pequeñitos.
La pedagogía Waldorf nace de las concepciones filosóficas del fundador de la antroposofía, Rudolf Steiner. “Es una pedagogía viva, lo que supone que está respirando, es cíclica y rítmica. Dentro de eso, sostenemos al niño como un ser humano que no solo es cuerpo, sino que también es un ser espiritual. Cada etapa de la vida tiene diferentes requerimientos y los adultos tienen que ser dignos de ser imitados, de ser ejemplo”, dice Carina sobre esta pedagogía.
Foto: Unidiversidad / Ariella Pientro
Los juguetes que tienen los niños son de madera, porque la madera está en la naturaleza y se puede transformar, y hay telas y mantas para que se puedan tapar y sentirse contenidos. Sobre una pequeña mesita, el mantel del día es naranja. Cada día el color es diferente, como cada día se come un cereal diferente y es de un planeta diferente.
Una vez que los niños entran en el jardín y se quitan las zapatillas, se pone un pompón en la puerta que avisa a los papás que ya no se puede tocar el timbre. Así, la energía que empieza a fluir entre los niños dentro de las salitas no se corta por distracciones externas.
“Un día en un jardín Waldorf es como estar en mi casa, nosotros cuidamos la armonía, el orden, la limpieza; nosotras las maestras nos presentamos con el color del día, cada día habitamos un color. Bien simple, pero les mostramos algo que es hermoso. Porque hasta los siete años, para el niño el mundo es bueno”, cuenta Carina.
Un día a la semana, los niños amasan el pan que luego todos comerán, esa es una de las actividades principales. Luego desayunan y toman infusiones como té de manzanilla y tienen momentos de juego libre o descanso para los bebés.
“La pedagogía Waldorf impulsa a que los niños estén hasta los tres años con la familia, pero sabemos que hay mamás y papás que tienen que ir a trabajar y por eso abrimos la posibilidad. Urgía tener espacios alternativos y accesibles en el sentido económico, porque hay una tendencia a lo privado y terminan siendo pocos los que pueden recibir esta pedagogía”, agrega Carina.
Foto: Unidiversidad / Ariella Pientro
Explica que hay que mostrarles a los niños que el mundo es bueno porque para ellos es así, entonces todo está cuidado y los pequeños aprenden mucho por imitación: si la maestra se sienta a desayunar, los niños lo harán, y si levanta sus platos cuando termina, también tendrán ese hábito. “Me hubiese encantado ser alumna Waldorf”, confiesa la educadora, y agrega que el hecho de que los niños se formen en una pedagogía como esta no implica que vivan en una burbuja, sino que se les da fuerza para ir a la vida.
Educación activa, Montessori
Karina Ríos es miembro del grupo pedagógico del SEOS “La tribu Inquieta”, que se nutre sobre todo de la orientación de la pedagogía Montessori, pero trabajando en lo que denominan “educación activa”, en la que los niños son en gran medida hacedores de su propio aprendizaje. La intelectualización precoz es algo que tanto desde el método Montessori como desde la línea Waldorf se evita en niños pequeños. Todo se desarrolla en ambientes cuidados, aptos y preparados para el desarrollo del niño.
“Nuestra línea pedagógica se basa en el aprendizaje autodirigido, el niño en este caso es considerado un sujeto activo en lo que tiene que ver tanto con los contenidos con los que se aproxima como el modo en que lo hace, todo en un ambiente preparado. Les niñes transitan la rutina diaria en espacios multigrados, en salitas donde están los de uno y dos años, y la sala de tres a cinco años”, explica Karina.
En este jardín, los chicos llegan a un espacio en el que hay estanterías con distintos materiales; ellos eligen cuál utilizar y durante cuánto tiempo hacerlo. Los facilitadores que están con ellos median con el material y con el ambiente para que los niños puedan aprovecharlos lo más posible.
Foto: Unidiversidad / Ariella Pientro
Al igual que en las escuelas Waldorf, los materiales que los niños usan en el método Montessori tienen que venir de la naturaleza, evitando el uso excesivo del plástico. “Aíslan variables: si se trabaja la forma, no tienen colores y son autocorrectivos. Probando diferentes maneras pueden ver, por ejemplo, que el triángulo encaja en el triángulo sin que haya una voz adulta que lo diga”, enseña Karina sobre los elementos que utilizan. Si bien en el jardín hay un foco sobre los aspectos cognitivos, se le da mucha importancia a los planos emocional, psicosocial y corporal.
En ambas pedagogías, el rol de las familias es fundamental. Son alternativas educativas autogestionadas en las que los papás forman comisiones de trabajo que los involucran mucho más allá de lo que puede ser una simple cooperadora.
“La experiencia nos ha demostrado que cuando los chicos salen y se insertan en una comunidad educativa tradicional se pueden adaptar y que tienen una herramienta muy importante, que es la de poder pensar y expresar en relación a lo que van transitando, y en muchos casos muy propositiva. Podemos escuchar relatos como cuando dicen, por ejemplo: ‘El profe me dijo esto, pero yo pienso que esto así no es’”, cuenta Karina.
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