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La historia de cómo un grupo de investigadores llegó a un cadáver de un infante con 5750 años de antigüedad.
El Niño de Las Cuevas - Foto: Arqueologos
Esto no es un cuento. Tampoco es una leyenda. Ni un mito. No ocurrió en tiempo y espacio desconocidos. Es un poco de historia de los habitantes de América antes de que fuese América. De la época en que la Cordillera no era una frontera con Chile, ni siquiera de cuando era el gran obstáculo que atravesó San Martín para liberar el continente.
Entre 10 mil y dos mil años atrás, los pueblos nómadas se trasladaban de un lado a otro en busca de subsistencia. Hace ya 5750 años, en un valle montañoso al sur de lo que hoy se conoce como América, se encontraba un grupo de personas. Se piensa que eran entre 20 y 30. Había un niño de tres años que había viajado junto a su familia y otras parecidas a la suya con el fin de aprovechar el verano para cazar, alimentar a sus ganados y recolectar alimentos para el invierno. Uno de esos días estivales, el niño murió.
Fue enterrado justo al lado de una gran roca, en donde estos grupos se refugiaban del viento y las lluvias, y también donde habían prendido los fuegos para cocinar y calefaccionarse por las noches. Hasta el momento, no se sabe qué fue lo que llevó al infante a su deceso, pero sabían que al siguiente verano, cuando la comida escaseara y la nieve comenzara a derretirse en las alturas, volverían a visitarlo. Sabían que la montaña sería a partir de entonces el hogar del pequeño y que siempre los recibiría en él.
Estas son, entre otras, algunas hipótesis y otras tantas certezas a las que ha llegado el equipo de investigadores del Laboratorio de Paleoecología Humana (LPEH) de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales (FCEN) de la UNCUYO y del International Center of Earth Sciences (ICES, Centro Internacional de Ciencias de la Tierra) también de la Universidad. Este grupo, conformado mayormente por arqueólogos, realiza excavaciones que duran entre 7 y 15 días durante los veranos.
El último sitio explorado se encuentra en Villa Las Cuevas, a 3200 metros sobre el nivel del mar, al oeste de Mendoza. En el contexto de este proyecto de investigación, dirigido por Víctor Durán y Alejandra Gasco, se encontraron con restos óseos de un niño de entre 3 y 5 años. El cadáver, según los estudios, tiene 5750 años de antigüedad.
Científicos en plena faena - Foto: Axel Lloret
El hallazgo ocurrió en el año 2015, cuando la zanja llegó a un metro de profundidad. Este descubrimiento hizo detener el trabajo de campo y los restos encontrados fueron llevados a que se analizaran en el Museo Cornelio Moyano, donde permanecen hasta el momento. En tanto, algunos huesos fueron enviados a Estados Unidos, donde determinaron –mediante un estudio de dataje radiocarbónico de AMS (Accelerators Mass Spectrometry, espectometría de masas con aceleradores)–, la edad y antigüedad de los vestigios encontrados.
Las hipótesis
Según explicó el arqueólogo Víctor Durán, la edad del “Niño de Las Cuevas” les indicó que los grupos de la época se movían en familias y no eran sólo los varones cazadores los que realizaban la travesía hasta los valles andinos para obtener alimentos. También afirmó que es indudable que eligieron ese lugar para enterrarlo porque posiblemente era un sitio que visitaban con determinada frecuencia, lo consideraban una especie de territorio. “Quizás la idea de dejarlo aquí no les generó tanta pena porque ellos sabían que al año siguiente probablemente iba a estar en el mismo sitio”, dijo el especialista.
Otra de las conjeturas es que los que hacían la “veraneada” en la Villa Las Cuevas, particularmente, procedían del lado Oeste de la Cordillera, es decir de lo que actualmente es la República de Chile. Esto se debe, en palabras de Alejandra Gasco, a la facilidad para transitarlo y a que los grupos del Este tienen otros valles interandinos, también ricos en recursos y aprovechables en flora y fauna. Además, para las personas que provenían del lado occidental no significaba tanto esfuerzo llegar a Las Cuevas. Si bien esta teoría aún no está comprobada, es bastante probable también por la presencia de cierto tipo de cerámica que es muy similar a la que aparece del otro lado de la Cordillera.
Plena tarea de extracción de los restos fósiles de El Niño de Las Cuevas.
Para Gasco, estas sociedades no veían las grandes montañas como las planteamos nosotros hoy en día. En ese caso, la Cordillera no era una frontera ni una división, no delimitaba, sino que era una zona donde se vivía gran parte del año. La arqueóloga comparó el movimiento con el que hacen los pastores de Malargüe o San Juan, que están con sus cabras seis o siete meses en zona de baja altura y luego, en el verano, suben y permanecen allí los restantes cuatro o cinco meses del año, “aprovechando las pasturas nuevas para que los animales generen buena calidad en la carne y en la leche que producen”, explicó la especialista.
“La frontera no es algo que se ve como nosotros la concebimos, que no hay nada. Para ellos había muchos más recursos de lo que nosotros creemos”, agregó.
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