Con su juventud a cuestas, Fabrizio Colombo ya acumula logros como bandoneonista. El joven mendocino de 24 años ganó este domingo 18 el concurso “Che Bandoneón”, en el marco del festival de Stowe, EE. UU. El nieto de Francisco Colombo, histórico intérprete de bandoneón, contó a Unidiversidad que también brinda talleres de bandoneón gratuitos a estudiantes de secundaria y habló de la situación del tango y de este instrumento en particular, que es difícil de conseguir y se ve cada vez menos.

A pesar de haber competido con bandoneonistas de todo el mundo y haber obtenido el primer lugar, Fabrizio tiene claro que quiere seguir estudiando. “Es un camino que nunca se deja de recorrer”, dijo. Su maestro desde hace cinco años es nada menos que Néstor Marconi.

Para comprender la importancia del premio, hay que entender que la competencia que ganó Fabrizio es una de las únicas dos que existen en el mundo para bandoneonistas, de acuerdo a lo que contó el músico.

“También hay una competencia de bandoneón en Alemania que se empezó a hacer hace unos pocos años (…) como en Stowe. Es un encuentro de tango al que van grupos de todo el mundo, y también se aprovecha y se hace una competencia de bandoneón”, señaló.

Foto: Facebook de Fabrizio Colombo

El bandoneón, casi una rareza

Este particular instrumento de viento nació en Alemania. Su situación actual es problemática: no es fácil acceder a él. “El bandoneón es un instrumento alemán que se gestó entre fines del siglo XIX y comienzos del siglo XX. Con la Segunda Guerra Mundial y la crisis económica, la fábrica AA (Doble A), que era la más importante, cerró. A partir de entonces, dejaron de fabricar en serie los instrumentos”, explicó el músico.

Así, las opciones para tener un bandoneón hoy en día son muy limitadas. Se puede intentar conseguir un ejemplar fabricado en esa época o contactar a algún luthier para que elabore uno artesanal y a pedido. Por supuesto, ambas opciones son bastante caras. A diferencia de lo que sucede con guitarras, bajos, baterías y muchos otros instrumentos, los bandoneones de precio accesible para principiantes no existen en el mercado.

En el caso del premiado músico mendocino, heredó el icónico instrumento de su abuelo Francisco. Incluso, participó en la competencia con ese mismo bandoneón. “Tuve la suerte de que mi abuelo fuera un gran bandoneonista en Mendoza y dejara un bandoneón en la familia que, además de tener una carga emotiva muy grande, es un gran instrumento”, contó.

Fabrizio colabora dando talleres gratuitos de bandoneón para estudiantes de las escuelas de la UNCUYO. Y, teniendo en cuenta la carencia de ejemplares de bandoneón, encontró la solución: alquilarlos. “Ahora contamos alrededor de siete u ocho bandoneones en el taller, que es algo milagroso”, subrayó.

“Estamos haciendo un camino inicial con los chicos –destacó sobre el taller–. Antes de que empezaran las vacaciones de invierno, logramos hacer una primera muestra. Conseguimos que los chicos pudieran tocar una canción entera todos juntos. (..) Es un desafío enorme, porque es un instrumento muy difícil de aprender al comienzo, y los chicos no tienen la posibilidad de estudiar en sus casas, por lo que se tienen que acordar de todo cada fin de semana”, explicó el joven.

“Faltan muchísimos espacios”

Consultado sobre el ambiente tanguístico en Mendoza, Fabrizio señaló que, más allá del encuentro anual de Tango por los Caminos del Vino, faltan escenarios en la provincia que faciliten la inserción de los músicos. “Faltan muchísimos espacios (…) Está el camino autogestivo, que siempre es más difícil, pero podés adquirir alguna sala”, agregó. “Hay muchos instrumentistas, guitarristas, cantantes y bailarines en Mendoza, pero estarían faltando bandoneonistas”, reconoció el intérprete.

Más allá de eso, Fabrizio es presente y futuro. Al haber quedado en el primer puesto (y en su primera participación en Stowe), tiene todo subsidiado para asistir al festival del año que viene y no le faltan ganas de hacerlo: “La experiencia es maravillosa. Si todo camina, tengo muchas ganas de volver a asistir”.

Fotos: Ariella Pientro / Unidiversidad

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