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Los riesgos de padecer esta enfermedad aumentan con la edad. Una entrevista con el especialista Daniel Zuin echa luz sobre los aspectos más problemáticos de esta dolencia común en la población mayor de 60 años.
Especial Enfermedades neurodegenerativas
Paola Alé y Griselda Fornés
Publicado el 24 DE ABRIL DE 2016
Se calcula que en Mendoza unas 80 mil personas padecen de la enfermedad neurodegenerativa más común después de los 60 años: el mal de Alzheimer. Los números son demasiado fríos para explicar lo que significa, no sólo para el paciente sino también para su entorno, ser diagnosticado con esta dolencia. El Alzheimer es como el cáncer: una enfermedad que no se nombra, que es mejor esconder, como muchas veces se encubren los signos de la vejez.
Según explicó el neurólogo especialista en este deterioro neurocognitivo, Daniel Zuin, hoy el 10 % de la población mayor de 60 años está en riesgo de enfermar, y para quienes superan los 90 años, la probabilidad de sufrirla es del 50 %.
¿Cuál es la forma correcta de diagnosticar el Alzheimer?
Frente a posibles indicadores preocupantes –como la pérdida de memoria a corto plazo o el deterioro en las funciones de la vida diaria– siempre es por partida doble: la consulta y el examen médico. Por ejemplo, a un paciente de más de 65 años con planteos de trastornos cognitivos que acude a la consulta se le hace un examen, se descartan alteraciones neurológicas motoras, se hace una evaluación cognitiva y se determina si tiene fallas que van más allá de lo que corresponde para la edad, se hace una resonancia y un diagnóstico. No hay un examen que sea infalible, que diga: “Esto es Alzheimer o Parkinson”, pero hay indicadores. Lo importante es consultar, no tener miedo.
¿Hay maneras de prevenir la enfermedad?
No, porque no tenemos un tratamiento curativo, no sabemos cuál es la causa que la provoca. Entonces no tenemos medidas preventivas absolutas.
¿Pero hay alguna forma de adelantarse a su aparición?
Hay ciertas pautas que pueden hacer que las probabilidades de adquirir la enfermedad sean menores. Cada persona ya trae "de fábrica" una serie de genes que, para el Alzheimer, van a ser genes protectores y otros que son de riesgo. Esos genes interactúan entre sí y después, mediante la intervención de factores externos, se puede acelerar o volver más lenta la aparición de la enfermedad. Es un tipo de herencia multifactorial, no es una enfermedad hereditaria 100 %, pero sí existe una predisposición. Después hay factores externos; por ejemplo, la hipertensión, la diabetes, el no haber estudiado, la alimentación, el estrés, la ansiedad, la depresión. Todo eso va poniéndose en juego. Y, al revés, hay factores como el ejercicio, el mantenerse mentalmente activo, el estar bien de ánimo, la vida en pareja o en familia, que reducen los riesgos.
Cuando la persona ya fue diagnosticada, ¿se puede mejorar la calidad de vida?
Se pueden hacer muchas cosas para mejorar la calidad de vida del enfermo y del entorno. Hay tratamientos que ralentizan la evolución de la enfermedad y otros de manejo sintomático, es decir, si aparece un síntoma que es muy disruptivo, si el paciente está muy agresivo o deprimido, se puede medicar. Nosotros tenemos acá, en la Fundación Cerebro y Mente, el Centro de Día para pacientes con Alzheimer en etapa leve y moderada. Aquí hacen teatro, música, sociabilizan y están muy bien. La enfermedad sigue avanzando pero se transita con una mejor calidad de vida. Lo otro importante, tanto en Parkinson como en Alzheimer, es que no hay dos pacientes iguales. Tanto por los factores ambientales y genéticos como por la historia de vida del paciente, la enfermedad evoluciona de forma diferente.
¿Se ha formado en Mendoza algún tipo de grupo de ayuda para las familias de los pacientes que los guíe con respecto al modo correcto de actuar?
En este momento no existe ningún grupo en la ciudad. Hace un tiempo funcionó la Asociación de Lucha Contra el Mal de Alzheimer (ALMA) y lamentablemente fue desapareciendo, aunque quieren reflotarla. Es agobiante para los afectos, pero siempre hay pautas, como explicarle a la familia que el enfermo no lo hace a propósito, que no hay que contradecirlo, que hay que darle una pausa si no quiere tomar los remedios. Son pequeños tips que a veces funcionan y a veces no. Es todo un aprendizaje.
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