Versos simples, lenguaje llano. La pluma de Enrique Santos Discépolo fue una de las más lúcidas e incisivas de nuestro país. A pocos días del aniversario de su nacimiento, repasamos su visión de la sociedad y de la política, y su relación íntima con el peronismo.
El poeta delgado y cabizbajo descendió de un automóvil y enfiló, como todos los días, hacia la puerta ancha de radio Belgrano. Por ahí ingresaban las primeras figuras; el resto lo hacía por una puerta más pequeña que se ubicaba al costado. Corría acaso el año 1943, la radio desparramaba sus tangos que la gente cantaba por las esquinas.
De pronto, una mujer joven y atractiva quiso entrar con él. Al verla, el portero la detuvo: "No, la señorita no". El poeta, sin conocer a la muchacha, se volvió y le dijo al portero: "La señora viene conmigo y entra por acá". El poeta era Enrique Santos Discépolo y la rubia sonriente y decidida era una tal Eva Duarte.
Como ella tenía una memoria extraordinaria –contaba Tania, célebre cancionista y pareja de Enrique- se acordaba de aquello que ocurrió en Radio Belgrano y un día, años después, pidió a sus ayudantes que llamaran a Discépolo, lo quería conocer. "Ese hombre es un señor", dijo. Así comenzaba la relación entre el poeta y la futura primera dama. Se hicieron íntimos amigos. Con Perón se habían conocido aparentemente en Chile, años antes.
“La panza es reina y el dinero, Dios”Volvamos un par de años atrás. Seis de septiembre de 1930. Las Fuerzas Armadas al mando del general Uriburu y apoyadas por los sectores conservadores que rechazaban las políticas de gobierno y el estilo de conducción de Hipólito Yrigoyen, daban el primer golpe militar de la historia de la democracia argentina. Dos días antes se había grabado por primera vez “Yira yira”: verás que todo es mentira, verás que nada es amor.
Allí, el autor daba continuidad a esa línea temática que había comenzado en 1926 con “Que vachaché”: la queja ante un mundo feroz y despiadado. Pero ahora, ese personaje ingenuo de “Que vachaché” cedía paso a otro, más experimentado, que había sufrido en carne propia las desventuras de la vida y aconsejaba no esperar “nunca una ayuda, ni una mano, ni un favor”.
En 1934 apareció “Cambalache” donde denunciaba a plena voz, que “el mundo fue y será una porquería”. (Una digresión: En sus memorias, Enrique Cadícamo, amigo y compañero de andanzas de su tocayo, señaló que su tango “Al mundo le falta un tornillo”, donde se agravia de algunas cuestiones similares, es muy anterior. “Simple coincidencia”, dijo irónicamente en un prólogo. Es justo reconocer fechas, pero también es forzoso aceptar que “Cambalache”… es “Cambalache”.) “Algo va a pasar en España, porque el tango Cambalache se lo hicieron cantar a Tania tres veces” le dijo Discépolo al actor Osvaldo Miranda en un encuentro ocasional en la calle. Poco tiempo después comenzaba la guerra civil, y se extendía cada vez más el régimen nazi que desembocó en una nueva contienda mundial.
No había en la poética de Enrique, la añoranza y la melancolía por las cosas perdidas, devoradas por el tiempo, tan común en la letra de tango. Había una dolida visión de la vida como lucha, como desengaño; y de la sociedad, como un salvaje territorio donde la mentira y el poder económico son los que tienen la batuta. (Acaso el único tango verdaderamente melancólico de Enrique sea “Cafetín de Buenos Aires”).
Discépolo abarcó la letra de tango, el cine, el teatro y la radio. Siempre desnudó una realidad política y social desgarradora. Respiraba la “oxidada sinfonía de latas” de los conventillos, donde se hacinaban ascos y sueños de miles de personas. No veía allí una estampa poética que mereciera una cálida evocación, sino “un mundo donde el tacho era un trofeo y la rata un animal doméstico… un corso de cucarachas viajeras y de gente apilada no como personas sino como cosas”.
Las películas y obras de teatro de la época daban una visión más pintoresca de estas penurias. Claro, “El hambre de los otros es algo que siempre divierte a los que han comido” dice Discepolín en una memorable escena de una de sus películas, sin perder la gracia. Un aire a Chaplin, insinuó Julián Centeya, con plena razón. Un Chaplin criollo y nuestro.
Discépolo y el peronismo
Hacia el final de los años 40, Discépolo participaba en las pulseadas políticas y gremiales en SADAIC y ya manifestaba su adhesión al peronismo. “Para Discépolo, que no era un político, lo que estaba haciendo el peronismo era sustancialmente un cambio social. Eso es lo que a él le importaba” señala el historiador y biógrafo del poeta, Norberto Galasso.
Comenzó a colaborar con la campaña electoral para la reelección presidencial de Perón. Lo hacía desde el programa radial oficialista Pienso y digo lo que pienso. Por allí habían pasado Luis Sandrini y Tita Merello, entre otras figuras de la época. Luego, con Discépolo, pasó a llamarse ¿A mí me la vas a contar? y se dirigía a un interlocutor hipotético a quien bautizó “Mordisquito”. Éste era una representación del arquetipo de pequeño-burgués antiperonista.En un tono cálido, hasta cariñoso le decía a “Mordisqui” que antes los pibes “miraban la nata por turno” y ahora “pueden irse a la escuela con la vaca puesta”. “Mordisquito” se quejaba por algunos problemas de desabastecimiento, por ejemplo, el de queso. Discepolín decía: “‘¡No hay queso! ¡Mirá qué problema!’/ ‘¿Me vas a decir que no es un problema?’/ ‘Antes no había nada de nada, ni dinero, ni indemnización, ni amparo a la vejez... y vos no decías ni medio… vos veías pasar el desfile de los desesperados y no se te movía un pelo”. Y todas las charlas terminaban con un: “¡No, a mí no me la vas a contar!”
La censura: sin Perón y con Perón
Ya nos hemos referido en otras ocasiones a la “purificación del idioma” que impuso el gobierno militar instaurado en 1943, a través de Gustavo Martínez Zuviría (conocido como Hugo Wast) ministro de Justicia e Instrucción Pública, y junto a Monseñor Franceschini. Esta empresa mutiló una interminable lista de títulos y letras de tangos. Varias obras de Discépolo sufrieron esta “purificación”. Por ejemplo “Yira yira” ahora se llamaba “Dad vueltas, dad vueltas”. Resulta interesante el hecho de que la censura al tango persistió durante los primeros años del gobierno de su amigo, Perón, quien levantó la veda en 1949. Sergio Pujol, biógrafo de Enrique, historiador y profesor de la Universidad Nacional de La Plata, nos contaba que el tango de Discépolo que tuvo problemas de difusión bajo el gobierno de Perón fue "Cafetín de Buenos Aires", porque supuestamente transmitía una sensación de pesimismo y desánimo. “En mi investigación –dice Pujol- no encontré ningún decreto o documentación que certificara la prohibición, pero sí aparecieron algunas notas periodísticas referidas al malestar que Discepolín habría tenido al respecto”.
El finalComo se sabe, el peronismo triunfó en las elecciones de noviembre 1951, pero la suerte para Discépolo volvía a cambiar. Sus opiniones políticas le costaron muy caro. Las críticas comenzaron a asediarlo, y sobrepasaron los límites de lo aceptable. Hubo amenazas, encomiendas que llegaban con sus discos hechos trizas o con excrementos, alteraciones de sus propias letras para humillarlo. Hubo gente amiga que cambió un saludo por un escupitajo en el piso cuando Discepolín aparecía. Presentaba alguna obra y advertía que alguien había comprado todas las entradas para que los actores se encontraran con un teatro vacío. Entraba a un restaurante y lo silbaban. Esto, para un hombre de una enorme sensibilidad como Enrique, fue letal.
Dejó de escribir, se encerró en su casa, dejó de comer. “Pronto las inyecciones me las van a tener que dar en el sobretodo”, lanzó el poeta con apenas 37 kilos.
Lo revisaron más de diez médicos, nunca supieron qué tenía. Asfixiado por la soledad, por la amargura, se moría de pena una de las figuras más distinguidas que tuvo el tango, una de las voces más agudas que tuvo nuestro país.
*El autor es Vicepresidente de la Academia Mendocina del Tango