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21 DE NOVIEMBRE DE 2024
La manera que tienen los niños de expresarse y comunicarse puede aprovecharse para enriquecer el rol de los/as educadores/as.
Foto: Web
Son numerosas las aproximaciones terminológicas que intentan dar cuenta, desde distintos lugares, de un fenómeno tan complejo y polisémico como es el juego. Muchas de las concepciones acerca del juego, lejos de contraponerse, se complementan, lo cual permite construir una aproximación desde una lectura amplia de lo que implica expresarse lúdicamente.
Llamo diálogo lúdico a la forma de expresión y comunicación que los/las niños/ñas establecen entre sí y con el mundo que los incluye. Se trata de un concepto muy interesante en el que los/as educadores/as deberán implicarse si desean abrir canales de comunicación, ya que el/la niño/a estudiante privilegia la expresión a través del juego o lo que toma forma de juego. La capacidad de establecer un vínculo desde la complicidad y plasticidad por parte del docente se hace fundamental para poder reflexionar sobre la praxis y la tarea didáctico-pedagógica.
Renunciar a la solemnidad
La búsqueda de un comportamiento “adulto y estructurado” por parte de educadores/as no haría más que empobrecer el potencial comunicativo y expresivo en el vínculo. En muchos casos, educadores/as que carecen de la capacidad para comunicarse y relacionarse con niños/as y adolescentes sin los zancos o las botas de la autoridad y de la relativa superioridad que otorgan los años, renuncian a la posibilidad de crecer, jugar y aprender con ellos/as, de disfrutarse, generar complicidad y, claro está, diálogo lúdico, el que implica una cierta renuncia a la solemnidad que mueve muchas veces nuestros actos en instituciones educativas.
En las propuestas que se diseñan para propiciar un diálogo lúdico, los/las niños/as “forman parte” de ellas. De este modo, las tareas tienen un sentido real para el niño: se contextualizan y se encuentran con muchas oportunidades de observar e interactuar con otros, construyendo el conocimiento e interactuando con los otros.
El juego es, entonces, como la “textura o ambiente” (Sarlé, 2006) sobre la que se entreteje la vida cotidiana del niño y a través de la cual este se expresa y el docente se involucra. Creo importante tener en cuenta que la construcción del diálogo lúdico es un campo compartido por el/la niño/a y sus vínculos cercanos, por lo tanto será aconsejable extender el sentido de la experiencia más allá del ámbito áulico, esto es, con el resto del personal de la institución educativa y las familias de los/las niños/as.
Un doble desafío
Propongo pensar el vínculo lúdico como aquella relación entre sujetos que se sostiene en un tiempo-espacio de juego, bajo un acuerdo implícito o explícito, en un continuo de movimientos que configuran andamios de comunicación, expresión y aprendizaje. En la estructura relacional, los sujetos interactuamos retroalimentándonos mutuamente. Ese interactuar se conforma en relación con procesos complejos de carácter subjetivo, que se ponen en “juego” en una dimensión lúdica, referenciada por la internalización de sentimientos de gratificación y/o frustración que hacen al aquí y ahora, y al bagaje de experiencias similares que trae consigo cada uno de nosotros.
La relación vínculo-comunicación establece un doble desafío: uno, el de darse en un lugar distinto al real (jugar es correrse de lo real) y, dos, una múltiple adjudicación de roles y funciones que cada sujeto deberá asumir o adjudicarse. Es así como podemos afirmar que en el vínculo lúdico cada sujeto cumple un rol, con características transitorias en función de la situación jugada acordada. Esto proporciona una oportunidad para poder entrar en la situación del “como si” que propone el espacio lúdico y transitarla.
El diálogo y vínculo lúdicos están pensados como una situación de intercambio, aprendizaje y comunicación. Entonces, para poder acceder a estas dimensiones, debemos alejarnos del concepto de competencia e incluirnos en un concepto de colaboración y/o complementación. La competencia en nuestros tiempos llama a la imposición sobre el otro, lo que hace débil o nula la interacción y, por ende, cualquier proceso de comunicación se ve limitado.
Para concluir, no olvidemos que nuestro ser y estar implica desarrollar nuestra percepción a través de los sentidos. Un educador que deja de “jugar”, de moverse libre y creativamente, está perdiendo la posibilidad de enfrentarse a nuevos retos y vivenciar situaciones que le permitan situarse en una actitud abierta para afrontar renovados conocimientos y vivencias de cualquier otro campo del saber y hacer humano.
Referencias
Huizinga,J. (1968). Homo ludens. Buenos Aires, Emecé.
Ribó Bastian E. (2014). Entremiradas. Mendoza, Qellqasca.
Sarlé, P. (2006). Enseñar el juego y jugar la enseñanza. Buenos Aires, Paidós.
Autor: Eduardo Luis Ribó Bastian. Magíster Profesor en la cátedra Juego, Objetos Lúdicos y Aprendizaje. Departamento de Expresión. Facultad de Educación Elemental y Especial.
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