Septiembre de 1985. La primavera asomaba después de que 833 personas rompieran el silencio de la etapa más oscura de la historia reciente de la Argentina. El inédito Juicio a las Juntas había recuperado los testimonios de 546 hombres y 287 mujeres, 64 militares, 15 periodistas, 14 sacerdotes y 13 extranjeros, que ratificaron los crímenes de lesa humanidad cometidos entre 1976 y 1983.

En las extensas jornadas del juicio, el fiscal Julio César Strassera escuchaba las voces que fueron silenciadas por el aparato represivo del Estado. En su mente, repasaba cada línea del informe Nunca más, realizado por la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (Conadep), un documento que sería fundamental para desarrollar acusaciones firmes y sólidas sobre los integrantes de las tres juntas militares que gobernaron la Argentina.

En el día de los alegatos finales, Strassera repasaba las acusaciones de homicidio, secuestro, tortura, robo, allanamiento ilegal y falsedad documental, entre otros delitos, en el marco de la ejecución de un plan sistemático concebido por la más alta jerarquía militar. En medio del histórico juicio, el fiscal exclamaría las dos palabras que se volverían un símbolo nacional de la lucha contra los crímenes de lesa humanidad.

“Señores jueces: quiero renunciar expresamente a toda pretensión de originalidad para cerrar esta requisitoria. Quiero utilizar una frase que no me pertenece, porque pertenece ya a todo el pueblo argentino. Señores jueces: ‘Nunca más’”.

Instantáneamente, se desató un grito unido de fervor y apoyo de los presentes en el Palacio de Justicia de la Nación. Los fiscales y los jueces intentaron mantener el silencio protocolar, pero, claro, la historia de la democracia y la lucha por los derechos había cambiado para siempre. Argentina nunca más se silenciaría ante el horror de su pasado.